Es 2008. Estamos en Cincinatti, Ohio. Larry Baur y sus hermanos menores conducen en dirección a la funeraria para recoger las cenizas de su padre. Van camino a cumplir el último deseo de Fred: la ejecución de lo que ellos llaman “Plan Pringles”.
Por Clarín
Antes de llegar a destino, los Baur se detienen en un Walgreens. Entran. Sin distracción encaran hacia la góndola de los alimentos. Buscan papas fritas.
Demoran unos segundos en hallar los alargados tubos de Pringles, pero ellos ya están allí, frente a sus ojos, aguardando a ser comprados. Tiempo de debate.
“¿Qué gusto llevamos?”, pregunta un Baur. ¿Cebolla y crema? ¿Barbacoa? Larry no tiene dudas: su padre habría querido que lo enterraran dentro de una lata de Pringles sabor original.
Anatomía de un envase de Pringles
¿Qué motivó a Fred Baur a querer descansar eternamente dentro de un tarro de Pringles?
Las Pringles más primitivas, aquellas de finales de los sesenta y comienzos de los setenta y que solo circulaban en Estados Unidos, molestaban un poco a los locales. El típico rechazo popular al cambio, a lo diferente.
Para un entendido como Phil Lempert, creador de supermarketguru.com, la curvatura, el tamaño y el color uniformes de estas fritas no encajaban con el individualismo de la década. Baur coincide: las Pringles tardaron años en ser aceptadas.
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