No es posible demostrar científica o jurídicamente que los resultados oficiales de las votaciones para aprobar a los diputados al Parlamento sean fraudulentos, pero cuesta trabajo creerlos. Incluso creyéndolos al pie de la letra, la conclusión es que no son fruto ni del entusiasmo revolucionario ni de la convicción de que esos candidatos representarán los intereses de la población.
Ya habrá tiempo de analizar minuciosamente los números y calcular cuánto influyó en el dato de las abstenciones “la limpieza” previa que se hizo del padrón electoral para reducirlo en casi cuatro puntos porcentuales en relación a los votantes registrados en el referendo del Código de las familias.
En los colegios municipales, donde se concilian los resultados de las votaciones de las circunscripciones, se elabora un informe que “sube hasta la provincia”. Estas actas no son públicas, pero las provincias no pueden alterar sus datos para obtener un total engañoso sin contar con el silencio cómplice de los miembros de los colegios electorales. Lo mismo ocurre cuando las provincias tributan sus informes a la Comisión Nacional Electoral. Alina Balseiro, presidenta del Consejo Electoral Nacional no puede inflar la suma de los datos que le envían las provincias, que tampoco son públicos, sin que cientos de personas lo sepan y se mantengan callados.
Tal vez no califique como “fraude” la atmósfera opresiva que llevó a las urnas a un indeterminable número de electores que asistieron por miedo a no marcarse como desafectos. Pero sí resulta evidentemente fraudulento el grado de simulación que se necesita para asistir a esta parodia de elecciones sabiendo que no se está eligiendo a los candidatos preferentes, sin creer ni un adarme en el proceso electoral, estando íntimamente en desacuerdo con el sistema político que se declara validado por “la presencia mayoritaria en las urnas”. Es lo más parecido a esos matrimonios por conveniencia que los órganos de Justicia de muchos países declaran nulos cuando se descubre el fingimiento.
El sometimiento ocurre ante la falta de alternativas o, peor aún, para mantener abiertas las puertas de escape a las alternativas deseadas. Nunca sabremos cuántos de los que no se atrevieron a abstenerse optaron por portarse bien porque están esperando que concluya el trámite de su parole para irse a EE UU, o desean ser enviados a un misión internacionalista o a un evento deportivo o cultural de donde planean desertar.
O porque su hijo aspira a entrar a la universidad o porque se es ese hijo; porque no vive del salario sino de eso que llaman “búsqueda” y que en su centro de trabajo es la forma de vivir de la corrupción y para eso se tiene que ser lo más invisible posible. Incluso, los necios que saben que todo ha fracasado pero que no quieren dar su brazo a torcer.
De esas derrotas individuales se alimenta la victoria que proclama la dictadura.