A los 46 años, Erich Bitter tenía un breve paso por el ciclismo profesional, una carrera más extensa como corredor de autos y una ambición todavía insatisfecha: ubicarse como uno de los carroceros más reputados de Europa. Venía de un proyecto frustrado con el que había vendido menos de 100 coches en el lustro anterior. Y entonces quedó frente a frente con su segunda oportunidad. Bitter quería darle un toque lujoso a uno de los modelos más recientes de Opel. El audaz empresario quería fabricar la Ferrari alemana.
Por: Clarín
Bitter Automobil, como estaba inscrita oficialmente la compañía, había sido fundada en 1971. Apuntaba a meterse entre los grandes preparadores del continente, pero no pasaba de una estructura artesanal. No tenía ni quería tener una fábrica propia, por lo que estaba condenada a depender de otras firmas que colaboraran con ella.
Su primer intento fue la modificación de un prototipo de Opel con el que la marca de Russelsheim buscaba levantar el perfil y asomar la nariz al mundo de los deportivos. Ni Opel ni Bitter lograron el cometido. La Ferrari alemana, confiaba el exciclista, estaba llamada a escribir una historia diferente. Pero fue más de lo mismo.
La mala reputación de los modelos base con los que trabajaba le cerró el mercado estadounidense al Bitter SC, basado en el Opel Senator. Tampoco ayudó la conflictiva relación con las fábricas que se involucraron en la producción en serie.
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