Tras la muerte del genial comediante, su cuerpo protagonizó una historia oscura y llena increíbles aristas.
En marzo de 1978 dos mecánicos, uno polaco y el otro búlgaro, se dirigieron al cementerio Corsier-sur-Vevey, en Suiza, para desenterrar los huesos de Charles Chaplin, el genial artista, actor, director y creador de largometrajes legendarios como Tiempos Modernos, El Gran Dictador y The Kid, entre muchos otros, y así extorsionar a la viuda, Oona O’Neill. Pero no todo salió como lo habían planeado.
Por Clarín
Roman Wardas, nacido en Polonia, y el búlgaro Gandscho Ganev llegaron a Suiza como refugiados a fines de los 70 y sobrevivían como podían. Eran mecánicos y buscaron un modo de ganar dinero fácil. Recordaron que unos meses antes había muerto el genio del cine y sus restos habían sido sepultados al alcance de sus manos, en el pequeño cementerio de Corsier-sur-Vevey. Hacia allá fueron en la madrugada del 2 de marzo de 1978 con unas palas, unos picos y una camioneta.
Los profanadores-ladrones-extorsionadores llamaron por teléfono al castillo de la familia Chaplin y pidieron hablar con su esposa Oona. La mujer, 36 años menor que él, e hija de Eugene O’Neill, Nobel de Literatura y cuatro veces ganador del premio Pulitzer, atendió el llamado y escuchó la demanda de los secuestradores: a cambio de devolverle el cadáver de su esposo pretendían recibir un pago de 600 mil dólares.
La respuesta de Oona los descolocó: “No”, les dijo. Que hicieran con los restos de Charles Chaplin lo que quisieran. A esa altura lo que acontecía ya se había filtrado a la prensa, pero la familia mantuvo el hermetismo y Oona dejó trascender un único comentario a modo de explicación: “A Charlie todo esto le habría parecido ridículo”.
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