Reconoce en las sociedades abiertas procesos para alcanzar desarrollos ilimitados y transformar fantasmas. Fantasmas, que profundizan el deterioro de la vida.
Advierte que es muy difícil, casi imposible, el avance social, cuando se aplica el cerrojo al progreso sin fronteras. Esta actuación solo abre portillos nefastos, como los que genera el populismo, que falsamente se hacen llamar de izquierda o de derecha.
Estas desviaciones, han originado el acentuamiento de la pobreza y el deterioro de los derechos, destruidos por estos regímenes de connotado personalismo.
Los viejos paradigmas de ambas concepciones, son pamplinas vacias, ya nada significan, y los que gobiernan como tal, sólo son un confalón para engañar a los necesitados de justicia e igualdad.
Las sociedades abiertas, proporcionan mayor felicidad a sus integrantes; el auge económico, solo se logra ejercitando el comercio mundial.
El izquierdismo ha degenerado en pensamiento reaccionario, autoritario y mesiánico; cada vez se parecen más a quien critican. Los extremos se han cruzado y sus banderas despiden fuego, violencia, inhumanidad: destructor, irracional, incomprensible.
Su brutalidad actuante no permite diferenciación: ¿existe alguna entre Somoza y Ortega o entre Chavez-Maduro y Pinochet?.
Despotas de grueso calibre, terminan siendo iguales: locos del poder, desequilibrados por el personalismo, fiebre autoritaria: disfrás revolucionario con máscara reaccionaria.
Los investigadores William D’ Eggers y John O’Leary, atribuyen a los mecanismos de intercambio mundial y al virtuoso desarrollo de las comunicaciones, la caducidad de estas maneras de ver las políticas, arrumadas ante el avance inédito del proceso global, que desarrolla ciencia, tecnología e informática.
Una sociedad que no se adapte a los cambios, solo acentuará el sufrimiento a los más necesitados.
Lo afirma Norberg “el mundo ahora se divide entre reaccionarios y aperturistas”, nos toca elegir dice, o le daremos más fuerza a la ola populista. Ola del mal, serpentina del odio.