“Estaban jugando un juego estúpido, pero en cualquier caso él cargó el arma. En el fondo de su alma y de su cabeza él siente una gran culpa y sufre pesadillas por eso”, relata Corinna Larsen zu Sayn-Wittgenstein, ex amante del rey emérito Juan Carlos I de España, y por primera vez después de 66 años sale a la luz una versión de primera mano sobre lo ocurrido la noche del 29 de marzo de 1956 en el gimnasio de la Villa Giralda, en Estoril, Portugal, donde Juan Carlos y su hermano menor Alfonso estaban jugando y sonó un disparo que se llevó la vida de Alfonsito, el más chico de los borbones.
Por infobae.com
Juan Carlos tenía 18 años, Alfonso apenas 15.
El relato de Corinna, que fue pareja del ex rey durante cinco años, quedó registrado en el podcast titulado “Corinna and The King” y se distingue de cualquier otra versión de los hechos porque, según la empresaria danesa, es lo que el propio Juan Carlos le contó una noche de 2006 –50 años después de esa muerte- atribulado por una culpa que nunca lo abandonó.
Los hechos tal como, según Corinna, Juan Carlos se los contó desmienten la versión oficial de la familia real en el exilio, dada a conocer al día siguiente de la tragedia por la Embajada española en Lisboa.
“Estando el infante don Alfonso de Borbón limpiando una pistola de salón con su hermano, la pistola se disparó, alcanzándole en la región frontal, falleciendo a los pocos minutos. El accidente sucedió a las veinte horas y treinta minutos, al regresar de los oficios del Jueves Santo, donde había recibido la sagrada comunión”, decía el texto del comunicado.
En otras palabras, Alfonso se había matado solo y Juan Carlos era el único e infortunado testigo del hecho.
Corinna, en cambio, sostiene en el podcast publicado en noviembre de 2022 que Juan Carlos le contó otra cosa: que estaban jugando a dispararse con las pistolas y que él había cargado su arma.
Si ese era el juego, no quedan dudas de que fue el entonces futuro rey quien disparó.
Un grito y un juramento
Al relato de Corinna le da también fundamento las palabras que el padre de los dos infantes, don Juan de Borbón y Battengerg, conde de Barcelona, le gritó al Juan Carlos al entrar al gimnasio y ver a su hijo menor caído en medio de un charco de sangre:
-¡Júrame que no lo has hecho a propósito.
Juan Carlos permaneció en silencio, con la cabeza gacha.
La pregunta de don Juan y el silencio de su hijo mayor se conocieron años después de aquella noche del 29 de marzo de 1956, Jueves Santo para más datos, cuando entre las 20 y las 20.30 se escuchó una detonación primero y después un grito en la habitación del tercer piso del palacio, donde estaban solos y con la puerta cerrada Juan Carlos y su hermano Alfonso.
Corinna también confirma esa escena en el podcast: “La primera reacción de su padre fue preguntarle ‘júrame que no lo has hecho a propósito’. Me puedo imaginar cómo se debió de sentir porque aquello significaba que el padre pensaba que había disparado deliberadamente a su hermano”, relata la ex pareja del rey emérito.
Dicho esto, Juan de Borbón corrió al patio de la residencia y arrancó la bandera española que flameaba en el mástil para envolver el cadáver de Alfonso. Con el correr de los minutos, la bandera se fue tiñendo con la sangre que manaba de la cara del chico, donde la bala calibre 22 había impactado a la altura de la nariz.
Razones de Estado
Con el relato de Corinna queda más claro que la versión oficial que calificaba de “accidente” la muerte de Alfonso no solo buscaba exculpar a Juan Carlos para evitar un escándalo, sino que se debió a razones de Estado.
España estaba bajo la dictadura de Francisco Franco, que quería tener lejos a la familia real pero empezaba a ver al mayor de los hijos de don Juan como una alternativa para reinstaurar la monarquía cuando él ya no estuviera para salvar al país del acecho de “los rojos”.
Todo se podía venir abajo si corría la noticia de que Juan Carlos había matado a su hermano.
En Portugal, donde tenía su exilio dorado los borbones, la dictadura fascista de António de Oliveira Salazar mantenía al país bajo un manto de silencio. En los medios de toda la península ibérica, las noticias sobre la muerte del infante Alfonso de Borbón se limitaron a reproducir los comunicados oficiales.
El cadáver de Alfonso fue enterrado la mañana del sábado 31 de marzo en el cementerio de Cascais. En la fosa se volcaron varias bolsas de tierra española traídas de la zona agrícola de Almendralejo. Torcuato Luca de Tena, el duque de Alba, Leopoldo Calvo Sotelo y otras siete personalidades españolas transportaron el féretro.
Luego de la ceremonia, don Juan se subió solo a su Bentley color negro y manejó hasta un lugar nunca precisado de la costa, donde tiró la pistola Long Automatic Star al mar. “No quiero verla nunca más”, dijo para explicar el acto; también así también cerró toda posibilidad de descubrir quién empuñaba la pistola calibre 22.
