Cuando sor Lucía de Jesús Rosa dos Santos murió ciega y sorda a los 97 años en el convento de las carmelitas descalzas en Coimbra, Portugal, el 13 de febrero de 2005 hubo quienes pensaron que esa fecha estaba marcada.
Por infobae.com
Porque los días 13, sin importar el mes, habían marcado su vida desde el lejano 13 de mayo de 1917, cuando Lucía tenía 10 años y no soñaba con ser monja, y vio con sus primos por primera vez a la Virgen mientras estaban en el campo haciendo pastar a las ovejas.
Fueron otros cinco días 13 cuando volvieron a verla y en otros días 13 escucharon también sus profecías. Y sería un día 13, muy lejano en el tiempo por entonces, cuando se cumpliría la última de ellas, la que guardó celosamente en secreto hasta que decidió revelársela a un Papa.
Un día 13 Lucía supo también que sus primos Jacinta y Francisco morirían pronto, pero que ella dedicaría su vida a la Iglesia porque, contó que la Virgen le dijo, “Jesús quiere servirse de vos para hacerme conocer y amar”.
Para los creyentes todo esto es rigurosamente cierto y Lucía, la pastorcita de Fátima, es venerada –porque va camino a ser beatificada– como la protagonista y destinataria de la más importante aparición de la Virgen durante el siglo XX.
Tres pastorcitos y un relámpago
El 13 de mayo de 1917 la gran guerra sacudía a casi toda Europa, pero no a Portugal. Era algo lejano para los tres pastorcitos que, como casi todos los días, arreaban a las ovejas familiares para que pastaran en las afueras de Ajustrel, una pequeña aldea de Fátima.
La niña mayor se llamaba Lucía dos Santos y tenía 10 años; la acompañaban sus primos Francisco Marto, de 9, y Jacinta, de 7. Relata la historia que eran hijos de familias devotas y que los tres chicos siempre rezaban el Rosario, pero que en lugar de decirlo completo sólo decían “Ave María” y corrían la cuenta.
Esa mañana, la del 13 de mayo, era luminosa, y caminaban con el ganado en dirección a Cova de Iría en busca de mejores pastos bajo un sol que brillaba sin nubes. Por eso les extrañó ver un relámpago atravesar el cielo y escuchar el trueno que vino después.
Creyeron que iba a llover y quisieron volver hacia sus casas, pero otro rayo les señaló una “nube de luz” –así lo contaron ellos– que rodeaba un árbol. Cuando se acercaron vieron a una misteriosa mujer “que brillaba como el sol y era de una inmensa belleza”.
Los tres la vieron y pudieron describirla, pero solamente Lucía la escuchó. La “Señora”, como la llamaron al principio, no le reveló quién era, pero le dijo que los tres deberían volver al mismo lugar y a la misma hora durante los siguientes cinco meses.
También le pidió a Lucía –y a través de ella, a sus primos– que mantuvieran el encuentro en secreto, pero la aparición era algo demasiado grande para chicos tan chicos, que apenas llegaron a sus casas les contaron a sus padres del encuentro con la misteriosa “Señora”.
La historia corrió de boca en boca y el 13 de junio, además de los tres niños, había unas cincuenta personas alrededor del árbol, una verdadera multitud si se tenía en cuenta la cantidad de gente que vivía en la aldea.
Ese día, Lucía y sus primos vieron y escucharon a la “señora”, los demás no vieron ni escucharon nada.
En ese segundo encuentro, la Virgen les dijo quién era y también lo que Dios tenía planeado para ellos. A los pequeños Francisco y Jacinta les anunció que muy pronto estarían en el cielo. En cambio, a Lucía le dijo que Jesús quería dedicara su vida a hacerla conocer a ella, la Virgen María.
Creyeran o no la supuesta predicción de la Virgen, de ser cierto que les dijo eso, el anuncio fue acertado. En los dos años siguientes, Francisco primero y Jacinta después murieron víctimas de la epidemia de fiebre española que azotó a Europa. Fueron dos más entre decenas de millones de muertos.
En cambio, Lucía sobrevivió para cumplir con la misión que le había sido encomendada.
