Desde hace algún tiempo, nos ha interesado la suerte definitiva del Partido Comunista de Venezuela (PCV) en la era del socialismo que se les adelantó un siglo. En el tiempo que compartimos el hemiciclo con sus escasos diputados, tuvimos la impresión de que era demasiado grande la historia de la organización respecto a sus más contemporáneos dirigentes.
Muy temprano, aprendimos con un título de amplia circulación suscrito por Ralph Miliband, cuán importante es el partido en el contexto del proceso, la revolución y la dictadura del proletariado. Cuenta con una naturaleza, características y tradiciones relevantes y también contrastantes con el promedio de los restantes partidos.
Fidel Castro expropió todo lo que significaba el Partido Comunista de Cuba, simplificando inmediatamente todo el imaginario que legitimaba su incorporación a la órbita soviética. En otros países, al no dar con un partido de una denominación prestigiosa, optaron por otra nomenclatura.
Muy teóricamente, el PCV estaba llamado a ser uno de los más importantes soportes de la era que inauguró Chávez Frías en 1999. Simplemente, no le interesó y, aunque contó con numerosos desertores que lo adivinaron a tiempo, incorporándose directamente a sus huestes, por siempre el barinés se creyó muy superior junto al MRV y al PSUV, aún desde la perspectiva histórica.
La subestimación hacia los comunistas del patio, cuando no el desprecio, está abonada por el sentimiento que cultivó Castro al privilegiar el voluntarismo extremo y anarquizante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), al que siempre privilegió, incluyendo las organizaciones que originó al dividirse. El punto culminante de las diferencias estuvo en el rechazo del isleño al llamado repliegue táctico de las guerrillas y la invocación de un paz democrática en Venezuela, hacia 1967.
Equivalente a las más duras y feroces dictaduras del proletariado conocidas en el mundo, debidamente aggiornada, el PSUV es todavía el eje del régimen, y el PCV, una organización subsidiaria hasta la ruptura que parece decisiva y concluyente. No precisamos el momento en el que se hizo visible el rompimiento, fruto seguro de numerosos desencuentros, pero creemos identificarlo a propósito de la discusión y aprobación de las zonas económicas especiales con las cuales discrepó Oscar Figuera, el único diputado principal del PCV, forzado a reubicarse en otra curul de la cámara distinta a la bancada predominante y aplastantemente oficialista, como tanto les gusta.
Días atrás, una nota de la perspicaz periodista Vanessa Davies para Contrapunto, reseña la denuncia hecha por los dirigentes comunistas en torno a una maniobra para despojarlos del partido, falsificándolo. Nada extraño el empleo de la fórmula ya varias veces ensayada, por mucho que los rojos hayan celebrado su Congreso: la más vulgar división a manos de unos tarifados y la correspondiente e inacabable judicialización de la entidad.
La del PCV es una voz y un voto solitarios en la llamada Asamblea Nacional de 2020, fungiendo como el único y expreso factor opositor, según se desprende de varias votaciones realizadas. Se nos ha dicho que el trato personal no ha sido cortés hacia el antiguo partido aliado y no debe extrañar el despojo, como ha ocurrido con otros partidos aliados.
Por sus implicaciones políticas, históricas e ideológicas, luce importante el caso en cuestión. El leninismo se fue con la Guerra Fría, aunque hay quienes no reportan la novedad