El secreto de lo que realmente ocurrió en aquella sala de juegos se enterró aquel día junto al infante y la pistola arrojada al mar. “Los nobles de España, monárquicos de corazón, callaron en torno al misterio”, escribiría muchos años más tarde uno de los integrantes de aquel cortejo fúnebre, el director del diario español ABC Torcuato Luca de Tena.
No hubo investigación oficial, aunque pronto comenzaron a circular los rumores.
Las confirmaciones de Corinna
La ausencia de una investigación oficial –que, de todos modos, en el Portugal de Salazar no habría sido confiable– y el hermetismo de los borbones envolvieron la muerte de Alfonso con un halo de misterio.
De a poco y recogiendo diferentes testimonios de integrantes de la familia y miembros del entorno pudo reconstruirse con cierta precisión cómo se habían desarrollado los trágicos hechos dentro del gimnasio.
Una carta del tío de Juan Carlos y Alfonso, don Jaime de Borbón fue el primer documento que arrojó algo de luz sobre lo ocurrido aquella noche. “Mi querido Ramón: Varios amigos me han confirmado últimamente que fue mi sobrino Juan Carlos quien mató accidentalmente a su hermano Alfonso”, le escribió a su secretario privado.
“Aquel día se me paró la vida”, le dijo tiempo después doña María de las Mercedes, la madre de los infantes, a una amiga íntima, y le confesó que se sentía culpable de la muerte de Alfonso porque había sido ella la que, para evitar que siguieran peleando de puro aburridos, les había permitido ir a jugar al gimnasio donde estaba la pistola.
“Su mamá, María de las Mercedes, se hunde en el alcohol, tanto que hasta llega a beberse su propio perfume. Durante años acude a un centro de rehabilitación”, confirma Corinna en el podcast.
El propio don Juan de Borbón le relató a su amigo Bernardo Arnoso que cuando entró en la habitación vio a Juan Carlos con el arma en la mano. Le dijo que creía que su hijo mayor le había apuntado a su hermano pensando que la pistola no estaba cargada y, por broma o por descuido, había apretado el gatillo.
Fue esa escena la que le hizo gritar: “¡Júrame que no lo has hecho a propósito!”.
Lo que sí se hizo evidente a partir del jueves santo de 1956 y durante el resto de la vida de don Juan –murió en 1993, a los 79 años– fue que la relación con su hijo Juan Carlos, hasta entonces cariñosa, se volvió fría y distante.
Al día siguiente del entierro de su hermano, Juan Carlos fue enviado a España, donde terminó su formación lejos del resto de su familia, con la que se reunió muy pocas veces desde entonces.
La culpa del rey
Antes de la muerte de Alfonsito, las revistas de sociedad y las especializadas en el Gotha describían a los hermanos como llenos de virtudes, pero con caracteres opuestos.
“(Alfonso) Era amigo de pescadores, caddies y taxistas. Era el travieso, el bondadoso, el más humano de la familia. Su hermano y él se adoraban, aun siendo dos polos opuestos. Nacido uno para el ejercicio del poder y el otro para el ejercicio de la cordialidad. Mentalmente, don Alfonso era como su abuelo, Alfonso XIII: simpatía y responsabilidad”, los definió Luca de Tena.
De sus conversaciones con Juan Carlos, Corinna deduce que Juan Carlos sentía admiración por su hermano menor, pero también cierta envidia.
“Él me decía que su hermano menor era el realmente brillante, el guapo, el mejor jugador de golf, el hijo favorito de sus padres. Juan Carlos es muy disléxico y, a pesar de ser zurdo, lo obligaron a escribir con la mano derecha. Se vio obligado a obedecer. Sentía que su hermano menor era realmente la luz que brillaba en la familia”, relata.
Juan Carlos también le confesó que desde el día de la muerte de Alfonso no pudo volver a ser el mismo de siempre.
“Debajo de esa imponente sonrisa y seguridad, está el adolescente de 18 años. La imagen de su hermano en el suelo siempre está en su mente. A menudo lo describen como alguien melancólico. Tiene cambios de humor y se siente solo”, cuenta la antigua amante del rey emérito.
En 1992, cuando llevaba años coronado como rey de España, Juan Carlos hizo repatriar los restos de Alfonso para sepultarlos en el Monasterio de El Escorial, entre las tumbas de sus antepasados.
Para el momento que el rey le contó a Corinna los hechos de la trágica noche del 29 de marzo de 1956, circuló por toda España una carta abierta “al ciudadano borbón”, escrita por el historiador y coronel del ejército español Amadeo Martínez Inglés, donde lo acusaba sin medias tintas de ser un asesino.
“Usted es, señor Borbón, un homicida confeso (admitió ante su propia familia haber matado a su hermano de un disparo en la cabeza, el 29 de marzo de 1956) y un presunto asesino (existen abundantes indicios racionales que así lo señalan), que se negó a testificar en su momento ante la policía y los jueces portugueses y huyó del lugar del crimen sin asumir sus responsabilidades”, decía el texto.
Para Corinna, Juan Carlos no huyó después de la muerte de Alfonso, sino que fue enviado a España por decisión de su padre.
“Su papá pensó que, tal vez, si él (Juan Carlos) no estaba, el dolor también se iría”, relata.
Y remata: “Sólo Juan Carlos sabe bien lo que pasó. Nunca hubo una autopsia”.