Juan Guerrero: El guayabo de Shakira

Juan Guerrero: El guayabo de Shakira

Hace poco más de 20 años, en un Simposio de Literatura Venezolana en Porlamar, isla de Margarita, la profesora Pilar Almoina, investigadora de la literatura oral, leyó una ponencia sobre un tema poco conocido para los eruditos y académicos vinculado al despecho amoroso.

En la zona del llano venezolano se le denomina generalmente al despecho amoroso, como ‘guayabo’ aunque el término, con los años, ha alcanzado mayor dimensión.

Pues bien, en dicha ponencia la profesora Almoina indicaba, que, a diferencia de otras sociedades, y específicamente en Venezuela, el guayabo se sufre, se comparte y se vive con una intensidad que lo hace particularmente original y con mucha creatividad. Para ese tiempo ella manifestaba que se estaba dando un ‘fenómeno’ como era la participación de la mujer y lo femenino en un espacio que era asumido por el hombre de manera explícita. –Lo vemos, indicaba, en los botiquines donde el hombre encuentra en las canciones que escucha en la rockola, el placer de una música que le alimenta ese sentimiento amoroso. –Pero, indicaba, es en la música donde se aprecia la participación de la mujer en temas usualmente protagonizado por hombres.





El respaldo de canciones, básicamente en la voz recia de hombres, encuentra en la música del llano (joropo), el alimento sentimental que sirve y da pie a la vivencia del despecho femenino. Por lo tanto, el despecho se vive, se comparte y se alimenta en un duelo que, mientras más intenso mejor. Pero resulta que ahora el despecho ha sido también asumido por la mujer, quien, de sufrirlo por décadas en la soledad de las cuatro paredes, en silencio y de manera anónima, es sacado a la calle y declarado públicamente.

El despecho o guayabo es una experiencia única vivida de manera excepcional por el ser hispanoamericano. Una francesa, por ejemplo, cuando finaliza una relación amorosa, por lo general, va al baño, se mira al espejo, llora, se seca las lágrimas, se lava la cara, se pinta los labios y sale a la calle sin mayor drama a seguir viviendo su vida. Similarmente lo hará una canadiense y ni se diga, una inglesa.

Pero una hispana, no. Eso se aprecia en la música llanera en boca de mujeres que declaran su guayabo a los cuatro vientos. O la mexicana, Paquita la del barrio, o tantas otras que han asumido con valentía semejante experiencia y la dejan plasmada en la música. No entraremos a calificar ni sentenciar sobre la actitud ni individualizar sobre el hecho en particular, de la cantante colombiana. Interesa es apreciar cómo el sentimiento del despecho ha ido escalando en la sociedad, desde los tiempos provinciales del imperio hispánico, hasta nuestros días.

Atrás han quedado los desencuentros amorosos de hombres despechados, que cantaban y siguen cantando sus tristezas en bares de mala muerte, arrastrando sus borracheras por las aceras hasta estos tiempos de canciones de estribillos simples y pegajosos, y donde el desarrollo tecnológico de última generación, amplifica y mundializa cualquier hecho cotidiano.

No interesa tanto que sea, Shakira, Piqué o Vargas Llosa el sujeto protagonista del despecho. Es la ‘identificación’ de un hecho cotidiano que, presentado desde la banalidad más elemental, es traducido inmediatamente por una humanidad hispana, que, en su cotidianidad, su anonimato y desde su trivialidad, vive y se sabe cercano a lo que está presenciando.

Coloco el nombre del premio Nobel para que se aprecie que este hecho no tiene nada que ver con clasismo ni otro término discriminatorio. Sería interesante ver este asunto del despecho desde una óptica más trascendente y darnos cuenta, como se aprecia, que ha estado presente, como la investigadora Pilar Almoina ya lo ha adelantado, en la tradición oral venezolana y que, en los últimos tiempos, alcanza sus rasgos particulares con la presencia de lo femenino y sus tragedias. Así como Shakira vivió su guayabo y lo ‘elevó’ a niveles un tanto más estéticos, anunciándolo a los cuatro vientos, también Vargas Llosa, a su manera (leyendo en francés), asumió el suyo. Más refinado y quizás ‘prosopopéyico’ que el hispano guayabo de la barranquillera. Pero, al fin y al cabo, lo interesante es darnos cuenta de ciertas particularidades de estos tiempos: El despechado nunca va a estar desamparado. El mundo, ahora más entremezclado e interconectado, lo va a acompañar en su dolor. Y, sobre todo, es posible capitalizar el sentimiento del desamor desde niveles artístico literarios. Lo sabe Shakira y esperemos que Vargas Llosa, también.

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