El proceso sobre las irregularidades en las finanzas vaticanas con el cardenal Angelo Becciu como acusado principal se complica en cada audiencia con nuevas pruebas y sorprendentes revelaciones, como la grabación de una llamada al papa o la intromisión en las pesquisas de Francesca Chaouqui, protagonista del otro histórico juicio dentro de los muros vaticanos, Vatileaks2.
El juicio, que pretende aclarar algunas irregularidades en la gestión de los fondos de la secretaria de Estado, como el caso de compraventa de un edificio en el centro de Londres, ya era inédito por sentar en el banquillo al que fuera sustituto (adjunto) en la Secretaría de Estado (2011-2018) junto a varios financieros y Cecilia Marogna, presentada en el Vaticano como una asesora de asuntos diplomáticos que debía ayudar en el rescate de religiosos secuestrados.
Con estos ingredientes y unas pesquisas que, según denuncian los abogados, no se han realizado correctamente, este maxi juicio en el Vaticano prometía ya ser aún más surrealista que el de Vatileaks2, en el que se juzgó la filtración de documentos reservados por parte del monseñor español Lucio Vallejo Balda y de Francesca Immacolata Chaouqui, consultora para la reforma económica.
DOS MUJERES SACUDEN EL PROCESO
En una de las últimas audiencias, el fiscal vaticano, Alessandro Diddi, reveló que le habían llegado más de un centenar de mensajes de whastapp de Genoveffa Ciferri, una amiga de monseñor Alberto Perlasca, antiguo trabajador de la Secretaría de Estado y el principal testigo de las acusaciones contra Becciu, en los que afirmaba que fue ella quien sugirió el contenido del documento acusatorio ayudada por Chaouqui.
Perlasca aseguró que no tenía ni idea de la participación de Chaouqui y que estaba convencido de que los temas de su testimonio fueron sugeridos por “un anciano magistrado jubilado, involucrado en la investigación”.
Durante el interrogatorio, dijo que sólo después de la audiencia llamó a Ciferri, a quien pidió que le dijese exactamente quién era ese magistrado anciano, y ella confesó que era Francesca Chaouqui.
Este nuevo giro en el proceso llevará a principios del año próximo a un careo entre Ciferri y Chaouqui para verificar cuál es su papel en las acusaciones de Perlasca a Becciu y si las dos mujeres podían haber pilotado todo.
LA LLAMADA AL PAPA SIN SU CONSENTIMIENTO
Sólo un par de días antes, se desalojaba de la nueva aula del Tribunal vaticano a los periodistas ante una nueva prueba: una llamada de Becciu al papa Francisco, que se recuperaba de su operación en el colon.
La grabación de la llamada, que se hizo desde un teléfono perteneciente a una de los sobrinas de Becciu, al que Francisco retiró sus derechos cardenalicios, refleja claramente que el purpurado quería que el pontífice admitiese que había autorizado pagos a través de Marogna a una empresa británica para asegurar la liberación de una monja colombiana secuestrada por yihadistas en Mali en 2017.
La compañía recibió aproximadamente 350,000 dólares y luego se pagaron 500.000 por el rescate.
En la conversación, filtrada a la agencia italiana Adnkronos, el papa recordaba haber sido informado de las transacciones: “Lo recuerdo, vagamente, pero recuerdo, sí, lo tenía, sí”, pero cuando Becciu le pide un documento escrito sobre ello, el papa le sugiere que sea él quien le ponga esta petición por escrito para revisarla.
Los fiscales presentaron la grabación en el juicio en el Vaticano después de obtenerla de la policía financiera italiana, que lleva a cabo una investigación de una organización benéfica en Cerdeña vinculada a Becciu, para acusar al cardenal de garbar al pontífice sin su conocimiento, aunque para los abogados fue la prueba de que el papa lo sabía y lo aprobó.
“El Vaticano da una gran satisfacción a los lectores de misterio que hace tiempo que se han acostumbrado a verlo en el centro de complicadas historias criminales. De hecho, la realidad supera con creces a la ficción, abriendo escenarios que un escritor de misterio honesto ni siquiera se atrevería a imaginar”, resume hoy en La Stampa la vaticanista Lucetta Scaraffia.
EFE