El acosador nocturno: el violador y asesino que dejaba mensajes satánicos junto a sus víctimas y la mujer que lo amó

El acosador nocturno: el violador y asesino que dejaba mensajes satánicos junto a sus víctimas y la mujer que lo amó

Los habitantes de Los Ángeles vivían aterrorizados por las sangrientas andanzas del hombre al que los noticieros llamaban “El acosador Nocturno”, aunque todavía nadie sabía que se llamaba Ricardo Leyva Muñoz Ramírez, Richard Ramírez para los amigos. (Getty Images)

 

Cuando Richard Ramírez tenía 12 años, su primo Miguel volvió de Vietnam. Corría 1972 y en su casa de El Paso, Texas, el bueno de Richard no la pasaba muy bien con una madre poco cariñosa y un padre alcohólico y golpeador. Miguel se transformó en su ídolo, aunque los vecinos decían que el muchacho no había regresado bien de la guerra, que no estaba mal psicológicamente.

Por infobae.com





A Richard esos comentarios no le preocupaban, la pasaba bien con su primo mayor. A la hora de la siesta, Miguel le enseñaba a tirar con un arma de verdad, a manejar el cuchillo no precisamente para comer y a pelear cuerpo a cuerpo. Cuando se cansaban, el exsoldado le mostraba unas fotos polaroid que había traído de Vietnam, donde se había cansado de matar a los “Charlie”.

En las fotos, Richard vio arrozales y aldeas, pero nunca en primer plano sino como marco para cuerpos de mujeres, algunas desnudas, todas muertas. Entonces, señalándolas, Miguel le contaba a su primito cómo él y los muchachos de su compañía las habían violado y matado.

A Richard le fascinaban los relatos de su primo, casi que los “veía” en su imaginación y entonces sentía un cosquilleo ahí abajo.

Poco después, Richard no necesitó imaginar más porque vio a Miguel dispararle a una mujer en la cara, la muerte en vivo y en directo. La mujer era su esposa.

Allí los caminos de los primos se bifurcaron: Miguel desapareció de los lugares que solía frecuentar, no se lo volvió a ver por El Paso, donde tenía pedido de captura por asesinato; Richard aguantó poco tiempo más en su casa y a los 15 se fue a probar suerte a Los Ángeles. Pensaba trabajar, pero terminó robando.

Para 1984, 12 años después de aquellas fotos y de aquellos relatos, seguía bajo el sol de California. O quizás mejor haya que decir bajo la luna, porque era de noche cuando secuestraba, violaba y asesinaba.

Los habitantes de Los Ángeles vivían aterrorizados por las sangrientas andanzas del hombre al que los noticieros llamaban “El acosador Nocturno”, aunque todavía nadie sabía que se llamaba Ricardo Leyva Muñoz Ramírez, Richard Ramírez para los amigos.

Un ladronzuelo satánico

Cuando la década de los 80 daba los primeros pasos, Los Ángeles se preparaba febrilmente para ser la sede de los Juegos Olímpicos de 1984 y Richard ya era un viejo conocido de la policía californiana, que solía darle alojamiento en las celdas de sus comisarías.

Lo tenían por un ladrón de poca monta y pocas luces, aunque a veces fuera algo violento. Había caído preso por robar a los huéspedes en los hoteles de mala muerte donde conseguía trabajo, por dos intentos frustrados de robo de autos, por tenencia de drogas e incluso por un intento de violación, aunque lo soltaron enseguida porque la víctima retiró la denuncia.

Pero no solo dedicaba su tiempo al delito, también leía con avidez todo lo que tuviera que ver con sectas, esoterismo, demonios varios y prácticas satánicas. En cuestiones musicales, sus gustos iban por el mismo lado: cuando escuchaba Highway tu Hell (Escalera al Infierno) de AC/DC sentía que volaba.

Se drogaba con lo que podía: marihuana, cocaína o LSD, según los recursos que tuviera para comprarlas. Cuando estaba colocado, en la cabeza se le mezclaban esas lecturas oscuras con el heavy metal y las fotos polaroid de su primo Miguel. Y entonces sentía un cosquilleo muy fuerte.

En 1984 empezó a matar.

El acosador nocturno

Su debut como asesino fue con una nena de 9 años en San Francisco. La engañó para llevarla al sótano del edificio donde vivía y allí la violó y la acuchilló. Pasarían 25 años antes de que lo relacionaran con esa muerte gracias a una prueba de ADN y para entonces ya estaba en la cárcel por decenas de delitos más.

El 28 de junio de 1984 se cobró su primera víctima en Los Ángeles, una dama de 69 años llamada Jennie Wincow, que esa noche cometió el error de dejar una ventana abierta porque hacía mucho calor. La encontraron en el piso, al lado de la cama, en medio de un charco de sangre. La habían acuchillado y tenía el cuello cortado hasta casi separar la cabeza del cuerpo. La autopsia reveló que había sido violada.

Por razones que nunca explicó –o porque la policía no pudo descubrir crímenes intermedios– Richard Ramírez se tomo una pausa de diez meses antes de cometer otro asesinato, pero lo hizo con renovados bríos.

En marzo de 1985 entró a un departamento y mató a Dayle Okazaki y abandonó creyéndola muerta a su compañera María Hernández. Esa misma noche mató a otra mujer joven, Tsai-Lian Yu. Tres días después asesinó a una niña de ocho años en Eagle Rock, California, y el 27 de marzo volvió a matar.

