Si en los últimos años las series ocuparon el trono del reino del entretenimiento, en los 80 las indiscutibles soberanas eran las películas de acción. Entre los filmes que ganaron millones y marcaron una generación el que se lleva aplauso, medalla y beso es Terminator, con su gran villano, Arnold Schwarzenegger, su atípica heroína, Linda Hamilton, y su visionario director, James Cameron.
Por Infobae
Terminator fue una máquina perfecta y no nos referimos solo al androide robot protagonista sino también a un filme que, como producto, se cansó de generar millones de dólares. La primera película (alerta spoiler) planteaba un futuro dominado por las máquinas y cómo los humanos resistían. La heroína Sarah Connor, encarnada por Hamilton, era perseguida por un cyborg, el célebre Terminator T-800, interpretado por el musculoso Arnold. Había mucha acción, muchas armas y poca trama. Al público no le importó en lo más mínimo y lo demostró llenando todas las salas donde se exhibió.
El éxito no fue casual. Nadie en su sano juicio tomaba en serio lo que ocurría en pantalla; la película en ningún momento intentaba ser creíble, pero sí contaba muy bien el cuento y el impacto visual de sus escenas de acción era tan novedoso como atrapante. Terminator abrió una nueva era en el cine donde los efectos técnicos eran mejores que los textos, los estudios de mercado suplían a la experiencia y los actores se tomaban con humor su rol de héroes. Schwarzenegger lo entendió pronto y pasaba de las películas de acción a las familiares sin temor a perder su público.
Cuando al actor le llegó la propuesta de encarnar a Terminator ya tenía reconocimiento en el cine y hasta había logrado que pronunciaran bien su impronunciable apellido. El musculoso austríaco nacido el 30 de julio de 1947 hacía años que se había marchado de su pueblito para conquistar Estados Unidos. Llegó con una bolsa de deportes y un cuerpo perfecto que le permitió alzar cinco veces el título de Míster Universo y siete el de Míster Olympia, concursos que le dieron la fama necesaria para llegar a donde soñaba llegar: Hollywood.
A fuerza de horas de práctica logró quitar su acento, pero los productores lo tomaban por un “un grandulón tonto que no piensa”. La primera oportunidad fue un bolo en Las calles de San Francisco y luego en una serie llamada Doble Identidad, que daba una mirada despiadada sobre el mundo del fisicoculturismo y que -aunque más de uno no lo crea- hizo que Schwarzenegger se llevara un premio Golden Globe al mejor actor. Fue el exitoso documental sobre fisicoculturismo Pumping Iron que lo transformó en una celebridad.
En 1982 le llegó la gran oportunidad cuando protagonizó Conan, el bárbaro, y siguió Conan, el destructor. Fue un éxito aunque las críticas comparaban la expresividad del protagonista con la de un burro. Lejos de enojarse el actor respondía: “Yo veo a Conan como un paso más donde quiero llegar: la cima, ese lugar donde están Eastwood, Bronson y Hoffman. Yo sé que para cada actor hay un proyecto que es su proyecto. Así como lo fue Rocky para Sylvester Stallone, Conan lo es para mí”. Entonces apareció Terminator.
Terminator no se inspiró en un comic sino en una pesadilla de James Cameron. El mal sueño no se trató de cómo financiar sus ideas o lidiar con el ego de algunos actores. Nada de eso. Cameron estaba en Roma cuando lo despidieron del filme Piraña II: los vampiros del mar. Sin indemnización y sin plata pasó varios días sin comer. El hambre le provocó fiebre y la fiebre lo llevó a una noche de terror: soñó/deliró con un esqueleto de metal que salía de las llamas y lo arrastraba vaya a saber dónde.
Al despertar, Cameron pensó que en vez de gastar plata en psicoanalista para analizar el sueño, lo mejor era escribir una historia. Dibujó el esqueleto metálico como un ser del futuro, pero que aterrorizaba el presente. Ese dibujo fue el nacimiento del cyborg T-800.
Para encarnar a su criatura, el director comenzó a buscar a un actor que enganchara a los hombres, agradara a las mujeres y no asustara a los niños. Schwarzenegger cumplía todos los requisitos. Si era buen o mal actor, que se dijera que sus músculos eran gracias a los anabólicos más que al entrenamiento y que su inglés fuera tan malo como el de Van Damme, poco importaba. Al fin de cuentas debía encarnar a un inexpresivo robot y no a un personaje shakesperiano. Cuando el director lo escuchó afirmar en una entrevista que “la violencia en las películas atrae a todo tipo de público, pero no inspiran actos agresivos, son fantasiosas y por lo tanto, inofensivas”, no dudó en mandarle un contrato y un cheque por 750 mil dólares.
Encontrar a la protagonista femenina tampoco fue fácil, como reseña el portal Películas de culto. Audicionaron Debra Winger, Rosanna Arquette, Sharon Stone, Kelly McGillis, Daryl Hannah y Geena Davis, hasta Carrie Fisher fue considerada. Lea Thompson vivió una situación insólita. El día de su audición chocó su auto en la entrada de la casa de Cameron y descartaron su participación.
