Veinte años después de la invasión liderada por Estados Unidos que derrocó a Sadam Husein en Irak, el país, rico en petróleo, todavía exhibe las cicatrices del conflicto y se encuentra lejos de la democracia liberal pretendida desde Washington.
Las tropas de la coalición internacional enviadas al desierto iraquí el 20 de marzo de 2003 tenían la orden de encontrar las supuestas armas de destrucción masiva del régimen de Sadam Husein. Pero los marines estadounidenses nunca las hallaron.
En cambio, el dictador, que había estado en el poder desde 1979, cayó en cuestión de semanas. En su lugar, el entonces presidente estadounidense George W. Bush se empeñó en “imponer una democracia liberal”, explica a la AFP el analista Samuel Helfont.
El problema es que “Estados Unidos ignoraba todo de Irak”. “No entendían ni la naturaleza de la sociedad iraquí ni la naturaleza del régimen al que derrocaban”, asegura este profesor de estrategia y política de la Escuela Naval de Posgraduados de California.
De hecho, la invasión abrió una caja de Pandora. El atentado en febrero de 2006 contra un mausoleo chiita en Samarra, al norte de Bagdad, encendió una guerra civil de una violencia inusitada que duró hasta 2008.
De 2003 a 2011, año de la retirada estadounidense, más de 100.000 civiles iraquíes murieron, según la organización Iraq Body Count. Estados Unidos lamentó casi 4.500 muertos.
Pero el trauma más reciente viene de la ocupación de casi un tercio del territorio nacional por parte del grupo Estado Islámico, entre el verano boreal de 2014 y diciembre de 2017, cuando Bagdad y una coalición internacional lograron una “victoria” militar sobre los yihadistas.
“En vías de democratización”
A lo largo de los años, esta violencia alteró profundamente una sociedad iraquí que se distinguía por su gran diversidad étnica y religiosa.
Golpeada de lleno por los atentados durante la guerra civil y luego por las acciones yihadistas, la comunidad cristiana se redujo drásticamente en sucesivas olas de emigración.
Los yazidíes, una comunidad pluricentenaria seguidora de una religión esotérica monoteísta, fueron víctimas de los crímenes del EI, tildados de genocidio por los investigadores de la ONU.
Terminadas las guerras, Irak se hundió en la inestabilidad.
Las relaciones entre el Kurdistán de Irak, una región septentrional que aspira a tener más autonomía, y Bagdad se tensan regularmente, a menudo por las exportaciones de petróleo.
A finales de 2019 estallaron protestas contra la corrupción, el “despilfarro” y la “injerencia” de Irán que fueron reprimidas de forma sangrienta.
Llegarían las elecciones anticipadas de octubre de 2021 y un año de bloqueo político y puntuales enfrentamientos armados entre grupos chiitas rivales hasta que los partidos acordaron un nuevo primer ministro.
Ahora, el jefe del gobierno Mohamed Shia al Sudani dice a la AFP que quiere luchar contra la corrupción “desde el respeto a los procedimientos” en vigor en este país, situado en el lugar 157 de 180 en el índice de corrupción de Transparencia Internacional.
La tarea es titánica porque “la corrupción está arraigada en Irak”, señala el politólogo irako-canadiense Hamzeh Haddad, para quien estas prácticas comenzaron “a prosperar en la época de las sanciones” internacionales contra Bagdad en los años 1990.
A estos problemas se suma la decadencia de las infraestructuras en este país con enormes reservas de petróleo. Dichas deficiencias se traducen en cortes de corriente coditianos, carreteras hundidas, fallos en el suministro de agua…
Todo ello convierte el día a día en una lucha constante para los 42 millones de iraquíes, especialmente el tercio que vive en la pobreza.
Pero Haddad subraya que Irak “es un Estado en vías de democratización. La gente tiende a olvidar que veinte años es un periodo muy corto en la vida de un Estado”.
“Equilibrio”
En la actualidad, en un Irak mayoritariamente chiita, “los partidos políticos chiitas son todavía los actores más poderosos”, resume Hamdi Malik, del centro de reflexión Washington Institute.
Y pese a sus diferencias, “los movimientos chiitas sostenidos por Irán consiguieron mantener una cierta cohesión” en la que Teherán ha desempeñado “un papel clave”, agrega.
Tras la guerra entre ambos en los años 1980, Irán, gran enemigo de Washington, se ha convertido desde 2003 en el vecino más cercano de Irak.
Además de los intercambios comerciales y su dependencia del gas iraní, Irak cuenta con más de 150.000 antiguos paramilitares de Hashed al Shaabi, facciones armadas pro-Teherán ahora integradas en el ejército.
Los partidos proiraníes dominan el Parlamento y el gobierno surgido de él, lo que permite a Teherán alargar su sombra en el país vecino.
En diciembre, el presidente francés, Emmanuel Macron, abogó por que Bagdad opte por una vía distinta a un “modelo dictado desde el exterior”, aunque no mencionó a Irán.
Pero un diplomático occidental en Bagdad se muestra optimista con la visión del primer ministro Sudani.
“Intenta alcanzar un equilibrio en sus relaciones con Irán, sus vecinos sunitas y Occidente”, dice bajo anonimato. “Es un ejercicio muy delicado”.
AFP