Rina deambula semidesnuda y descalza junto a un basurero de la ciudad portuaria de Guayaquil. Está bajo el efecto de la “H”, una droga barata, adictiva y en auge entre los más pobres de Ecuador.
La imagen fue registrada en video en vísperas de Año Nuevo y llegó a manos de funcionarios de salud municipales que acudieron a rescatarla.
“Cuando consumo, escucho voces“, dice a la AFP la joven de 24 años que no da su nombre real. Ahora está postrada en una clínica de la ciudad donde sigue un tratamiento de desintoxicación, el segundo en menos de un año.
Rina robó y se prostituyó para comprar “H”, un polvo blanco a base de heroína que se vende a un dólar cada gramo, mientras que el de cocaína oscila entre tres y cinco dólares.
La “H” es más barata pero también más tóxica.
“Hemos encontrado cal, cemento, éter, veneno para ratas y hasta ketamina, un analgésico usado en caballos“, explica la siquiatra Julieta Sagñay, del Instituto de Neurociencias, una oenegé guayaquileña que atiende a adictos.
En Guayaquil, con casi tres millones de habitantes y centro logístico del narcotráfico, se decomisaron 162 kilogramos de esta droga sintética en 2022, según datos oficiales.
Sagñay recibe cada vez más consumidores de “H”, aquejados por un deterioro peor que cualquiera de sus otros pacientes.
“Si alguien ha visto a los zombis de Filadelfia (en Estados Unidos), donde hay adictos caminando doblados, eso ya lo tenemos en Guayaquil”, asegura la especialista, con más de 30 años de experiencia en adicciones.
Tras seis meses de consumo, un “hachero” mueve las piernas de manera incesante, se rasca, no duerme ni come.
Y la “mona”, o síndrome de abstinencia, es tan letal, señala Sagñay, que no se soporta sin un tratamiento farmacológico de al menos ocho días.
Clínicas “nazis”
Guayaquil tiene tres clínicas públicas para adicciones que no dan abasto. La oferta privada supera la treintena, pero pueden costar hasta 700 dólares mensuales en un país con un sueldo mínimo de 450.
Por eso, cuando la adicción los carcome, algunos “hacheros” se entregan desesperados a centros clandestinos de desintoxicación.
“Me pegaban, me metían en un balde de agua fría y comíamos cabezas de pollo todos los días“, recuerda Hugo Mora, quien hace unos cuatro años estuvo en una clínica ilegal sucia, lúgubre y sin ventanas en la que pagaba 150 dólares mensuales por dejar de aspirar o fumar “H”.
No lo logró.
Este vendedor informal de 24 años lleva una semana internado en el Hospital Municipal Bicentenario de Guayaquil, luego de pasar por dos clínicas “nazis”, como llama a las clandestinas por sus métodos macabros: golpes, encierro y dietas de hambre.
Allí son frecuentes los incendios, provocados por los mismos pacientes en intentos por escapar. En 2019 fallecieron 18 personas, luego de que prendieran fuego a unos colchones en un clamor de auxilio.
Mora se siente más aliviado desde que está en el Bicentenario, según cuenta a la AFP desde su camilla en un salón amplio de paredes blancas y 14 camas, de las cuales once están ocupadas.
Este hospital recibe hasta 150 pacientes diarios y el 90% es por consumo de “H”, dijeron las autoridades.
Enfermos y perseguidos
El cóctel de la “H” contiene menos de 3% de heroína, estima Segundo Romero, psicólogo forense y policía retirado.
“Como hay tan poca droga pura, el adicto necesita consumir más y compra más”, sostiene.
De un gramo de heroína, el microtraficante obtiene 40 de la “H”, un mejunje que provoca síntomas psicóticos y alucinaciones.
En Durán, una ciudad ubicada frente a Guayaquil, el Cerro Las Cabras es conocido como un supermercado de drogas, donde el expendio de “H” mueve hasta un millón de dólares al mes, según cálculos oficiales.
De su época policial, Romero guarda en la memoria una postal siniestra de la “H”.
En una prisión encontró a varios reclusos amainados y con sus rostros cubiertos de polvo. “Como no tenían más droga, habían rasguñado las paredes y se metieron pintura blanca en las fosas nasales”, recuerda.
Según el centro de investigación Insight Crime, la “H” se instaló en Guayaquil hacia 2011, de la mano de colombianos que buscaban ampliar el mercado de la heroína. Del boom actual se lucran bandas locales que se disputan el negocio a sangre y fuego.
Un pandillero de 13 años, macilento y que se estrenó en las drogas con la “H”, responde a cuentagotas las preguntas del doctor en el Bicentenario.
Oriundo de la provincia de Esmeraldas, fronteriza con Colombia, llegó hace unos días implorando auxilio ante su adicción a múltiples sustancias.
Familiares temen hospitalizarlo y que sea presa fácil de los narcotraficantes.
“Al hermano mayor ya lo mataron y a él ahora lo persiguen los de la banda contraria”, deplora su tío bajo condición de anonimato.
AFP