Pedro Vicente Castro Guillen: Educación y democracia

Pedro Vicente Castro Guillen: Educación y democracia

Pedro Vicente Castro Guillen @pedrovcastrog

La Educación guarda una especial relación con la democracia. Como lo muestra el hecho de que su aparición originaria es en la Grecia antigua, una civilización que se caracterizó por el concepto de Paideia, que se puede traducir de manera liberal como formación/educación, entre su más importante ideal cultural. La forma política democrática estuvo asociada al desarrollo del valor de la política como Areté en la participación de los ciudadanos en la conducción de los asuntos públicos e implicó el desarrollo de la educación a partir de una visión que se centró en el hombre, en su capacidad de razonar, de alcanzar cierto saber ético/moral a partir de un esfuerzo intelectual propio del logos, como razón y diferencia específica del humano. 

Fue el movimiento sofista a través de la educación a quien correspondió desarrollar aquellas disposiciones conceptuales capaces de hacer florecer la democracia. Fueron la distinción entre nómos y phýsis que se fundamentaba en el no reconocimiento de verdades universales y eternas, en la retórica como método de la persuasión, un cosmopolitismo pan griego y el que fueran maestros especializados en arte de la política propugnando una Areté propia del comportamiento político y que debía regir los asuntos de la ciudad lo que lo convirtió en el movimiento que se asoció a la democracia. 

Con el advenimiento de la época moderna con las revoluciones Burguesas inglesa y francesa, se inaugura una nueva era, primero republicana y luego democrática. Lo que va a caracterizar la modernidad va a ser la irrupción de las masas en el ámbito público en Occidente; por eso se convertirá en el único régimen político legitimo. Para ello se habrían de juntar varias tradiciones políticas, el republicanismo de Hobbes y Maquiavelo, el liberalismo de Locke, John Stuart Mill, Say, Sieyés, Turgot, Tocqueville entre otros; además la irrupción de las masas obreras y el sindicalismo y movimientos políticos de amplia base que fueron presionando hacia a un constitucionalismo democrático en el Siglo XX, que se generalizaría en la segunda posguerra mundial. Fue un largo recorrido histórico de al menos quinientos años, que desde el siglo XV, fue tallando el desarrollo del capitalismo y junto con él el acrecentamiento de las prácticas y conceptos basados en la igualdad, la libertad y la tolerancia, a partir del movimiento que le daría más lustre a esta tendencia como lo fue la Ilustración.





Pero, la democracia está profundamente ligada al desarrollo de las ideas, al desarrollo de la ciencia moderna, que nos informa que el mundo tiene un saber del cual el hombre se puede apropiar a partir de un método confiable, el científico; descubierto por Descartes y desarrollado por Malebranche, Hume, Leibniz, Newton, Kant -entre muchos otros-. El hombre podía apropiarse de ese conocimiento a diferencia del hombre premoderno, sin realizar ninguna conversión interna, solo bastaba desplegar el entendimiento metódico para extraer el saber. Para esto la educación se tuvo que generalizar e institucionalizarse para poder realizar la formación de un ciudadano libre que era el único posible en los estados democráticos modernos.

La educación para la democracia es una operación, me temo, descuidada en el mundo occidental. De las escuelas y universidades están surgiendo unas personas con capacidades varias, pero sin comprensión de la vida democrática; de ahí, las crisis que aforan en la actualidad, cuya característica más sobresaliente es la proliferación descontrolada de ideologías, cuyos espacios de incubación están precisamente en la enseñanza superior. Al mismo tiempo la formación, que es una operación extremadamente compleja se ve distorsionada por perspectivas economicistas o profesionalizantes; la preparación solo para el mercado de trabajo estrecha en extremo las perspectivas del ser humano.

Deberíamos entonces dirigir los esfuerzos por construir una educación capaz de comprender las diferencias; para la práctica del ejercicio crítico del pensamiento; desarrollar el pensamiento complejo dotada de criterios para valorar en sentido amplio las cuestiones científicas, sociales, económicas, humanísticas, culturales y éticas; y una disposición para la alteridad y compartir una vida signada por la compasión, la piedad, la amistad, la solidaridad y sentido de la justicia; que pueda neutralizar el pernicioso privilegio siempre creciente de la formación para el mercado bajo la noción de que el único aporte para la vida social del individuo es que pueda producir y ganar dinero. Este criterio tan limitado es la causa de los estragos malignos para el bienestar social y moral. Ya que la virtud ciudadana no sólo depende del ingreso sino del conjunto de capacidades, saberes y valores antes mencionados. 

Con toda razón, el intelectual neoclásico Hayek, nos advertía del “dilema de la especialización”; para él, poniendo el ejemplo del economista que se especializa -plantea-, que no solo puede ser un estorbo sino un peligro público; compaginándose con la opinión de Ortega y Gasset que nos prevenía de la “barbarie de la especialización”. Si ponemos nuestro empeño en superar este problema podemos aspirar a una existencia si no armónica, al menos capaz de procesar de manera razonables la abigarrada complicación de la sociedad actual, marcada por niveles de expectativas crecientes y cada vez más difíciles de compaginar, donde las diferencias aparecen disruptivamente producto de una subjetividad dividida e irreconciliable consigo misma. 

De nuestros argumentos anteriores, podría sacarse la conclusión de que abogo por una especie de aristotelismo, es decir, la formación de una élite capaz de discernimiento democrático. Nada más contrario a mi hilo de pensamiento, por ser precisamente antidemocrático. Antes bien, estoy siguiendo a Max Weber en su muy celebrada conferencia de 1919, La política como vocación; aquí plantea que la política moderna es la irrupción de las masas en la vida pública de ahí se llega a su encuadramiento en partidos de masas. Se produce una conjunción entre la participación masiva del ciudadano y la secularización; el deceso de las ideas universales e incuestionable; que es el mecanismo basal de la fractura social moderna; división que no es epistemológica sino ontológica, es decir, irreparable. Las masas movilizadas como agentes políticos producen o amparan los fenómenos tan incomprendidos como denostados de democracias plebiscitarias y/o populismos de toda índole. Abogar porque la democracia se sustente en un colegio de salvadores, como garantía neutralizadora de las masas en la esfera pública, no es otra cosa que abogar por la restauración de modelos autoritarios o totalitarios. Creo que el camino es volver a reivindicar lo ya planteado por James Mill en 1820 que “el sistema de representación era el gran descubrimiento de los tiempos modernos”. Esta revelación para que pueda ser el sustento de un sistema democrático tiene que basarse en que todos los ciudadanos sean educados para la democracia.

El que no se pueda desarrollar un modelo educativo que tome en cuenta estos problemas claves para la vida democrática, tendrá como consecuencia que de la educación egresarán, no ciudadanos, sino profesionales con escasa habilidad y disposición para la vida democrática. Pero también, y esto sería los más grave, al desposeer habilidades críticas estarán a disposición como pasto para las ideologías y supercherías de toda índole que hoy proliferan en las redes sociales y que los convierten en susceptibles de ser capturados en una esclavitud moral -que Kant sepa perdonarme el oxímoron-, por los demagogos. Que sería lo más denigrante y contrario a una sociedad democrática.

Para librar a las masas como el agente político contemporáneo de la demagogia y los demagogos, que prometen lo que el crítico del marxismo Lezek Kolakowski llamo el mito de “la autoidentidad humana”, el mito de la identificación del estado y la sociedad civil; el mejor camino es pensar la educación como el fundamento de la democracia, en los términos en los que la hemos examinado. Esta educación crítica  para la democracia debe ser el principio de la construcción de nuestro proceso educativo en Venezuela.