Sentado en el zaguán de la casa, el hombre mira a través de la reja. Si un carro se detiene al frente, se asoma con la ilusión palpitante de que sea su hijo. Quisiera salir a buscarlo, pero a sus 92 años la silla de ruedas le impide alejarse demasiado. Aleixis Luna Aguilar vendía puerta a puerta bombillas y luces navideñas. Dos años atrás salió a llevar un pedido y no regresó. No hay rastros de su cuerpo ni de la moto en que se trasladaba. Nada se sabe de él, como de decenas de personas desaparecidas en la frontera entre Colombia y Venezuela, un hervidero de acciones delictivas del crimen organizado.
DIANA LÓPEZ ZULETA // EL PAÍS
La tristeza ha curvado la comisura de los labios de María Antonia Aguilar, madre de Aleixis. Vive con Samuel Luna, el hombre que mira por la ventana, en una casa austera en Villa del Rosario que se distingue por el cartel fijado en la fachada que denuncia la desaparición de Aleixis, de 43 años.
La familia se sostiene gracias a una pequeña tienda ubicada en la casa. María Antonia tiene las manos ajadas por el tiempo. Mira al piso, moviendo las pupilas de un lado a otro, se le encoge la voz y suelta un lamento ahogado entre gruesas lágrimas. “Mi hijo es tranquilo, trabajador, no tiene vicios de nada. Solamente salía a trabajar para ayudar a sus hijos”, dice la mujer de 77 años.
La familia ha recorrido morgues, hospitales y cárceles buscando. Denunciaron la desaparición ante la Fiscalía, pero no hubo respuesta alguna ni indicios de que han investigado.
En Herrán, el último pueblo que visitó Aleixis como vendedor, su familia peregrinó casa por casa, con foto en mano, para preguntar si lo habían visto. Pagaron anuncios en las emisoras y hasta le imploraron al cura para que les ayudara a encontrarlo.
“Aquí en la frontera la gente desaparece tan fácil como cuando un mago mete la paloma en un sombrero”, dice Donal, hermano de Aleixis.
La frontera de Colombia con Venezuela se extiende por más de 2.000 kilómetros. Es, después de la de México y Estados Unidos, la más convulsionada de América. La parte circunvecina a Cúcuta ha sido una zona de excesiva violencia desde mediados del siglo pasado, cuando millones de colombianos, en su mayoría pobres, emigraron en busca trabajo y bienestar, atraídos por la extraordinaria riqueza venezolana, derivada del petróleo.
Cúcuta es una de las 50 ciudades más violentas del mundo, de acuerdo con el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de México. Allí concurren todo tipo de delincuentes porque en la frontera se mueven miles de millones de dólares, principalmente de narcotráfico y contrabando.
Más de 336 toneladas de cocaína se producen al año en la vecina región del Catatumbo, de acuerdo con estadísticas que lleva la Policía. Tantas organizaciones criminales se disputan el control que no se sabe cuál es el grupo más dominante. El Clan del Golfo, las disidencias de las FARC, el ELN, el Tren de Aragua, Los Pelusos… la Policía ha identificado 16 organizaciones dedicadas al tráfico de drogas en la ciudad.
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