En una esquina de Qatar, esa pequeña península pegada a Arabia Saudita, hay un lugar a menudo descrito como un “tesoro natural” cuyo nombre no solo es encantador, sino que también tiene una historia apasionante: la Isla Púrpura.
Por BBC Mundo
Hoy en día es muy apreciada por permanecer verde todo el año en un país que registra menos de 71 mm de lluvia anuales.
Está completamente rodeada de manglares, y alberga una gran variedad de aves, incluidos flamencos, y animales marinos, así como pequeñas playas y estanques naturales de sal.
Pero también es el hogar de algunas ruinas fascinantes, así como de los restos de unos moluscos que le dieron su nombre alrededor del año 2000 a.C. y fueron el origen de una fascinante industria.
Eran unos pequeños caracoles marinos con los que se producía uno de los tintes más antiguos, caros, prestigiosos y de color más vívido.
De hecho, la Isla Púrpura, hasta la fecha, es el sitio más antiguo conocido de producción de ese magnífico color.
Es el púrpura real o imperial, que es conocido como púrpura de Tiro, una ciudad fenicia -hoy libanesa- que se convirtió en el centro de la industria del tinte.
La tela teñida con púrpura de Tiro hizo famosos a los fenicios; algunos historiadores afirman que el nombre de Fenicia significa “tierra del púrpura”.
La exportaban a sus colonias, particularmente a Cartago, desde donde se extendió su popularidad y fue adoptada por los romanos como símbolo de autoridad y estatus imperial.
Un lujo hediondo
Ese púrpura, sin embargo, era una paradoja, una contradicción hecha color.
Asociado con la realeza, la exuberancia y la elevación de los ideales intelectuales y espirituales, durante muchos milenios era destilado de una glándula que se encuentra justo detrás del recto de unos caracoles marinos espinosos.
No solo su procedencia no era la más noble, sino que era notoriamente maloliente: aunque simbolizaba un orden superior, apestaba a una inmundicia inferior.
Se necesitaban decenas de miles de glándulas hipobranquiales disecadas, arrancadas de las espirales calcificadas de los caracoles marinos cañadilla (Bolinus brandaris) triturados y putrefactos que se dejaban cocer al sol para colorear una pequeña muestra de tela.
El proceso, además, era laborioso y tomaba al menos dos semanas culminarlo, como detalló el autor romano Plinio el Viejo en su “Historia Natural”.
Las fibras, mucho después de teñirse, retenían el hedor de las excreciones del invertebrado marino.
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