Messi sabe que es el Mundial de su vida. Lo encara como el último. Aunque es consciente de que en su carrera gambeteó hasta al almanaque, asume que tiene 35 años. Y en todo caso después comprobará si el futuro le da una nueva oportunidad.
Cholo Sottile // INFOBAE
El destino del futbolista suele ser más impredecible que el de cualquier mortal. Tan cambiante, que después de Rusia 2018 el propio Leo no podía asegurar que tendría su quinta Copa del Mundo. Una tarde de mayo de 2019, en el estudio de Fox Radio, en una de las entrevistas más distendidas que dio, Leo puso en duda estar en el Mundial Qatar 2022.
“No sé si llego. Hoy me encuentro espectacular, muy bien físicamente. Tengo 32 años y no sé cómo voy a seguir. Pueden pasar muchas cosas en el medio. Ojalá que no tenga una lesión grave. Lo digo más que nada por eso”, se sinceró en la ronda de mates televisada. Gracias a Dios, a su fortaleza física y a sus cuidados, llega a Doha como un prócer en plenitud. El 2022 lo craneó todo el tiempo con ese objetivo.
Profesional y competitivo como es, Messi le dio todo al PSG, pero mientras tachaba rivales que quedaban en el camino en su hoja de ruta decía Mundial en mayúsculas. Por primera vez se bancó sin poner mala cara cuando el entrenador lo sacó en varios partidos antes del minuto 90. Dejó correr su veneno por pensar en la Selección.
Luis Enrique, el entrenador español del famoso Twitch, hace unos días recordó un momento de tensión con el 10 en épocas del Barcelona. En paralelo Messi también lo blanqueó en una charla con Jorge Valdano. “Yo volvía de vacaciones y jugábamos el 2 ó 3 de enero. Terminé yendo al banco y tuvimos una discusión por eso. Nos duró un tiempito”, confesó.
Un tiempo antes, Guardiola lo había reemplazado en un partido y Leo se fue a su casa enfurecido. La bronca le duró un día entero, aun cuando siente admiración por Pep… O sea: sacar a Messi es sólo para líderes masoquistas. Tan contundente que una vez Sabella, en tiempos de la Selección, le pidió a Guardiola algún consejo sobre cómo gestionar el día a día del crack. Pep pensó la idea y respondió: “A Leo hay que blindarlo en el equipo con compañeros que le hagan el trabajo más sencillo, no hablarle mucho y escuchar muy bien lo poco que dice. Ah: y no sacarlo nunca del campo. Ni siquiera para que sea ovacionado”. Cuando Galtier lo sacó de modo sistemático contra Monaco, Toulouse o Juventus, por ejemplo, zafó del fastidio de Messi sólo por la Selección… Leo quería llegar 10 puntos al Mundial. Ese plan físico en la Ligue 1 contempló no arriesgar las piernas contra el Lorient y salir a los 74? del último partido contra el Auxerre. El 10 tiene un GPS de la cancha y de su físico en la cabeza. Sea o no por su madurez, antes del Mundial 2018 prefería entrenarse jugando todos los partidos y esta vez hubo una variación en su táctica.
El descanso, ese entrenamiento invisible que Messi siempre hizo para mantenerse en el cielo del fútbol mundial durante más de 15 años, tampoco se alteró. Con un punto a favor: ahora Leo disfruta en París. Los primeros tiempos fueron difíciles. El puede tener la varita mágica en el campo de juego, pero no podía cambiar la cara cuando volvía con los ojos vidriosos después de dejar a sus hijos en el colegio francés. Vivía por primera vez el desarraigo, la adaptación a un nuevo país, a un club distinto, a una liga diferente. Un futbolista de elite experimenta esa situación varias veces en su carrera. Salvo Messi. Cristiano, otro mega crack, pasó por Portugal, Inglaterra, España, Italia. Leo había jugado casi 17 años en Barcelona… Una vez que pasó la adaptación y quedó atrás algún puntaje con mala intención de un diario local, a mediados de este año también tuvo un mes de vacaciones para cargarse de energías. Se lo permitió que el Mundial no fuera en junio. El año anterior, después de ganar la Copa América y conseguir la unanimidad en la Argentina, les blanqueó a sus íntimos que le hubiera gustado quedarse unos días más en el país para disfrutar del amor del hincha. Este 2022 llenó el tanque con un raid por Rosario, Barcelona e Ibiza. Messi hizo un trabajo mental, futbolístico y físico para llegar como casi nunca a horas del debut en otro Mundial.
Apenas aterrizó en el PSG se habló de una cláusula en el contrato que exige prioridad para la Selección. Se repitió hasta hacerse sentencia. De todos modos, desde la mesa chica de Messi se repite que no es cierto. “Leo no necesita firmar un papel para tener en un lugar de privilegio a Argentina. Ya todos lo saben”, repite una de las pocas personas que chatea permanentemente con el mejor jugador del mundo. Leo configuró su cabeza con el Mundial más allá de los papeles. Tan enfocado está, que dejó anulado si en algún partido se fastidió al ver que Kylian Mbappé terminaba la mayoría de las jugadas para él mismo. Y dejó relegado en la lista de prioridades su futuro. No se permite distracciones. El equipo francés intentó avanzar la negociación sobre el contrato que vence en el verano del 2023, a mediados del año que viene. Leo hizo saber a través de su gente, la misma que está a su alrededor desde que debutó en los Mundiales en Alemania 2006, que no quiere pensar más allá del 18 de diciembre, cuando se juega la final. Poder levantar la Copa como Maradona en el 86 o Passarella en el 78 podría reconfigurar no sólo su carrera sino su vida. Recién después de la última foto verá si es festejar en la Argentina; seguir en París; ir a Estados Unidos o Barcelona. Falta poco y mucho para ese día. Messi sólo se preparó para el Mundial de su vida.