Cuando Xi Jinping llegó al poder en 2012, algunos predijeron que sería el líder más liberal del Partido Comunista de China por su perfil discreto y su historial familiar. Más de diez años después, la realidad es bien distinta.
Reelegido en octubre al frente del Partido Comunista (PCCh), Xi obtuvo este jueves un tercer mandato de cinco años como presidente, erigiéndose como el dirigente más poderoso desde Mao Tse Tung.
En estos años, Xi demostró una ambición implacable, una intolerancia a la disidencia y un deseo de control que ha llegado hasta casi el último aspecto de la vida cotidiana de China.
Conocido al comienzo como el marido de una popular cantante, se ha erigido en un líder cuyo aparente carisma y habilidoso relato político han creado un culto a la personalidad no visto desde los tiempos de Mao.
Pero poco se conoce sobre su persona o lo que lo motiva.
“Yo discuto la visión convencional de que Xi Jinping busca el poder por el poder”, dice a la agencia de noticias AFP Alfred L. Chan, autor de un libro sobre su vida. “Yo diría que anhela el poder como un instrumento para cumplir su visión”.
“Realmente tiene una visión sobre China. Quiere que China se convierta en el país más poderoso del mundo”, dijo otro biógrafo, Adrian Geiges.
En esta visión que él llama el “sueño chino” o “el gran rejuvenecimiento de la nación china”, el Partido Comunista desempeña un papel central.
“Xi es un hombre de fe (…) Para él, Dios es el Partido Comunista”, escribió Kerry Brown en su libro “Xi: A Study in Power”. “El mayor error que comete el resto del mundo sobre Xi es no tomarse en serio su fe”.
Traumas familiares
Aunque su familia integraba la élite del partido, Xi no parecía destinado a esta posición. Su padre Xi Zhongxun, un héroe revolucionario llegado a vice primer ministro, fue purgado durante la Revolución Cultural de Mao.
“Xi y su familia quedaron traumatizados”, dice Chan.
De un día para otro, el ahora presidente perdió su estatus. Una de sus medio hermanas se suicidó por las persecuciones.
Xi quedó condenado al ostracismo por sus compañeros de clase, una experiencia que, según el politólogo David Shambaugh, contribuyó a “un desapego emocional y psicológico y a su autonomía desde muy temprana edad”.
Con 15 años fue enviado al centro de China, donde pasó años cargando cereales y durmiendo en cuevas. “La intensidad del trabajo me impactó”, reconoció.
También participó en sesiones en las que debía denunciar a su propio padre, según explicó en 1992 al diario The Washington Post. “Incluso si no entiendes, te fuerzan a entender (…) Esto te hace madurar antes”, contó.
Para el biógrafo Chan, estas experiencias le confirieron “dureza”.
“Suele ir a por todo (…) Pero también tiene una noción de la arbitrariedad del poder, por eso enfatiza la gobernanza basada en la ley”.
Comienzos
Actualmente, la cueva donde durmió Xi se ha convertido en una atracción turística para mostrar su preocupación por los más pobres.
En una visita de la AFP en 2016, un lugareño lo describió como una figura casi legendaria, leyendo libros entre las pausas del intenso trabajo, con lo que “se podía ver que no era un hombre normal”.
Pero el camino no fue de rosas para Xi. Antes de entrar al Partido Comunista, su solicitud fue rechazada varias veces por su legado familiar.
Y luego empezó a un “nivel muy bajo” como jefe del partido en un pueblo en 1974, apunta Geiges. Eso sí, “trabajó muy sistemáticamente” y llegó a gobernador regional de Fujian en 1999, líder provincial del partido en Zhejiang en 2002 y luego en Shanghái en 2007.
Entretanto, su padre fue rehabilitado en la década de 1970 tras la muerte de Mao, lo que reforzó su posición.
En el plano personal, Xi se divorció de su p
Para Cai Xia, una antigua dirigente del partido gobernante ahora exiliada en Estados Unidos, Xi “sufre un complejo de inferioridad, al saber que está pobremente educado en comparación con otros altos dirigentes del partido”.
Por ello es “susceptible, obstinado y dictatorial”, escribió en un artículo reciente en Foreign Affairs.
Lecciones de la URSS
Pero Xi siempre se ha considerado “heredero de la revolución”, asegura Chan.
En 2007 fue nombrado en el comité permanente del Buró Político, el máximo órgano de decisión de China. Y cinco años más tarde llegó a la cumbre, reemplazando a Hu Jintao.
Su trayectoria no hacía presagiar lo que vino después: represión de movimientos civiles, medios independientes y libertades académicas, presuntos abusos de derechos humanos en la región de Xinjiang, o una política exterior mucho más agresiva que la de su predecesor.
Sin acceso a Xi ni a su círculo, los académicos buscan en sus escritos tempranos pistas sobre sus motivaciones.
La importancia central del partido y su misión “de hacer de China un gran país otra vez es evidente desde los primeros registros de Xi”, dice Brown.
Esta narrativa presidencial de una China en auge ha causado gran efecto en la población, usando este nacionalismo a su favor para legitimar el partido entre la población.
Pero también es evidente el temor a perder el poder.
“La caída de la Unión Soviética y del socialismo en el este de Europa fue una gran conmoción” para Xi, estima Geiges.
Y su conclusión es que este hundimiento fue por la apertura política. “Decidió que algo así no debe ocurrir en China (…) Por eso quiere un liderazgo fuerte del Partido Comunista, con un líder fuerte”, añade.
(Con información de AFP)