A lo largo de la historia la mujer y su sexualidad siempre han estado vinculadas al poder. Desde los tiempos más remotos, con las hetairas, geishas, cortesanas, o en estos tiempos, con las llamadas ‘damas de compañía’, o las ahora tristemente célebres, ‘muñecas de la mafia’, que llegan a los bordes del poder, político-económico, como influencer o después de un casting para algún certamen de ‘miss’ en su pueblo, provincia o país.
En fin, que el ejercicio de la prostitución en los salones y pasillos de los palacios es sinónimo de poder, sea en la época antigua, como cortesana de algún reino, donde se encuentran famosas y poderosas mujeres, como Mesalina, Teodora, Verónica Franco, La bella Otero, o aquellas que engalanaron la corte del rey sol, Luis XIV en París, todas han ejercido una notable influencia en la política y la diplomacia.
En los tiempos modernos la prostitución de fina estirpe alrededor del poder sigue tan campante como aquellos tiempos de la antigüedad. Esto es porque existe un vínculo que lo hace atractivo: mientras el poder lo ejerza un tirano, un dictador o un autoritario-arbitrario, la práctica de la prostitución se hará cada vez más evidente, refinada y atractiva.
Esto se puede observar, cuando en la Venezuela de la decadencia democrática vimos la aparición de las denominadas ‘barraganas’ quienes mantuvieron una notable influencia, tanto en su entorno como en la misma figura presidencial. La más famosa, Blanca Ibáñez, secretaria y asistente personal del ex presidente, Jaime Lusinchi, quien vestía uniforme militar y daba órdenes al generalato de su tiempo, con su flamante título de abogado express. O Cecilia Matos, quien con apenas 15 años ya era amante de Carlos Andrés Pérez, el líder de Acción Democrática.
Razones para explicar la existencia de las cortesanas, indudablemente que existen y son de razonada comprensión: desprecio del hombre hacia la figura de la mujer ejerciendo el poder en cualquier ámbito, o de aquella para sentirse protegida, amparada y reconocida socialmente. O simplemente por el capricho, deseo de ejercer su sexualidad abiertamente. Lo otro; acercarse al poder por la atracción, el deseo, la lujuria y el disfrute al sentirlo y ejercerlo.
La figura de la cortesana moderna tiene rasgos únicos que la hacen apetecible para todo ‘macho alfa’ que ejerce poder: belleza y dotes amatorias. En el pasado tal vez resultaba un tanto más difícil acercarse al poder; se debía tener otras dotes, además de la belleza, como saber leer y escribir, ejercer el canto y ejecutar algún instrumento musical, como la flauta.
La Venezuela del poder del Estado ha estado plagada de cortesanas desde su misma creación. Bolívar, Soublette, Guzmán Blanco, Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez aparecen como destacados personajes rodeados de mujeres amantes del poder y su atracción. Gómez, bien si nunca se casó tuvo poco más de 70 descendientes, y ya en la era moderna del siglo XX, los promiscuos, Medina Angarita y Pérez Jiménez, acumulan un largo desfile de meretrices calentando los salones del palacio de Miraflores.
Sorprende el lado oculto del ex presidente, Rafael Caldera, quien tuvo un desliz en Canadá y dejó una descendiente de nombre, Marie Bernice Barry, rebautizada como Corina Escobar.
El siglo XXI encuentra el poder venezolano cubierto por una larga estela roja de visitadoras eventuales del palacio de Miraflores. Ante el ex presidente, Hugo Chávez existe un largo desfile de cortesanas, ‘jóvenes, maduras, casadas y divorciadas’ (Herma Marksman, Bexhi Lissette Segura, Nidia Fajardo Briceño, Alicia Castro), entre un largo etcétera, en la búsqueda de descendencia. Es un lugar común el dicho que quedó entre la población femenina cuando se le acercaban al mandatario: “Chávez quiero darte un hijo” Es que el poder es una atracción que fascina y deslumbra. Bien recuerdo cierta vez que el escritor y psiquiatra, Francisco Herrera Luque me confesó: “El hombre bueno no ansía el poder”
Y debe ser verdad, porque en Venezuela quienes han ejercido el poder, muestran cierto dejo de maldad. Una dosis de locura que les desencadena ese morbo por lo prohibido, vetado y pecaminoso, como el rodearse de un cuerpo de cortesanas que disfrutan de las riquezas y ejercen su alocada influencia, mientras los gobernantes terminan generalmente arruinados, en la miseria o postrados por alguna enfermedad, en la custodia de anónimos guardaespaldas y aduladores.
Lo cierto es que en la actualidad el poder en la Venezuela post chavizta, ha caído en el más lúgubre y tenebroso túnel de la decadencia donde la belleza y el poder, han cedido espacio a anónimas y plásticas cortesanas que de vez en cuando sobresalen más por sus ‘haberes’ compartidos con el entorno del poder, que por sus propios atributos físicos o intelectuales.
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