El 8 de abril de 2013 la “Dama de Hierro” moría en el hotel Ritz de Londres. Mientras el mundo de la política la despedía como un heroína, los británicos recordaban algo diferente: la fiereza, sus actitudes a veces despiadada. El “legado” manchado por su decisión de hundir el Crucero Ara General Belgrano y con él las negociaciones de paz
Malvinas salvó su vida política. Fue aquella guerra, y no los proclamados beneficios de su política económica que terminó con millones de británicos quebrados y desocupados, la que le dio ocho años de aire político, cuando sus pulmones en el Partido Conservador ya boqueaban buscando una brisa que no llegaba.
Por Infobae
Fue Malvinas y su decisión de hundir el 2 de mayo de 1982 al crucero General Belgrano, que navegaba fuera de la zona de exclusión trazada por los propios británicos alrededor de las islas en guerra, la que, con el tiempo, le iba a reservar un trozo pequeño de la siempre efímera gloria, en la que Margaret Thatcher nadó mimada por sus antiguos soldados y por sus evocaciones guerreras, aunque el alcohol y los sedantes de los que había hecho abuso, y un principio de Alzheimer, la llevara a con los años a confundir Malvinas con la guerra de Bosnia.
Cuando murió, hace hoy diez años, el mundo político la despidió como a una heroína. Heroína caída, es verdad, pero heroína al fin. Los británicos, en cambio, recordaron con dolor su fiereza, su rigor, sus actitudes a menudo despiadadas mientras gobernó con mano de hierro a su país, actitudes que antes, cuando se convirtió en la primera mujer en ser primer ministro de Gran Bretaña, habían elogiado, o habían alimentado con una siempre amplia, y vana, dosis de esperanza. Malvinas, la llave de su supervivencia política, casi ni se mencionó en sus honras fúnebres. Pero su decisión de hundir al Belgrano, los trescientos veintitrés muertos que yacen en el mar, casi la mitad de las bajas argentinas en la guerra, y lo que desató esa decisión, el hundimiento de las negociaciones de paz en las islas, manchan su legado, si es que hay uno.
Para hundir al Belgrano, Thatcher tomó dos decisiones: usar un submarino atómico en el primero de los actos de guerra en recurrir a una nave nuclear desde el fin de la Segunda Guerra, en 1945 y, segundo, modificar las propias reglas de guerra estipuladas por los británicos para indicarle a sus tropas cuándo y cómo usar fuerza y armas, además de “flexibilizar la zona de exclusión”.
“Rules on engagement”, se llamaron en el lenguaje oficial aquellas normas, reglas de compromiso, reglas de combate, que se cambiaron sobre la marcha el mismo día en el que el Belgrano fue hundido. La historia oficial, que además estuvo narrada por la propia Thatcher en sus memorias, cuenta una versión del hundimiento, sostenida además por cerca de tres mil quinientos documentos desclasificados en 2012 por Gran Bretaña sobre la Guerra de Malvinas. Según esa versión, Gran Bretaña temía que los buques de la Armada Argentina pudieran poner en peligro a gran parte de la flota británica, en especial a sus portaaviones, reunidos en la “task force” enviada desde Londres.
La otra visión del hundimiento, la más difundida y tal vez la más probable, afirma que Thatcher hundió al Belgrano para echar abajo los esfuerzos de paz del entonces presidente peruano Fernando Belaunde Terry. Eso fue lo que ocurrió: el hundimiento del Belgrano terminó con una probable salida negociada de la guerra.
La decisión de flexibilizar la zona de exclusión y de hundir al Belgrano fue tomada por Thatcher y su gabinete durante un almuerzo en Chequers, la residencia de los primeros ministros británicos a setenta kilómetros de Londres. Fue en ese almuerzo del domingo 2 de mayo, el día del hundimiento del Belgrano, que Thatcher dio la orden de hundir el crucero argentino pese a estar fuera de la zona de exclusión. Luego, el entonces canciller Francis Pym diría: “Si bien el incidente ocurrió fuera de la zona de exclusión, fue de acuerdo a las Reglas de Combate acordadas el 2 de mayo”.
En sus memorias, Thatcher revela: “La orden necesaria que comunicaba el cambio de las reglas de enfrentamiento se envió desde Northwood al HMS Conqueror a la 1:30 p. m. De hecho, no fue hasta después de las cinco de la tarde que Conqueror informó que había recibido el pedido. El Belgrano fue torpedeado y hundido poco antes de las ocho de la noche. Nuestro submarino se alejó lo más rápido posible.”
En otros documentos y cartas enviadas por Pym, el canciller explicaría que la decisión británica “se realizó en defensa personal”, dado que días antes, el 23 de abril se había decidido “atacar a cualquier buque o submarino que fuese una amenaza para el Grupo de tareas”. El entonces jefe de departamento del Foreign Office, John Weston, admitió que el hundimiento del Belgrano “respondió a una decisión de los ministros de flexibilizar las actuales reglas del combate para permitir a nuestro submarinos nucleares atacar a los buques de guerra argentinos”.
El almuerzo del gabinete de Thatcher con la primer ministro fue confirmado el 5 de mayo de 1982 durante una cena de representantes de la OTAN. El entonces secretario del Eurogrupo, Kevin Tebbit dijo que el ministro de Defensa británico, John Nott le había confiado sobre el hundimiento del Belgrano: “La decisión política fue tomada por un grupo de ministros liderados por la primer ministro”.
Thatcher dice en sus memorias que el Belgrano tenía una potencia de fuego sustancial. “Se nos informó que podría haber sido equipado con misiles antibuque Exocet, y se sabía que sus dos destructores de su escolta los llevaban. Todo el grupo navegaba al borde de la Zona de Exclusión. Habíamos recibido inteligencia sobre las intenciones agresivas de la flota argentina. (…) El almirante Woodward, al mando de la Task Force, tenía todas las razones para creer que se estaba desarrollando un ataque a gran escala. El portaaviones argentino “25 de Mayo”, había sido avistado tiempo antes y habíamos acordado cambiar las reglas de enfrentamiento para hacer frente a la amenaza que representaba. Sin embargo, nuestro submarino había perdido el contacto con el portaaviones, que se había deslizado hacia el norte. Existía una gran posibilidad de que Conqueror también perdiera contacto con el grupo de Belgrano. El almirante Woodward tuvo que llegar a un juicio sobre qué hacer con el Belgrano a la luz de estas circunstancias. De toda la información disponible, concluyó que el portaaviones y el grupo Belgrano estaban enfrascados en un clásico movimiento de pinzas contra la Fuerza de Tarea. Estaba claro para mí lo que se debe hacer para proteger a nuestras fuerzas, a la luz de la preocupación del almirante Woodward y el consejo del almirante Fieldhouse. Por lo tanto, decidimos que las fuerzas británicas deberían poder atacar cualquier buque de la armada argentina sobre las mismas bases acordadas previamente para el portaaviones.”
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