El 17 de enero de 1961, el entonces presidente de EE.UU., Dwight D. Eisenhower, dio su último discurso a la nación desde la Oficina Oval, tres días antes de dejar la Casa Blanca. Eisenhower advirtió al pueblo americano, y a los amantes de la libertad, sobre los peligros que enfrenta la república. En su discurso, el presidente americano comenzó por recordar el objetivo central de un gobierno libre: “mantener la paz; fomentar el progreso en el logro humano, y mejorar la libertad, la dignidad y la integridad entre las personas y entre las naciones”. Ese objetivo central de un gobierno libre, según Eisenhower, estaba bajo la amenaza constante de una “ideología hostil: con alcance global, atea en carácter, despiadada en propósito e insidiosa en método”. En 1961 esa ideología tenía nombre y apellido, y se trataba del comunismo promovido por la Unión Soviética. Pero más allá de la amenaza externa, Eisenhower advirtió sobre la amenaza interna a una sociedad libre.
El presidente número 34 de EE.UU. advirtió a los pueblos de un gobierno libre sobre la adquisición indebida de influencia sobre los consejos de gobierno. En particular, por parte del complejo industrial-militar, que para 1961 era la punta de lanza del poder de EE.UU. en el mundo. Eisenhower también advirtió de los efectos corrosivos de la corrupción y de la amenaza de la dominación nacional por parte de grupos de interés económicos y una élite tecnológica. Y, por último, Eisenhower subrayó la importancia de que la ciudadanía de una sociedad libre esté alerta y en conocimiento de la amenaza, para así poder compeler al poder industrial a trabajar en favor de los objetivos de un gobierno libre.
Complejo industrial de asistencia
Unas cinco décadas después de las sabias advertencias del presidente Dwight D. Eisenhower, nos encontramos un mundo aparentemente distinto, pero sucumbiendo ante las mismas amenazas. La punta de lanza del poder de EE.UU. a nivel mundial ya no es el complejo industrial-militar, a pesar de aún ser un pilar central de la superpotencia. La realidad es que, desde la Segunda Guerra Mundial, el uso de las fuerzas armadas de EE.UU. a nivel mundial ha sido cada vez menos eficaz en lograr los objetivos establecidos. Desde Vietnam, la primera y segunda Guerra del Golfo Pérsico, la invasión en Afganistán, hasta las intervenciones quirúrgicas en Libia y Siria, el saldo final de las intervenciones ha sido desastroso para el mundo y los objetivos de EE.UU.
El fin de la Guerra Fría y el fracaso de las intervenciones militares impulsó a EE.UU. a refinar un complejo industrial de asistencia humanitaria/desarrollo económico, como punta de lanza de la política internacional. Presuntamente, los objetivos no son muy distintos a los propuestos por Eisenhower y deberían restringirse a promover la paz, el progreso humano, y la libertad y dignidad del individuo.
En Afganistán, por ejemplo, la justificación política de la invasión pareciera aun estar en línea con los objetivos de un gobierno libre: mantener la paz, promover el progreso y defender la libertad. Durante 20 años de ocupación, el Gobierno de EE.UU. gastó cerca de $2 trillones y desembolsó más de $134 mil millones para proyectos de seguridad, desarrollo y reconstrucción. Sumando los desembolsos de países aliados a EE.UU., Afganistán recibió alrededor de $200 mil millones en los últimos 20 años. Para poner en contexto los montos: si esos $200 mil millones se hubiesen entregado en efectivo a los afganos, cada uno habría recibido el equivalente a 20 años de salario promedio.
Desde 2010, el Gobierno de EE.UU. ha dado más de $6 mil millones en asistencia humanitaria a Haití. En total, el país caribeño ha recibido alrededor de $15 mil millones desde el terremoto de 2010, contando donaciones de otros países y la ONU. El equivalente a más de $13 mil para cada haitiano, y cerca de 10 veces el PIB per cápita del país actualmente.
A la fecha, el Gobierno de EE.UU. ya ha desembolsado más de $24 mil millones en asistencia financiera y técnica para Ucrania (sin contar la asistencia en materia de seguridad y equipos militares). Los millones, billones y trillones se empiezan a confundir cuando sumamos los casos de asistencia a Irak, Libia, Venezuela, Birmania, todo en nombre de la paz, la democracia y la libertad.
Corrupción y lo ilícito
Según la Oficina del inspector general especial para la reconstrucción de Afganistán del Gobierno de EE.UU., cerca de 30% de los fondos destinados para Afganistán se “perdieron” en sobrecostos y corrupción. Estamos hablando de $19 mil millones que se perdieron según las cifras oficiales del mismo gobierno que desembolsó el dinero (¿cuánto más habrá sido?). No solo eso, sino que, después de 20 años de asistencia, hoy los Talibanes están nuevamente en el poder y los derechos humanos y las libertades básicas en peor estado que en 2001. Y aunque es un caso distinto, es importante mencionarlo: el caos que causó el Estado Islámico en la última década ocurrió con armamento y vehículos militares “Made in USA”.
