El actual ejercicio del poder en Venezuela no está justificado ni mucho menos legitimado por un discurso doctrinario e ideológico profundo y coherente. Los bolcheviques, al menos, invocaron a Marx y a Engels, como en el resto de Europa Oriental, y los castristas hicieron lo propio aderezados por la experiencia de Sierra Maestra, pudieron recuperarse del fracaso del foquismo (teoría revolucionaria, propuesta por Amadeo Bordiga y llevada a cabo por el Che Guevara), perdiendo la apuesta por sus focos guerrilleros y la de no sé cuántos millones de toneladas de azúcar al fracasar la zafra en1970 al exacerbar el trabajo esclavo con la careta del voluntarismo.
El socialismo del siglo XXI es una mezcla de creencias cuasi-religiosas sobre la política y la historia venezolana, con un radical capitalismo de estado que se afianza cada vez más a favor de la boliburguesía formada durante estos años, por cierto, en el culto a la personalidad de Hugo Chávez y, ahora, la de Nicolás Maduro. Sin embargo, es necesario reconocer que no es el marxismo en sus versiones leninistas, gramscianos u otras filosofías. Con la catástrofe de las expropiaciones, estatizaciones, cooperativas, autogestión, empresas de producción social y cuanta sarta de cosas se les ocurrió para asaltar el tesoro público, se alejaron definitivamente de Heinz Dieterich, István Mészaros y Juan Carlos Monedero.
Se preguntará el amable lector, ¿a qué viene toda esta monserga? Y la respuesta es simple: siendo el socialismo del siglo XXI una estafa teórica, una improvisación tras otra, una limitada colección de consignas que se aprovecha del sentimiento, pero no las ideas de Bolívar, por consiguiente, la oposición no requiere de ningún esfuerzo para una confrontación teórica o ideológica, y tiende – también es bueno reconocerlo – a atrasarse, como se ha atrasado, y ya ni siquiera permite distinguir entre marxismo, socialcristianismo, liberalismo y socialdemocracia. Además, ¿para qué hacerlo si desde su punto de vista todo ello está pasado de moda?
El modelo ideológico encontró su mejor expresión en los partidos llamados históricos. No son otros que aquellos fundados en el siglo XX. Para ingresar a ellos, aún cuando habían tenido experiencia de poder que se supone que los destruiría, manteniendo vivos sus principios, no había más alternativa que aprender los más elementales valores que los inspiraban, el programa de gobierno y la historia de la organización. Se capacitaban ideológicamente y el trabajo lo profundizaban fundaciones como la Raúl Leoni y Gonzalo Barrios en AD, así como la Universidad Popular Alberto Carnevali, al igual que el IFEDEC en COPEI y la Gual y España en el MAS, siendo frecuentes los círculos de estudios en el PCV.
Cuando eso ya no se da, entramos en los terrenos del modelo utilitario, absolutamente pragmático y, por tal, oportunista, muy a lo Eudomar Santos: como vaya viniendo, vamos viendo. Es la característica más común de los partidos creados en la presente centuria. Se puede militar en esos partidos y pasará mucho tiempo sin que nadie sepa que cosa, en definitiva, los inspira y cuál es la diferencia con el resto de los partidos que abandonó las viejas banderas de lucha, la inquietud ideológica y programática, al pragmatizarse. Cuando la demanda es alta en torno a esas razones, son agentes extraños al partido los que llevan el proceso de formación o educación; son las fundaciones amparadas por universidades o los diplomados virtuales disfrazados de formalidad, diseñados y manejados por unos vivos que consiguen “desinteresadamente” una generosa donación internacional donde solo imponen un conocimiento básico, apto para politólogos, pero no para los militantes que deben hacer la política.
En definitiva, nunca aprenderán a hacer la política con profesores que no la hacen y nunca la harán y, muchísimo menos, poseen un ideario determinado con respecto a la doctrina (principios y valores), la ideología (la aplicación real e histórica de esos valores y principios a través de un proyecto consensuado en el seno de partido), y el programa ofrecido (el anuncio de las iniciativas y ejecutorias específicas de gobierno). Por supuesto, no podemos olvidar que tampoco incluyen las técnicas de acción para tiempos de elecciones limpias o explican el porqué ejecutan un ejercicio totalitario y ventajista del poder violador de los derechos humanos. Ojo, no es igual ser integrante de un partido decidido y comprometido en tiempos de democracia y en tiempos de dictadura. Además, otro datico: la tendencia general de los partidos del siglo XXI, de todos, es el de recoger antiguos militantes de los más viejos, algo natural, aunque nos revele dos fenómenos: por una parte, fracasaron al formar en veinte años a sus militantes, porque los hubo comunistas, copeyanos, uslaristas y adecos de pura cepa que ejercieron gobiernos y éstos abrieron las puertas a independientes y simpatizantes de otras organizaciones; y, por la otra, que estos inmaduros partidos de siglo XXI son una colcha de retazos ideológica que se hacen más socialdemócratas o socialcristianos, de acuerdo, simplemente, a las fundaciones que financien sus cursos.
Todo esto tiene que ver con la institucionalidad de las organizaciones políticas, tema que hemos tocado en artículos anteriores, y es un paso fundamental para retomar nuestro camino a una verdadera democracia, ya que los partidos políticos son uno de los principales actores para generar ese tan añorado cambio. Que pensemos que los partidos que solo son útiles para el fin personal de algún líder nos da como consecuencia la debacle que hemos padecido en los últimos años.
Estos veinte años han demostrado la importancia de organizar partidos o grupos políticos que posean, generen y permitan el crecimiento de una teoría política, filosófica que apoye el crecimiento y la participación de los ciudadanos en todos sus aspectos. Hemos resistido, insistido y persistido utilizando para ello el conocimiento adquirido durante los tiempos de una democracia imperfecta, pero con bases claras. Los tiempos del régimen se acortan, pues perdió de vista que el ciudadano y sus libertades son el objetivo de un gobierno que aspire a desarrollar un país con libertades democráticas.
@freddyamarcano