Cuando Yevgueniia Kondratieva, de 15 años, se despidió el 7 de octubre de su madre para pasar unos días en un campamento, ninguna de las dos podía imaginar que aquellas vacaciones pagadas por las autoridades rusas podrían haber separado para siempre a esta adolescente ucraniana de su familia.
En su escuela de Jersón, en el sur de Ucrania entonces ocupado por Rusia, les habían ofrecido irse de colonias para descansar, divertirse con otros jóvenes y olvidarse por un tiempo de los bombardeos y las sirenas.
“No hacía falta más que el permiso de los padres”, recuerda en una entrevista con Efe la adolescente.
“Nos dijeron dos semanas y acabaron siendo seis meses”, dice la madre, Marina Kondratieva, en una cafetería de Kiev, días después de haber recuperado a su hija en un viaje de diez días en el que atravesó toda Ucrania, pasó por Polonia y cruzó Bielorrusia y buena parte de Rusia.
Yevgueniia Kondratieva es uno de los miles de menores ucranianos separados a la fuerza de sus padres por el Gobierno de Rusia después de que el ejército de este país conquistara los pueblos y ciudades en que vivían.
La pesadilla de esta familia comenzó cuando los responsables del campamento al que, junto a decenas de compañeros de escuela, la habían trasladado en Crimea, como Jersón entonces ocupada por Rusia, le comunicaron que no eran simplemente unas vacaciones sino “una evacuación”.
Las fuerzas ucranianas intensificaban su contraofensiva para recuperar la ciudad de Jersón y sus alrededores, y las autoridades rusas utilizaron la situación para decir a los niños que era mejor permanecer en Crimea.
Las noticias que en Jersón recibía la madre eran igual de angustiantes. “Supimos que había algo raro cuando nos dijeron que extendían las vacaciones y cuando preguntamos a su tutora nos contestó que la decisión no dependía de ella sino del Gobierno (ruso)”, relata Marina Kondratieva.
El 11 de noviembre de 2022, más de un mes después de que comenzara el falso campamento de Yevgueniia, el ejército ruso consumaba su retirada de todo el margen occidental del río Dnipró, que parte en dos la provincia de Jersón.
La ciudad de Jersón volvía así a estar bajo control de Kiev, lo que significaba la ruptura de todo contacto entre la escuela de Yevgueniia y las autoridades rusas que ahora estaban a cargo de la niña, que entre tanto seguía comunicándose con su madre por internet.
Tras saber del caso de otra madre que había recibido ayuda de esta ONG que se ha especializado en el retorno de niños ucranianos deportados a Rusia, Marina Kondratieva recurrió a Save Ukraine, que la incluyó en su tercera misión de rescate.
“Es un viaje largo, difícil y muy peligroso; preparamos cuidadosamente a las familias, nos ocupamos de la logística, planificamos la ruta y pagamos todos los gastos”, explica a Efe Mykola Kuleba, fundador de Save Ukraine.
Apenas 300 kilómetros separan Jersón de Crimea, pero la imposibilidad de cruzar la línea de demarcación entre la Ucrania que controla el Gobierno de Kiev y los territorios del país ocupados por Rusia obligó a la comitiva de 13 padres a recorrer miles de kilómetros hasta llegar a la península.
“Tardamos cinco días en ir y otros cinco en regresar con los niños”, dice Marina Kondratieva.
Preguntada por los motivos que impulsan a quienes se la arrebataron, esta madre de 37 años se muestra convencida de que Rusia busca forzar al mayor número posible de ucranianos a establecerse en el país o en los territorios ocupados por las fuerzas de Moscú en Ucrania.
“Quieren a los ucranianos para suplir las pérdidas en la guerra y tener a más gente de su lado”, señala.
Kondratieva dice conocer casos de otros padres en su situación que emprendieron por su cuenta, sin ayuda de la ONG, el viaje para recuperar a sus hijos y se les dijo que la reagrupación sólo sería posible si aceptaban un pasaporte ruso.
Estas transferencias forzadas de población han llevado a la Corte Penal Internacional a dictar una orden de arresto contra el presidente de Rusia, Vladímir Putin. Suelen venir acompañadas de intensos programas de reeducación para convertir a los menores ucranianos en nacionalistas rusos.
“Nos hacían escuchar el himno todas las mañanas y había banderas y otros símbolos para poner en las mochilas”, explica Yevgueniia sobre su experiencia.
EFE