El mundo guarda un sinfín de cosas increíbles dentro de sí, de todo tipo, tamaño, color y textura. Entre este cúmulo de materiales que custodia la tierra se pueden encontrar rocas y minerales, cada uno con un valor distinto que lo hace especial. En el ámbito de los minerales hay de toda clase pero lo que no se puede negar es que hay algunos mucho más anhelados y buscados que otros, ya sea por su rareza o por su gran valor monetario, como los diamantes, considerados la piedra preciosa de mayor valor económico y máxima dureza.
Por Infobae
El escritor Julio Verne tenía una extraordinaria capacidad visionaria. Entre otras de sus profecías literarias, en La Estrella del Sur (L’Étoile du sud) increíblemente narró una historia que se hizo realidad poco antes de su muerte: en su novela describía un enorme diamante que desaparecía misteriosamente y resultó que en enero de 1905 se descubrió el diamante más grande que se haya encontrado en toda la historia: el Cullinan.
El hallazgo más brillante del mundo
La palabra diamante proviene de los términos griegos “adamas” o “adamantem” que significa invencible, indomable, duro. El diamante es la forma cristalina del carbono que se origina gracias al calor y presión extremas cristalizándolo. Sus cristales tienen forma de masas granulares compactas o redondeadas; frecuentemente tienen formas de octaedros y dodecaedros que son muy raras en cubos. Impresionan por su extraordinaria dureza, su brillo y luminosidad.
Los diamantes conocidos por los romanos debían de provenir de la India, que fue hasta el siglo XVIII la única fuente conocida de estas piedras preciosas.
El Cullinan, también conocido como Estrella del sur en honor a Julio Verne, es el mayor diamante hallado en toda la historia de la humanidad. La gema se formó hace miles de millones de años en el manto terrestre, tardando todo ese tiempo en ir recorriendo los centenares de kilómetros que lo separaban de la superficie arrastrado por la roca que lo contenía por el magma. Y fue el 25 de enero de 1905 cuando lo halló Frederick Wells, el gerente de superficie de la Premier Diamond Mining Company, una excavación minera del Transvaal cerca de Pretoria, Sudáfrica, colonia que los británicos arrebataron a los bóers tras la Segunda Guerra Mundial.
Al final de la tarde Wells, en su inspección vespertina, divisó un reflejo de sol a unos pocos metros de la superficie del tajo abierto de la mina. En algunos relatos se dice que el Cullinan fue notado por primera vez por un trabajador negro, quien señaló al gerente su propio hallazgo. Lo cierto es que fue Wells quien bajó por la pared lateral del tajo abierto y extrajo el objeto con su navaja; era una pieza enorme.
El gerente llevó la gema recién hallada a las oficinas de la mina donde, cuenta la leyenda, en un primer momento lo descartaron como un diamante, tirándolo por una ventana. Enseguida Wells lo recuperó y en un examen más exhaustivo descubrió que se trataba de un diamante de la más pura calidad con propiedades nunca antes vistas.
La noticia causó sensación y los periodistas empezaron a hablar del “diamante de Cullinan” -en referencia a Sir Thomas Cullinan, presidente de la compañía minera-, de manera que le quedó el nombre. La expectación fue tal que cuando se llevó a Johannesburgo hubo que exhibirlo al público en el Standard Bank y lo visitaron miles de curiosos.
El Koh-i-Noor, con sus 108 quilates, había sido durante mucho tiempo el diamante más grande del planeta luego el Excelsior, encontrado en 1893 en la mina sudafricana de Jagesfontein, lo superó ampliamente con 972 quilates. Pero el hallazgo del Cullinan pulverizó todos los récords, ya que era tres veces mayor, con nada menos que 3.106,75 quilates -más de medio kilo-, midiendo 10,1 centímetros de largo por 6,35 de ancho y 5,9 de grosor. Resultaba imposible que alguien cerrara la mano alrededor de la piedra; sumado a eso, tenía la mitad de sus caras lisas, lo que indicaba que sólo era una parte desgajada de una gema más grande.
