Hay una relación entre educación y subjetividad extrañamente ignorada a pesar de la acrecentada importancia que el tema ha venido cobrando en las teorías sociales contemporáneas. De dónde viene esta importancia de la subjetividad. En la era moderna inaugurada por Descartes, que es la nuestra, surge un actor nuevo, que es el sujeto moderno, que no hay que confundir con el Yo. Este agente es portador de la subjetividad que caracteriza nuestra época y que es fundamental para pensar las relaciones entre la educación y la acción social, que no es otra que la procrastinación.
Procrastinación la podemos definir como una debilidad de la voluntad –Akrasia-, o la imposibilidad de actuar, la dificultad para hacer; que es muy distinta de la pereza o de la vagancia. La diferencia entre aquella y esta es que el akrate, siente culpa y vive transido de dolor; mientras el vago es incapaz de culpa, siente un cierto placer perverso en su inacción. La indecisión, es producida por un conflicto que el hombre premoderno no sufría. Ilustremos esto con la aparición del héroe moderno en la poesía de William Shakespeare, con las vicisitudes de Hamlet, permanentemente torturado por la duda; y su diferencia con el héroe antiguo, que para su accionar no hacía falta saber, era suficiente que los dioses supieran y la acción tenía garantía. Para el ídolo actual hace falta saber para poder actuar. No hay acción sin conocimiento. El que tiene que conocer es él, sin opción de delegación alguna. Y aquí comienza el más grave problema del sujeto moderno, el conocimiento es sin garantía, no hay forma de garantizar un saber. No es por casualidad, que el propio Descartes mantuvo a Dios como su garantía. Pero, esto último estaba destinado a su extinción o a ser depositada esa confianza en figuras más dudosas y problemáticas; como por ejemplo en las ideologías.
Procrastinar no significa, para nada, improductividad o falta de resultados, como lo prueba con toda contundencia el que es la subjetividad del capitalismo, que es el régimen más productivo de la historia de la humanidad hasta ahora. El procrastinador puede ser un workaholic, un adicto al trabajo, es su excusa para no encontrarse con su verdadera realización. No es infrecuente en nuestra experiencia encontrar personas que realizan muchas actividades para no hacer lo importante. Son grandes inventores, publican, hacen mucho dinero, han fracasado en cuatro matrimonios, para estar siempre mortificados por una profunda insatisfacción. La irresolución está producida por las variadas formas del conflicto como se expresan en los dilemas de la subjetividad, que aparecen en el seno de importantes obras del pensamiento social moderno: Entre el principio del placer y el principio de realidad, de acuerdo con Freud; entre valores inferiores y valores superiores, según Weber -la guerra entre Dioses-; en la disyunción entre demanda y deseo según Lacan; por sólo mencionar algunas. Pero, que testimonian que tal dubitación aparece a lo largo y ancho del pensamiento social moderno.
En la educación la procrastinación es un fenómeno tan visible, que no logramos ver, y cuando lo visualizamos lo dejamos escapar a través de múltiples interpretaciones erradas. En los estudiantes para comenzar, nunca se cumple lo me decía mi madre: “estudiante es el que estudia antes”, descomponiendo la palabra. Estudiante que se respeta siempre estudia el día anterior al examen, por eso los nerds son tan despreciables para la población estudiantil en general, estudian siempre lo cual provoca en sus compañeros la envidia por la felicidad del estudio y del aprendizaje. Pero, el asunto no es menor en los profesores, que difieren ad aeternum sus trabajos obligatorios y se excusan en el mucho trabajo que tienen, en sus asfixiantes tareas de investigación, en que son unas cobayas de laboratorio y les permite evadir el encuentro con su deseo.
La educación es fundamental para dotar al procrastinador de un saber, para procurar un encuentro con la sabiduría deseada que le permita actuar. Este tema tan fundamental es ignorado en los procesos educativos a no ser al modo de la vocación. Del inducir al sujeto a dotarse de una preferencia profesional, pero sin referencia a la puesta en acto de la subjetividad. Tan fundamental para aliviar el sufrimiento del actor moderno, en la medida en que pueda reconciliar un saber con cierto nivel de deseo, con situaciones de deseo que lo aproximen a una posible satisfacción menos problemática y dolorosa.
Esto guarda una relación extremadamente importante con la posibilidad de que la educación desarrolle –Enkrateia– habilidades sociales, de la relación con el otro, así como de verdaderas capacidades para juzgar de manera crítica el entorno circundante, la disposición a escuchar, a mantener firme una posición, pero también a cambiarla si es razonable. A evaluar críticamente las rutas para acceder a lo que se desea y a mantenerse cercano a posiciones de valores que se obtiene por la convicción de una crítica personal y social basada en el aquilatamiento desde una cultura amplia y sin gríngolas ideológicas.