Septiembre de 1999. El primer día de rodaje de ‘El Grinch’ (How the Grinch Stole Christmas) había llegado a su fin y Jim Carrey solo tenía una idea en mente: renunciar. El actor canadiense, famoso representante de la comedia física, se sentía “enterrado” bajo kilos de maquillaje, vestuario y prostéticos. Le era imposible funcionar.
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Al enterarse de la queja de su protagonista, que ese día había pasado 8 horas y media en su tráiler colocándose la piel del personaje navideño creado por Dr. Seuss, el productor Brian Grazer canceló los llamados del actor y le arregló un encuentro con uno de sus viejos amigos: un exagente de la CIA. El magnate hollywoodense había ideado un plan casi macabro. Carrey estaba a punto de aprender la técnica que usan los espías para soportar torturas.
Un actor convertido en rehén
Para convertirse en uno de los personajes navideños más populares de la historia, Jim Carrey tenía que atravesar por un ritual extraño cada día de rodaje. Llegaba al set de madrugada para someterse a largos procesos de aplicación de plastas de maquillaje y aditamentos de látex. Todo mientras estaba enfundado en un traje de spandex cubierto de pelo de yak teñido de verde. Era, en pocas palabras, asfixiante.
“No podía ver. No podía respirar, ni podía rascarme. Las restricciones físicas eran increíbles. Era como tener un refrigerador atado a la espalda”, recordó el actor al ser cuestionado sobre el momento en el que consideró abandonar la producción de ‘El Grinch’ en su primer día de filmaciones. Esa tarde, justo antes de intentar renunciar, pateó la pared de su camper y le hizo un enorme agujero. Estaba siendo “torturado” frente a cámaras, profesionales de la industria y otros actores.
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