En Haití, similarmente, tras una década de desembolsos en “asistencia humanitaria”, el Gobierno de EE.UU. estaba promocionando a un gobierno ilegítimo. El presidente haitiano Jovenel Moïse, antes de ser asesinado en 2021, contaba con el apoyo del Gobierno de EE.UU., a pesar de que el mandatario había sido elegido con el favor de menos de 18% de la población y había permanecido en el poder tras el fin de su mandato. El Gobierno de Haití, y su territorio, está controlado por grupos narco-criminales. Tanto es así que el asesinato del expresidente fue para ocultar una supuesta lista detallando los lazos entre el gobierno y el narcotráfico. Su asesinato fue el producto de una operación con exsoldados colombianos contratados por una empresa de seguridad registrada en EE.UU. operada por venezolanos… aun así, el gobierno de Joe Biden donó otros $180 millones a Haití en 2022. Otro caso diferente, pero importante mencionar, es que, según el Gobierno mexicano, entre 70%-90% de las armas incautadas a narcotraficantes en México provienen de EE.UU.
Y esta misma semana, una decena de altos oficiales del Gobierno ucraniano liderado por el mítico Zelensky renunció ante pesquisas anti corrupción. Entre ellos, el viceministro de Defensa, que se vio involucrado en la compra con sobrecostos de insumos militares. De esto advertía Eisenhower hace 5 décadas, del poder indebido del dinero y su control sobre los tecnócratas. La sabiduría de Eisenhower iba más allá del resentimiento en contra del dinero mal habido. Para el exgeneral americano, la pérdida de libertad era también producto de una nociva dinámica producto del gasto público ilimitado: “un contrato gubernamental se convierte virtualmente en un sustituto de la curiosidad intelectual”.
Eisenhower, en su discurso en 1961, advirtió sobre la “tentación de sentir que alguna acción espectacular y costosa podría convertirse en la solución milagrosa a todas las dificultades actuales”. El balance de los poderes es imperativo para mantener la paz, garantizar el progreso humano y defender la libertad del individuo. El gasto público exorbitante crea un desbalance de poder que corroe los principios de una sociedad libre y alimenta y engorda lo ilícito. Y lo ilícito, lo iliberal, trae consigo violencia y pérdida de libertad.
Privatización del poder y erradicación del individuo
Desde el inicio de la pandemia en 2020, los países democráticos se hallan en estado de emergencia constante. En América Latina, la emergencia de seguridad y emergencia social se sumaron a la emergencia sanitaria. Por tres años, todos los problemas en nuestras sociedades han sido afrontados con una solución única: mayor gasto público y asistencia social. La realidad es que hemos rogado por desbalancear el poder en nuestras sociedades. Ante el temor, algunos pidieron los confinamientos; ante la inseguridad, aceptamos la hípervigilancia; por hambre, aceptamos el yugo.
El complejo industrial de asistencia humanitaria/desarrollo económico permite que países como Cuba, China y Catar sean miembros del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Este complejo industrial de asistencia humanitaria es el mismo que tiene a un sin fin de tecnócratas, sugiriendo qué hay que negociar y favorecer con el régimen de Maduro para aliviar la crisis que el mismo está ocasionando en Venezuela. Es el mismo complejo de poder industrial que tiene anuncios de niños muriendo de hambre y piden tu donación, pero que acepta como normal que 30% se vaya en corrupción. Ha llegado al punto que hemos permitido la privatización de los consejos de nuestros gobiernos. Fácilmente identificamos qué petrolera está detrás de qué campaña política, o qué compañía de energía verde está promoviendo los estudios “científicos” que los medios masivos publican. Detrás de cada campaña humanitaria hay un ejército de contratistas mórbidos que orquestaron cada argumento para sustentar lógicas para que el poder político apruebe desembolsos masivos. Los títulos de los grandiosos planes gubernamentales compiten con los montos aprobados, por lo ridículos que son.
La tercerización de la solución de los problemas sociales únicamente alimenta la arrogancia de la clase política, aviva la avaricia de la élite económica, pero sobre todo, esclaviza al individuo y lo vacía de toda agencia. La libertad requiere coraje. La libertad requiere de la espontaneidad del individuo para superar sus obstáculos. Recordemos las palabras de Big Ike: “debemos evitar el impulso de vivir sólo para hoy, saqueando, para nuestra propia comodidad y conveniencia, los preciosos recursos del mañana. No podemos hipotecar los bienes materiales de nuestros nietos sin correr el riesgo de perder también su herencia política y espiritual. Queremos que la democracia sobreviva para todas las generaciones venideras, no que se convierta en el fantasma insolvente del mañana”.