Revelaciones y un “milagro”
Lucía y sus primos no faltaron a ninguna de las citas que les había fijado la Virgen. La voz se fue corriendo, primero por la aldea, después por Coímbra y otras ciudades cercanas y finalmente llegó a Lisboa.
Los días 13, mes tras mes, se iba sumando gente alrededor del árbol, esperando ver a la Virgen que se comunicaba con los tres pastorcitos. Unos iban por creyentes y devotos, otros para comprobar que todo era un fiasco y no faltaban los que se acercaban para burlarse de esos pobres campesinos ignorantes.
En julio, agosto y septiembre, sólo la vieron y la escucharon los niños, a los que la “Señora” les fue haciendo revelaciones que pidió que guardaran en secreto. También les pidió que rezaran por el fin de la guerra y por que “no se ofenda más a Dios”. Los demás siguieron sin ver ni oír nada.
La última supuesta cita de la virgen con los chicos era el 13 de octubre. Ese día se dio cita una verdadera multitud, pese a una lluvia que había transformado al campo en un barrial lleno de charcos. Según las noticias de la época, había unas 70.000 personas.
Amaneció lloviendo y así continuó durante toda la mañana. Los chicos llegaron junto al árbol y se arrodillaron. La historia cuenta que les enseñó una oración y les pidió que la rezaran todos los días. También que les hizo una última revelación.
La multitud, mientras tanto, seguía sin ver ni escuchar nada. La última cita parecía estar destinada a ser un nuevo fiasco. Entonces, contaría muchos años después Lucía, ella le recordó a la Virgen que le había prometido dar una señal para que todos creyeran en ella.
Había parado de llover, pero el cielo estaba completamente nublado. La Señora, entonces, giró la cabeza hacia el sol y Lucía hizo lo mismo. Entonces ocurrió “el milagro”.
La señal del sol
“Desde lo alto de la carretera donde se aglomeran los carruajes y donde permanecen muchos cientos de personas, que no se atrevieron a meterse en la tierra enlodada, se ve toda la inmensa muchedumbre volviéndose hacia el sol, libre de nubes, en el cénit. El astro parece una bandeja de plata sin brillo y se puede mirar el disco sin ningún inconveniente. No quema, no ciega. Diríase que está habiendo un eclipse. De repente se levanta un tremendo clamor y a los espectadores que estaban más cerca se les oye gritar: ‘¡Milagro! ¡Milagro! ¡Maravilla!’. Ante los ojos deslumbrados de aquellas gentes, cuya actitud nos trasplantaba a los tiempos bíblicos y que, pálidos de asombro, con la cabeza descubierta, contemplaban el azul del cielo, el sol vibró; el sol hizo movimientos bruscos nunca vistos, contra todas las leyes cósmicas; el sol bailó, según la típica expresión de los campesinos…”, escribió el cronista Avelino de Almeida, testigo del hecho, en el diario portugués O Século.
No se trata solamente de las crónicas, también se publicaron fotos en O Século y otros diarios.
“El sol giró sobre sí mismo en una loca voltereta (…) Hubo también cambios de color en la atmósfera (…) El sol, al girar locamente, parecía de repente que se soltaba del firmamento y, rojo como la sangre, avanzaba amenazadoramente sobre la tierra como si fuera a aplastarnos con su peso enorme y abrasador (…) Tengo que declarar que nunca, ni antes ni después del 13 de octubre, observé semejante fenómeno solar o atmosférico”, escribiría después el profesor de la Universidad de Coímbra Joseph Garrett, que se había acercado al lugar con escéptico afán científico.
La Virgen no volvería a aparecer por Fátima, pero había dejado una señal y también profecías que sólo los pastorcitos conocían. De los tres niños, pronto quedaría solo una, Lucía.
Las dos primeras “profecías”
En los primeros años, la Iglesia católica se mostró escéptica sobre las apariciones de la Virgen ante los pastorcitos. Recién el 13 de octubre de 1930 –otro día 13–, trece años después del “Milagro del Sol”, el obispo de Leiría, José Alves Correia da Silva, anunció en público que las apariciones de la Virgen eran dignas de crédito.
