He oído a muchos compatriotas emigrados decir que cuando tratan de explicar la situación venezolana nadie los entiende y es que en Venezuela la política excede toda teoría y toda racionalidad. Para empezar no hay “reglas”, el régimen ha secuestrado todas las instituciones y termina haciendo lo que le da la gana. No hay separación de poderes y la Constitución es usada a conveniencia. Otra locura es la vocación suicida de la llamada oposición, sólo ha aprendido a dividirse y a “cohabitar” con las debidas excepciones conocidas. La oposición perdió todas sus oportunidades de cambio político. Cuando el golpe de estado o vacío de poder en el 2002, cuando la clase media de manera espontánea y pacifica llenaba calles y plazas del país exigiendo el cambio político y la dirigencia no supo representar esa fuerza social de masa. El triunfo electoral cuestionado de Maduro creó indignación y movilización de masas y la dirigencia terminó desmovilizándolas. En 2014 y 2017 la “calle” la asumió una parte de la oposición mientras el resto apostaba a su fracaso y algunos otros sectores empezaron a cohabitar con el régimen. Después vino el interinato con un gran apoyo internacional y se cometió la torpeza, por un lado conspirar sin contar con las fuerzas armada y por el otro asumir la absurda tesis de la “invasión”. Para completar esta breve lista, en estos días de fin y comienzo de año, deciden liquidar el interinato en una pelea absurda que está creando más confusión y división. Es cierto, el interinato es insostenible, pero este no era el modo de ponerle fin. Cuando parte de la oposición asume la negociación en México y firma el primer documento público, quedó claro que por un lado estaba la Plataforma Unitaria Democrática y por el otro el gobierno de Maduro, un reconocimiento de hecho. El resto de la oposición siempre ha reconocido al gobierno y son visitantes asiduos en Miraflores.
Con respecto a la coyuntura electoral 2023/2024 la proliferación de pre-candidatos y candidatos acentúa las diferencias y posibilita más divisiones. Aproximadamente entre un 70 y 80% de la gente quiere cambiar de gobierno y políticas, porque sabe que con Maduro no hay solución a nada y el fantasma cubano sigue presente. Pero esta mayoría que quiere un cambio tampoco se siente representada por una oposición fragmentada y con una dirigencia desgastada por 20 años de errores y fracasos. Que no los admite ni se renueva. El otro aspecto es que la crisis venezolana lleva 40 años en desarrollo y sin respuesta. La dirigencia adeco-copeyana se quedó en el pasado y en términos gráficos se suicidó políticamente entre 1983 y 1998; el relevo y remedio “chavista” terminó siendo un remedio que agravó la enfermedad y llevó al país, casi moribundo a cuidados intensivos. La geo-política y la historia mundial aparentemente nos podrían dar para los próximos años, una nueva oportunidad como país, gracias otra vez al petróleo. Nuestras élites económicas y políticas sabrán estar “a la altura de las circunstancias”. Aparentemente los sectores empresariales organizados e institucionales lo están entendiendo, tengo mis dudas con algunos sectores opositores. En el gobierno, parte de la “boliburguesía” civil y militar, también lo entiende, por la sencilla razón que buena parte de sus negocios, lícitos e ilícitos, están internacionalizados y exigen cierta apertura política, el problema es que en el régimen el núcleo de poder dominante, vincula su permanencia en el poder al “modelo cubano” y aparenta querer cambiar sin cambiar.
El otro aspecto al que nos remite la fragilidad del sistema y de las personas, es que somos un estado-fallido y en muchos aspectos un estado-forajido. No hay un lugar del sistema burocrático civil y militar en dónde la corrupción no esté presente y lógicamente estamos hablando de personas, a todos los niveles, cuya ética pública y moral privada deja mucho que desear. La honradez, la transparencia y la responsabilidad no es precisamente la conducta dominante en muchas instituciones. A la crisis social, económica y política hay que agregar la crisis espiritual e histórica de falta de confianza en nosotros mismos y en el país, para recuperarse y seguir avanzando como nación, no se trata de optimismo sino de concepción de la vida y de la historia. En primer lugar lo que llamo la “filosofía del Quijote”, nunca darse por vencido. En segundo lugar, lo que Ernest Bloch llamó “horizonte de esperanza”, reducir la vida al aquí y al ahora y a un yo egoísta, es un empobrecimiento existencial y renunciar al futuro es fallarle a nuestros hijos y nietos y en general a las generaciones por venir. “Pero yo no lo voy a ver” repiten muchos, como si un país, una sociedad, una humanidad en permanente movimiento, pudieran reducirse a un yo.
Tenemos que reinventarnos desde la educación y el talento y la responsabilidad. Quizás es lo que nos ha estado faltando, un proyecto-país real, pero en el siglo 21 como lo fue la emancipación, como lo fue la democracia y como esta debe ser recuperada sin los vicios del pasado.
La fragilidad no es una condena es una clara manifestación de una sociedad enferma Al tomar consciencia de la enfermedad, puede ser curada y la cura comienza en la política, como expresión de las estructuras de poder; el dilema es simple opresión o libertad, dictadura o democracia.