La elegida para ser Sarah Connor finalmente fue Linda Hamilton. Cameron se había quedado tan impresionado con ella que modificó la edad del personaje para que la rubia pudiera interpretarlo. Pero la actriz casi se queda afuera. Unos días antes de comenzar el rodaje se rompió un tobillo y los ligamientos del pie, y tuvo que realizar toda la filmación vendada.
Para aprender sus diálogos, Schwarzenegger no tuvo que esforzarse mucho. Si en Conan solo tenía 24 líneas, para Terminator debió aprender apenas 14. El tiempo que no le dedicó a estudiar los diálogos si lo dedicó a su habilidad con las armas. Pasó horas y horas hasta lograr montar y desmontar armas con sus ojos vendados. En los entrenamientos las cargaba sin mirar, después practicaba en el campo de tiro y con ambas manos, ya que debía ser ambidiestro. Además se tuvo que acostumbrar al ruido y a no parpadear al escucharlo. No lo hizo con un solo tipo de armas sino con todas las que usó en el rodaje. Consiguió un manejo tan profesional que fue distinguido por varias revistas especializadas en armamento.
Cameron creía firmemente en su criatura, pero los estudios no tanto y se lo mostraron no con pocas palabras pero sí con poco presupuesto: apenas seis millones y medio de dólares. Lejos de desmotivarse la falta de dólares lo obligó a agudizar su ingenio y llevar al máximo ese dicho que asegura “más vale pedir perdón que pedir permiso”. Cierta vez despertó a Schwarzenegger a las 3 de la mañana y en una furgoneta lo llevó hasta un vecindario donde tenía todo preparado para rodar la escena en la que el T-800 roba un coche tras romper el vidrio de un puñetazo. Lo hizo en ese horario porque no había pagado los permisos correspondientes.
El plano final de la película, con Sarah Connor alejándose hacia la tormenta, también fue grabado con el método “si pasa, pasa”. En medio de la filmación aparecieron dos policías que exigieron papeles en regla. Ante la perspectiva de pasar una temporada en prisión, el supervisor de efectos especiales, Gene Warren Jr., le aseguró a los agentes de la ley y el orden que no rodaban una película de Hollywood sino el proyecto de la escuela de cine de su hijo. El joven, que estaba en el rodaje ayudando a su padre, apoyó la versión y aseguró que ya se iban porque estaban filmando el último plano. Les creyeron y siguieron rodando.
Cuando la policía se fue y el embrollo se solucionó, Hamilton ya estaba durmiendo en su casa, así que una asistente tomó su lugar. Hasta con el perro metieron el perro. El can que aparece en la toma final no fue el de las otras tomas porque su cuidador exigía una suma extra por horas fuera de convenio, así que un práctico productor trajo al perro de su madre.
Mostrar máquinas imparables bajo tejido humano era una idea innovadora pero también una tarea complicada, sobre todo cuando se pretendía que lucieran convincentes con presupuesto acotado. Lo que faltaba de presupuesto se suplió con ingenio e inventiva.
Para el primer T-800 realizaron un esqueleto de metal que lograron luego de realizar un molde de yeso esculpido a mano del cuerpo de Schwarzenegger. El exoesqueleto estaba “teledirigido” y se controlaban todos sus movimientos a través de un comando a distancia. En las escenas que se ve el robot de cuerpo entero se utilizó la técnica stop-motion. Para hacer creíble que estuviera vivo no usaron sofisticados programas sino que se recurrió a grabar planos desenfocados aplicando vaselina en la lente.
Maquillarse llevaba horas pero Schwarzenegger se adaptó tanto que una noche fue a comer a un restaurante con el ojo rojo, la mandíbula expuesta y la piel quemada. Solo se dio cuenta que estaba maquillado cuando vio la cara de espanto de mozos y comensales.
La película se estrenó el 26 de octubre de 1984 y los estudios poco hicieron por promocionarla. Cameron estaba enfurecido pero los productores intentaron calmarlo asegurándole que su creación solo duraría dos semanas en cartel. El panorama era desolador para todos. “Cuando se estrenó se suponía que debíamos ir a Nueva York para la prensa”, recordaría Hamilton. “Y en el último minuto me desinvitaron porque a nadie le interesaba realmente”.
Pese a que los ejecutivos no apostaban por ella, el público quedó fascinado con ese nuevo héroe. Terminator no era el androide perverso y lúcido de Blade Runner sino otro simplón que se tomaba con cierto humor y que lograba que uno se asustara cuando debía asustarse y se riera cuando había que reírse.
Ese largometraje de presupuesto moderado se convirtió primero en un éxito y luego, en un clásico con franquicia y saga que siguió con El juicio final (1991), La rebelión de las máquinas (2003), Salvation (2009), Génesis (2015) y Dark Fate (2019). Cameron dejó de tener pesadillas para concretar sueños, como saltar de contar con seis millones de dólares para Terminator a los 270 millones para Titanic, que le permitieron sentirse “el rey del mundo”. Así que, estimado lector, si llegó hasta aquí no se olvide que, como Terminator, el próximo domingo “I’ll be back”.