Finalmente, Daniel Ortega y sus secuaces capitalizaron el histórico triunfo de todas las fuerzas democráticas de una incontestable universalidad frente a la dictadura somocista por la que paradójicamente hoy brega tanto en reivindicar. Y, desde siempre, ha deseado destruir a la Iglesia Católica y, de atravesarse, otras creencias organizadas que tengan el desenfado de cuestionar a la ilustrísima familia presidencial.
No es de ahora el sabotaje sistemático a las propias actividades litúrgicas, imposibles de encubrir. Ni siquiera la invocación de Ernesto Cardenal ya logra el encubrimiento, mostrándose en toda su brutalidad la típica república bananera del socialismo real, patrimonio de la familia presidencial.
Negándose a abandonar a Nicaragua, entre 222 personas desterradas recientemente, a monseñor Rolando Álvarez le impusieron una condena de 26 años de prisión por “traición a la patria”, “menoscabo de la integridad nacional”, y por “propagar noticias falsas”, entre otros. Acusado de “soberbia” por el mandatario nicaragüense, el obispo tan injustamente detenido por agosto de 2022, sufre dignamente el martirio que no ha llegado a las habitaciones del Vaticano.
Cerca de 400 agresiones ha sufrido la Iglesia Católica, declarada “enemigo número uno” del gobierno de Managua. Asimismo, sólo faltaba el detallazo de la masiva e inédita expulsión de los presos políticos hacia Estados Unidos, enfermándolos aún más de la morbosa incertidumbre de un gesto nada humanitario, interesado en aumentar las tensiones y los conflictos.
Con sobrada razón, el continente africano recibe nuevamente la visita papal, pero en la República Democrática del Congo y en Sudán del Sur no encontrará a la Nicaragua silenciada. Nada dice Bergoglio del país centroamericano, por lo menos, en justa correspondencia con los abusos y desmanes que sufre. Y es que tampoco encontrará por allá a Venezuela: alguien debe decírselo.