Hacía nueve años que el obispo había tomado bajo su protección a la pastorcita. Primero la ubicó en el colegio las Hermanas Doroteas en Vilar, cerca de Oporto, presuntamente para protegerla de los peregrinos que llegaban cada vez más a Cova da Iria y pretendían hablar con ella.
En 1925 la trasladó a la provincia de Pontevedra, en España, donde fue primero novicia y luego profesó como monja. El 13 de junio de 1929 –un nuevo día 13–, en la capilla del convento de las doroteas de Tuy, en la calle Martínez Padín, la hermana Lucía tuvo una visión de la Santísima Trinidad y del Inmaculado Corazón de María, durante la cual la Virgen le comunicó que había llegado el momento de que el Papa realizase la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón en unión con todos los obispos del mundo.
En el convento, Lucía puso por escrito todo lo ocurrido durante las apariciones de la Virgen, pero mantuvo esos textos en secreto hasta 1941, cuando decidió revelar las dos primeras “profecías” de la Señora de Fátima.
La primera describía una terrorífica visión del infierno con “un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra” en el que estaban los demonios y las almas humanas. “Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros”, escribió Lucía.
La segunda se interpretó como una predicción del final de la Primera Guerra Mundial y de que la Segunda Guerra Mundial comenzaría durante el papado de Pío XI.
“La guerra va a acabar, pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor”, escribió la monja que le había anunciado la Virgen. “Dios va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, el hambre y las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre”, anunciaba también.
En esa segunda profecía, la Virgen también anunciaba de la “consagración” de Rusia –que podría leerse como la caída de la Unión Soviética– diciendo: “Si se escuchan mis peticiones, Rusia se convertirá y tendrán paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia”.
La tercera “profecía”
Pese a que reveló las dos primeras “profecías”, Lucía decidió mantener la tercera en secreto. Recién en 1957, la escribió, la guardó en un sobre y se la entregó al Papa Pío XII, que también decidió no darla a conocer.
Recién en mayo de 2000, otro papa, Juan Pablo II, la haría pública. Porque, a su criterio, se había cumplido.
Según Lucía dos Santos, se trataba de un ángel “con una espada de fuego en la mano izquierda” pidiendo penitencia con una fuerte voz. Y al Papa con varios curas escalando una montaña y donde caían muertos después por las balas y flechas de soldados.
“Bajo los dos brazos de la cruz estaban dos ángeles. Cada uno con una jarra de cristal en las manos, recogiendo en ellos la sangre de los mártires”, escribió en el texto que entregó a Pío XII.
El 13 de mayo del 1981, Juan Pablo II recibió cuatro disparos de bala en plena Plaza de San Pedro, en un atentado perpetrado por Mehmet Ali Agca.
La agresión, además de tener lugar un día 13 –otro más–, coincidió exactamente con el 64 aniversario de la primera aparición de la “Señora” ante los tres pastorcitos, y bien podía leerse como lo que describía la tercera “profecía” de Fátima, la muerte –en este caso frustrada– de un pontífice.
La imagen del “obispo de blanco” que subía la montaña y finalmente moría podía estar anticipando el intento de asesinato de Juan Pablo II.
Santuario y beatos
Los primos de Lucía, Jacinta y Francisco, fueron beatificados por el Papa Juan Pablo II el 13 de mayo de 2000, en una ceremonia a la que la monja fue especialmente invitada.
El 13 de mayo de 2017 –en el centenario de la supuesta primera aparición de la “Señora”– el Papa Francisco los canonizó, lo cual implicaba una medida excepcional, ya que fueron los primeros niños santos que no habían sido mártires.
Después de la muerte de Lucía, Benedicto XVI inició el proceso para su beatificación que permanece aún inconcluso.
Los restos de Lucía descansan hoy junto a los de sus primos en el Santuario de Fátima, levantado en el lugar de las apariciones.
Todos los 13 de mayo, decenas de miles de fieles peregrinan hasta allí para rezarle a Nuestra Señora de Fátima y rendir homenaje a los pastorcitos a quienes supuestamente les dejó sus mensajes.