Es importante conocer la historia tal y como es, no tergiversada ni desde el punto de vista de visiones interesadas; habíamos escuchado antes, y mucho mas en estos trágicos veintitrés años que ha vivido la república, que Páez traicionó Bolívar en 1830 con la separación de la “antigua Venezuela” de La Gran Colombia. Una mentira repetida varias veces.
No se trató de una traición, sino que Bolívar fue derrotado políticamente por las ideas liberales, porque si bien había triunfado militarmente no logró hacerlo políticamente en Colombia y luego en Venezuela. Bolívar al igual que los positivistas liderados por Vellenilla Lanz compartían su rechazo al liberalismo, sostenían que los habitantes de América no estaban preparados para vivir la libertad política tal y como la entendía el pensamiento liberal. Bolívar, creía en la idea de un ejecutivo fuerte que le permitiera al gobernante mantener el control sobre el orden social y político, tal como lo corrobora las investigaciones de historiadores rigurosos como la Dra. Elena Plaza.
Estas reflexiones son necesarias hacerlas, mucho más en los trágicos momentos que vive la república, pues nos permite indagar el lenguaje político utilizado en nuestra tradición histórica impregnada por un bolivarianismo, que llegó a opacar nuestros héroes civiles, lo que ha dado mucha fuerza a la retorica en nuestro discurso político.
Hoy más que nunca se hace necesario tener claro el titulo de aquel II Seminario Internacional organizado en Caracas, en enero de 1984, por la Unidad de Historia de las Ideas de la Fundación IDEA y el Social and Political Sciences Committee de la Universidad de Cambridge, denominado “Usos y abusos de la historia en la teoría y en la práctica política”.
De acuerdo a esto es necesario pensar a la política venezolana como un problema histórico, contextualizarla en su verdadero sentido, narrar con claridad nuestra historia republicana y por consiguiente tener muy claro el concepto de libertad política que dio luces al proceso de nuestra independencia.
Nos toca a nosotros desarrollar las ideas del liberalismo adoptadas por nuestros padres fundadores, quienes se negaron a quedarse en el atraso y se atrevieron a adoptar la ideas de modernidad que el viejo continente abrazaba con la puesta en marcha del liberalismo, sin duda que la tarea no ha sido concluida, y hay que tener claro que nuestra historia ha transcurrido en un proceso de marchas y contramarchas, un movimiento pendular que muestra la oposición entre dos proyectos de la república: la liberal democrática o liberal autoritaria. Nosotros albergamos la esperanza, junto a nuestro maestro Carrera Damas que este sea el último vestigio de autoritarismo que experimente la república.
La historia demuestra que con la ideas de libertad la república comenzó a avanzar, lo podemos corroborar en la primera presidencia de Páez, que a pesar de ser un conservador, contó con la colaboración del liberal Santos Michelena, que participó en su gabinete como Ministro de Hacienda. En ese periodo con la Ley del 10 de abril de 1834, aprobada por el Congreso, de corte liberal, que favorecía la relación entre particulares en el momento de fijar intereses por préstamos, se logró un repunte en la economía.
La experiencia económica de las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, muestra que tuvieron éxito en lo económico gracias a su política liberal, aunque aclaro no hago apología de estos regímenes y menos asociarlos al liberalismo, siendo esta la doctrina por excelencia de las sociedades abiertas y plurales. Solo los menciono porque los demás gobiernos se empeñaron en aplicar políticas asistencialistas, olvidándose que las verdaderas políticas son la que permiten producir y por ende lograr la mejor situación social, porque de lo contrario pasa lo que nos paso, una ruina total de nuestra sociedad.
De allí que nos toca buscar y apoyar el liderazgo que permita la concreción de nuestra ideas de libertad y la incorporación de toda nuestra sociedad en ese proyecto político que en definitiva lo que busca es darle la mejor vida a nuestros ciudadanos.
Pues nos toca recrear las decisiones del pasado, estudiar los acontecimientos históricos como secuencias de retos que deben afrontarse, más que como iniciativas que ya se han tomado. Esto significa identificar y estudiar las alternativas que estuvieron disponibles en el pasado y ver cómo los actores tomaron las decisiones que tomaron. En definitiva las historias fallidas del pasado conforman nuestras predicciones para el futuro. De allí que el poder de la historia viene dado en saber: qué ignorar, en qué incidir, cuándo revisarlas y cuándos cuestionarlas. He aquí el desafío de una república, solo así podremos distinguir entre comedia y tragedia.