Cada vez nos estremecemos más con la solicitud pública de una contribución económica para que alguien pueda iniciar o proseguir un tratamiento médico, adquirir un fármaco o realizar una intervención quirúrgica, desde una modesta fractura hasta una quimioterapia. Estos llamados aparecen a diario por las redes sociales como una petición de colaboración. No se trata de pedilones profesionales que han llegado a las más sofisticadas redes digitales, ni de estafadores que prosperan por doquier conformando sendas mafias que, ¡nada casual!, sabemos las hay por doquier y el Estado no puede descubrir y sancionar penalmente. No.
Estas peticiones algunas veces vienen de personas conocidas y reconocidas, con una trayectoria profesional y pública que les ha dado credibilidad y generado respeto, pero que, simplemente, no tienen para pagar los altos costos médicos. Ciudadanos normales que ya vendieron el carro, los peroles electrodomésticos y ofrecen en venta la vivienda, que tanto les costó comprar y por la cual les quieren dar cuatro lochas. Ciudadanos que tomaron todas las previsiones del mundo en su vida profesional, pero que de nada sirve cuando se está bajo el arbitrio de regímenes tan caprichosos e irresponsables como el venezolano que nos metió en una crisis humanitaria compleja y en un oleaje inflacionario que no tiene paz con la miseria y que ha llevado al venezolano a la actual y triste realidad.
Otros casos similares pasan en los grandes y pequeños partidos políticos, los que son tales, con dirigentes y gente que suelen movilizar, que poseen cuenta en las redes sociales y hasta material POP a granel; sin olvidar la posibilidad de acceder a una planificada propaganda. Partidos que tienen líderes intermedios que hacen su trabajo de proselitismo, muchas veces riesgoso, pero que a la hora de una enfermedad deben apelar a la caridad pública. Podría decirse que esto en sí mismo no tiene, ni tendría, nada de malo porque es una apelación a la solidaridad.
Sin embargo, la situación es dolorosa por lo que se deriva. No solo nos referimos a la militancia de base, cambiante o inconstante, sino también a los valiosos cuadros intermedios de perdurable trabajo, constante desempeño, expuestos a los órganos represivos del gobierno, sin guardaespaldas. Así vemos una realidad dolorosa, por no decir asquerosa, que los grandes líderes nacionales, los tres o siete que deciden la marcha de la organización en todo el país, van y vienen del extranjero, son extraordinarios comensales de restaurantes de lujo más allá o más acá de las fronteras, tienen a sus hijos en los colegios más exquisitos en este u otro país, disponen de automóviles y protección personal, tienen buen sistema alarma en casa, dictan cátedra sobre lo divino y humano, pero… son incapaces de ayudar a los propios compañeros de los que se han servido. Y, como remate, estos indolentes se fastidian si se les requiere una contribución. A lo sumo, pueden recomendar a un buen médico de una excelente clínica, venezolana, norteamericana o europea, pero no aflojan ni medio para ayudar a pagar el transporte.
La actividad política pareciera ser un trabajo como cualquier otro, pero realmente no lo es, pues estamos hablando del destino del país; de un país que vive bajo un modelo político destructivo, con gran parte de sus libertades coartadas. Una actividad de alto riesgo. Nadie dice que es una actividad económicamente rentable de carácter comercial o industrial que debe dar dividendos, como lo entienden los delincuentes que incurren en la corrupción, no para calmar el hambre o para ayudar al que lo necesite sino para rumbearse la plata en los casinos del Caribe, o para tener una vida ostentosa de primer mundo.
El partido debe ser una especie de entidad de mutuo auxilio y solidaridad. Una cosa es que a nadie le alcance un centavo para ayudar a todos, y otra muy diferente es el abuso. Es aceptable que haya dirigentes esforzados y arriesgados que tengan que apelar a la opinión pública; sin embargo, hay otros muy próceres y nacionales que están explotando en dinero, que en algunos casos ”llegó de la nada”, van a pasar las vacaciones en Miami o Madrid y, de paso, se ponen bravos porque un venezolano los fotografía y los publica en un restaurante lujoso y conocidísimo.
Esta triste realidad que vivimos a diario y que la vemos reflejada en todos los niveles sociales está dividida: muchos viven muy mal porque su calidad de vida día a día disminuye, mientras otros llevan una vida más asequible en una Venezuela distinta. Estos últimos viven en una pequeña burbuja, llenos de lujos y prebendas a las que el ciudadano de a pie no tiene acceso. La mayoría de los venezolanos apenas si reciben pequeñas dádivas del gobierno, el cual las refleja como un gran aporte social a una población que lo que quiere es una remuneración digna y acorde con su esfuerzo y su trabajo. Necesitamos continuar resistiendo, insistiendo y persistiendo en nuestros esfuerzos, nuestra visión de nuevo país y la convicción democrática para crear conciencia ciudadana y política que impulsen la creación de un mejor país.
@freddyamarcano