El 13 de marzo de 2013, Jorge Mario Bergoglio fue elegido por el Cónclave cardenalicio como el Papa número 266º de la Iglesia Católica. El siguiente paso fue aceptar el divino cargo. Y el tercero elegir un nombre distinto al suyo, costumbre que comenzó en el año 533 cuando fue electo el Obispo Mercurio, quien consideró inapropiado ser sucesor de Pedro y llamarse como el dios pagano de los romanos: fue Juan II. Bergoglio, por su parte, adoptó un nombre fuera de lo común, inédito para un Papa: Francisco.
Por Infobae
Una vez cumplidos los requisitos, fue anunciado al mundo por el cardenal protodiácono francés Jean-Louis Pierre Tauran: “Annuntio vobis gaudium magnum. Habemus Papam”. No era un favorito, ni estaba dentro del radio de los “papables”. Bergoglio, que había sacado su pasaje de vuelta para la Argentina, tuvo que cambiar su itinerario. Es, desde ese día, el primer Papa americano y el primero no europeo desde Gregorio II, nacido en Siria, escogido 1272 años atrás.
Sus primeras palabras preanunciaron como sería su cotidianeidad: “¡Hermanos y hermanas, buenas noches! Ustedes saben que el deber del Cónclave es dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo. pero estamos aquí… Y ahora quisiera darles la bendición, pero primero, les pido un favor: antes de que el Obispo bendiga al pueblo, les pido que recen al Señor para que me bendiga. La oración del pueblo que pide la bendición para su Obispo… ¡Recen por mí!”
Nunca un obispo de Roma había pedido al pueblo que ore por él y soliciten al Señor su bendición. Fue ahí, en ese gesto, cuando comenzó el cambio copernicano en la vida cotidiana de un Papa de Roma. Todo esto que narro lo sé muy bien, porque estuve allí.
Los papas, durante los siglos IV al XIV, vivieron en el palacio Lateranense, al lado de la Basílica de San Juan de Letrán. Gregorio VI, en 1377, fue el primero que comenzó a vivir en los llamados “palacios apostólicos” del Vaticano. Estos eran ni más ni menos que las antiguas “domus (casas)” y mansiones romanas ubicadas junto a la antigua Basílica de San Pedro que construyó Constantino. Recordemos que allí se encontraba uno de los palacios del emperador Nerón. Entre 1471 y 1605, fueron reconstruidos y adquirieron su arquitectura actual. Aunque el clímax y el máximo esplendor de los palacios y las estancias papales fue durante el Renacimiento, con la colaboración de los grandes maestros de la pintura de aquellas épocas: Rafael, Miguel Ángel, Sandro Botticelli, Pietro Perugino, Pinturicchio, Domenico Ghirlandaio, Cosimo Rosselli, Luca Signorellilas y muchos más.
Luego de la firma de los “Pactos Lateranenses” el 11 de febrero de 1929, el gobierno italiano reconoció la creación de un estado pontificio que tendría total libertad e independencia de Italia. Los papas, a partir de entonces, siguieron habitando en dicho palacio, pero en un ala mucho más sencilla y simple que antes. El resto pasaron a formar parte del Museo del Vaticano. Las cámaras papales del palacio Apostólico son habitaciones simples y espaciosas, ubicadas en el segundo piso. En ellas, el dormitorio papal se conecta directamente con la capilla privada del sumo pontífice.
Pero el papa Francisco cambió esa costumbre, no tan milenaria como la gente cree. Bergoglio es jesuita, y por lo tanto sigue las pautas del padre fundador de la orden a la cual pertenece, San Ignacio de Loyola. Su vida fue signada por la austeridad: muchas veces los vecinos de Buenos aires lo veían en el subte o en el colectivo yendo a alguna parroquia o visitando a algún enfermo. Los Arzobispos de Buenos Aires solían vivir en San Isidro. Bergoglio, en cambio, vivía en un departamento de dos ambientes en la curia metropolitana, junto a la catedral de la Santísima Trinidad de Buenos Aires.
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