Aunque la policía no estaba segura de que fuera así, los medios de comunicación sumaron dos más dos y empezaron a hablar de un asesino en serie, al que pronto apodaron “The Nightstalker” (El acosador nocturno).

Los crímenes –y también algunos intentos fallidos- no se detuvieron: las víctimas no solo eran mujeres, también había hombres y niños.

El 29 de mayo mató a Malvia Keller, de 83 años, y a su hermana inválida, Blanche Wolfe, de 80. Las encontraron en el dormitorio, golpeadas brutalmente, Malvia, además, había sido violada. En la pared de la habitación el asesino dejó dibujada con lápiz de labios una estrella de cinco puntas invertida. En ocasiones anteriores había dibujado pentagramas y otros símbolos.

No quedaron dudas de que se trataba de un asesino en serie.

Difícil de atrapar

El caso quedó en manos del investigador de homicidos Frank Salerno y de su joven ayudante, el detective Gil Carrillo. Estaban desconcertados: sabían que perseguían a un asesino en serie, pero uno muy extraño.

Los perfiladores del FBI sostenían en esa época –y todavía lo hacen– que una característica distintiva de los asesinos en serie es que rara vez se salen de un modus operandi en el que se sienten cómodos o que les da placer. También, que las víctimas un mismo asesino tienen características comunes entre sí.

Pero “El acosador Nocturno” no cumplía ninguno de los dos requisitos. Mataba de diferentes maneras y usaba todo tipo de armas, desde pistolas y cuchillos hasta un machete, un martillo, una barra de hierro y un bate de béisbol.

Sus víctimas eran desde niños hasta ancianos, pasando por jóvenes y adultos. Eran hombres y mujeres, a las que a veces violaba y otras veces no. En ocasiones las mataba y en otra las dejaba vivas sin ninguna explicación.

Reconocido y capturado

El capricho de matar a algunos y dejar vivir a otros fue la perdición de Richard Ramírez. En su última incursión sometió a un matrimonio al que tomó desprevenido en su casa. Mató al hombre y violó a la mujer junto al cadáver de su marido. Después se levantó y se fue, dejándola viva en el piso.

Por la ventana, la víctima alcanzó a ver una furgoneta Toyota que arrancaba y se alejaba a gran velocidad. Cuando llegó la policía, la describió. Casualmente un adolescente, vecino del matrimonio, había anotado la matrícula de la furgoneta porque le había parecido sospechosa. Poco después encontraron el vehículo abandonado y las huellas digitales de las manijas y el volante coincidieron con las del prontuario de Richard Ramírez.

Al día siguiente, las calles de Los Ángeles estaban pobladas de carteles con el nombre y la foto del prontuario del “acosador Nocturno”. Las tapas de los diarios también mostraban su fotografía.

Ramírez ni se enteró del asunto, porque la misma noche del crimen se había ido de la ciudad. Volvió unos días después y lo identificaron los pasajeros del ómnibus donde viajaba. Intentaron reducirlo, pero saltó al asfalto y corrió como si se lo llevara el diablo. En el camino intentó robar tres autos, pero no pudo.

Cuando consiguieron cortarle el paso le pegaron puñetazos y patadas en todo el cuerpo. La llegada de la policía lo salvó de ser linchado, porque iba camino a eso.

Acusación y condena

Richard Ramírez fue acusado de catorce asesinatos, cinco intentos de asesinato, nueve violaciones –tres de ellas a menores-, dos secuestros, cuatro actos de sodomía, dos felaciones forzadas, cinco robos y catorce allanamientos de morada. Se sospechaba que había cometido muchos delitos más, pero lo errático de su modus operando y la falta de testigos impidieron probarlos.

El juicio televisado comenzó en 1989, y duró varias semanas. “Se vivieron un montón de testimonios espantosos y un montón de teatralidad por parte del acusado”, escribió Frank Girardot, que cubrió el juicio para Los Angeles Herald-Examiner.

“En las audiencias, Ramírez dibujaba pentagramas en su mano y los sostenía para que los vieran las cámaras, le sonreía a la gente”, relató.

Los jueces escucharon atónitos sus últimas palabras antes de la sentencia: “Lucifer habita en todos nosotros… No lo entienden… y no se espera que lo hagan, no son capaces de hacerlo. Estoy más allá de la experiencia de ustedes. Estoy más allá de hacer el mal. Legiones de la noche, raza de la noche. No repitan los errores del Acosador Nocturno y no tengan piedad. Seré vengado”, dijo.

Como contracara del horror que provocaba en la mayoría de la población, El Acosador Nocturno también despertaba otras emociones. En la cárcel recibía cartas de amor de mujeres que lo consideraban atractivo y no le temían. Ramírez les respondía puntualmente y no demoró en tener una relación sentimental con una de ellas, Doreen Lioy, con quien se casó en 1996.

Luego de la ceremonia, en una improvisada conferencia de prensa que dio en las puertas de San Quintín, la mujer no ocultó su alegría: “Solo quiero decir que estoy muy feliz hoy y estoy muy orgullosa de ser la esposa de Richard. Espero que respeten este día y me dejen ir a disfrutarlo en paz”, les dijo a los periodistas.

El 3 de octubre de 1989 el jurado lo condenó a 19 penas de muerte. Escuchó el fallo sin mostrar ninguna emoción y después, mirando hacia donde estaban los periodistas que cubrían el juicio, dijo:

“No pasa nada. La muerte siempre estaba presente. Nos vemos en Disneylandia”.

Richard Ramírez pasó 23 años en el corredor de la muerte en la prisión de San Quintín, California, hasta que murió de linfoma en 2013, a los 53 años.