Se gobierna en circunstancias muy determinadas por las realidades sociopolíticas, comunicacionales y económicas de los países, los pueblos y el entorno cultural, por lo que gobernar hoy requiere de experiencia, competencia, inteligencia, ética y coraje institucional.
La competencia (o incompetencia política) como virtud exigida para gobernar es un tema inacabado y entendido -en cuanto a gobernantes se refiere- como también un requisito para la toma de decisiones en el muy variado y complejo mundo del ejercicio de gobierno (gobernanza): agregando que gobernar no es un tema general en cuanto a la operación de tal actividad. Se gobierna en circunstancias muy determinadas por las realidades sociopolíticas, comunicacionales y económicas de los países, los pueblos y el entorno cultural, por lo que gobernar hoy requiere de experiencia, competencia, inteligencia, ética y coraje institucional.
Ahora bien, en el caso nuestro, en Venezuela, gobernar implica todo lo anterior más la claridad de conocimiento que el gobierno que surja luego de la deposición democrática del régimen autoritario filocastrista de Maduro será, o deberá ser, una gran coalición popular democrática en un difícil proceso de transición, dirigido por una vanguardia política de sólidas convicciones sobre su histórico papel de reconstrucción democrática e institucional, sin concesiones a la demagogia y al clientelismo populista ni a la corrupción; más sí con un inteligente sentido de negociación para consolidar el triunfo popular, en tanto en cuanto que la dura crisis que heredará implica sacrificios y privaciones, así como entendimientos y ejercicios de sensatez inmunes al odio y el revanchismo ¿Es posible? ¡Claro! Y es precondición para ello una concertación nacional para la gobernabilidad con los sectores más relevantes de la la sociedad democrática a excepción-por su talante totalitario y antidemocratico- de quienes han gobernado estos cinco lustros y sus sectores satélites.
Sin acuerdo de concertación para gobernar, que obligue a coaliciones democráticas potentes disuasivas de oportunismos y pretensiones pretorianas de la élite corrupta gobernante, no es posible darle estabilidad al proceso de reconstrucción democrática, que es en definitiva el propósito de la transición.
No es romántico ni utópico pedir que haya reflexión cívica y venezolanista entre quienes hoy aspiran ser los portaestandartes del proceso de liberación democrática que significan las primarias -con méritos o sin ellos; como cónsules de manipuladores y reputaciones venidas a pique, o como quinta columnas por desenmascarar- y de dicha reflexión emerja la concertación nacional que resuma la voz de redención de la totalidad del pueblo venezolano.
La exigencia de competencia para gobernar es una condición cuya validez asegura el éxito del régimen de transición y una gobernabilidad satisfactoria que sumee comprensión y apoyo de la inmensa mayoría de los ciudadanos para realinear el proceso de reconstrucción, darle sentido racional y democrático al reclamo e interpelación popular generado por la rudeza de la crisis humanitaria, así como minimizar la posibilidad de resurrección del autoritarismo y el militarismo populista, siempre insepulto.