Un destino imperial
Ningún particular podía permitirse el lujo de comprar el Cullinan. Así, dos años más tarde, en 1907, el general Louis Botha solicitó a la Cámara del Transvaal que autorizase al Gobierno de Pretoria adquirir el diamante por 150.000 libras, con objeto de ofrecérselo al rey británico Eduardo VII como regalo de su sexagésimo cumpleaños y demostración de lealtad del pueblo bóer.
En un primer momento y llevada por la prudencia, la Corona inglesa rechazó el obsequio. Pero, Winston Churchill, viceministro para las colonias en esa época, consideró que, ante un regalo semejante, era mejor dejar los sentimientos a un lado y aceptar la donación.
El diamante pronto encontró su camino a Londres. Fue trasladado a Inglaterra por el correo Parcel Post en medio de unas medidas de seguridad tan poco comunes que incluyeron depositarlo en la caja fuerte de un barco de vapor protegida las 24 horas del día por detectives. O eso se creyó entonces, ya que todo resultó ser un señuelo con una piedra falsa a manera de maniobra de distracción, mientras el verdadero diamante se enviaba en una sencilla caja mediante correo certificado.
La renombrada firma Royal Asscher Diamond Company de Países Bajos fue la encargada de tallarlo. En febrero de 1908, una audiencia notable se reunió para ver a Joseph Asscher tallar la enorme piedra. Para producir diamantes grandes y hermosos, necesitaba golpear el Cullinan exactamente en el lugar correcto. El diamante resultó tener una calidad tan excepcional que, en su primer golpe, su hoja de acero se rompió, mientras que la piedra permaneció intacta sin que dejara ningún rasguño sobre su superficie. Despidió a todos los presentes y se puso a trabajar creando herramientas más grandes y fuertes.
La semana siguiente, armado con nuevos instrumentos, Joseph reanudó su trabajo y no permitió que nadie más que el notario público entrara a la sala de corte. Asscher se desmayó después de golpear el diamante Cullinan con un tremendo golpe. Más tarde comentó que la adrenalina que lo invadió en el momento en que la piedra se partió fue tan fuerte que todo lo que podía pensar en hacer era examinarlo y verificar su mano de obra una y otra vez antes de correr a la habitación contigua para compartir las buenas noticias.
El resultado fueron nueve diamantes de algo más de un centenar de quilates cada uno y 96 pequeños brillantes de menos de un quilate. Excepto los dos de mayor tamaño, bautizados con los nombres de Cullinan I (de 530,20 quilates) y Cullinan II, que se destinaron al Cetro Real, usado por el soberano británico en ocasiones como la coronación de un nuevo monarca, el mismo cetro que Carlos III sostendrá en su mano izquierda el próximo 6 de mayo en la Abadía de Westminster, en el momento de su coronación y que ha pertenecido a los monarcas británicos desde el siglo XVII. El diamante también puede desmontarse y transformarse en un colgante.
A su vez, el llamado Cullinan VI lo compró Eduardo VII para regalárselo a su esposa, y todos los demás permanecieron en la capital holandesa en concepto de pago a los Asscher por su trabajo. O así fue hasta 1910, en que el gobierno sudafricano los adquirió y se los donó a la reina María, mujer de Jorge V (que ese año sucedió en el trono a su padre), quien engarzó parte de ellos en una cadena de platino. Dado que María también heredó el citado Cullinan VI, todos los diamantes pertenecieron luego a Isabel II que, una vez fallecida, forman parte de las Joyas de la Corona.
Los entendidos explican que si se hubiera decidido no cortar el Cullinan, se estima que valdría más de dos mil millones de dólares.
El diamante de la controversia
La opinión pública en Sudáfrica se vio envuelta en un debate que se disparó el año pasado, tras la muerte de la Reina Isabel II: exigir al Reino Unido la devolución del mayor diamante tallado en el mundo.
Para seguir leyendo, clic AQUÍ.