Muchas de las mañanas de su infancia, Candice Bergen desayunó sentada sobre su padre. En una de las piernas de su padre. En la otra se ubicaba su hermano. Nada que no pase en muchas familias. Candice se acostumbró desde chica a tener que compartir todo con su hermano. Y a sentirse algo postergada, a reconocer que el otro era el favorito, el que obtenía los privilegios. Bastaba ver las habitaciones de cada uno en la casa familiar. La de él era mucho más grande que la de ella y con un vestidor mucho más provisto.
Por infobae.com
Lo peculiar es que el hermano de Candice era de madera. Charlie McCarthy era el muñeco con el que el papá, Edgar Bergen, hacía su célebre número de ventriloquía.
Durante esos desayunos, Edgar Bergen pellizcaba debajo de la nuca de Candice para que moviera la cabeza, mientras él hacía las tres voces: la de Charlie, la de su hija y la suya propia. Candice debía limitarse a abrir la boca y hacer la mímica cada vez que sentía el pinchazo del pellizco en su cuello.
Candice Bergen fue modelo, actriz de éxito y estrella televisiva. Edgar Bergen fue el mayor ventrílocuo de Estados Unidos durante casi medio siglo. Tuvo un éxito fenomenal. Y una vida bastante extraña. Y Charlie McCarthy, uno de los grandes protagonistas del espectáculo de los Estados Unidos durante varias décadas.
Edgar nació en Chicago en 1903. Su apellido era Berggren; luego lo simplificó para favorecer su carrera artística. Su familia había emigrado de Suecia. Por un tiempo volvieron al país escandinavo hasta que se instalaron definitivamente en Estados Unidos cuando Edgar cumplió 11 años. Por esos años en un espectáculo de variedades lo maravilló la actuación de Harry Lester, el más destacado ventrílocuo de la época. Durante meses estudió unos folletos que explicaban la técnica de la ventriloquía y practicó en su habitación. A los 16 años, tras la muerte de su padre, se animó a buscar a Lester y mostrarle sus habilidades. Harry Lester reconoció el talento del joven y le dio clases privadas tres meses.
Ya estaba listo para salir a hacer su propio camino. Sólo le faltaba el compañero de ruta. Edgar Bergen le encargó a un carpintero la cabeza de su muñeco. Se basó en alguien que había conocido, un nene pelirrojo de origen irlandés que trabajaba de canillita. Luego él mismo diseñó el cuerpo con un palo de escoba de unos 90 centímetros, cuerdas y bandas elásticas para manejar el movimiento de la mandíbula y de la cabeza. Lo bautizó Charlie McCarthy. Si, luego, en pleno éxito, ventrílocuo y muñeco vestían siempre igual, en los comienzos Charlie era el más elegante: frac, sombrero de copa y monóculo.
Empezó, como todos los actores de variedades de los años veinte, en ferias y vaudevilles. Pronto fue descubierto por el dramaturgo Noel Coward que lo recomendó para el Rainbow Room, un lugar exclusivo que quedaba en los pisos superiores del 30 Rock, el Rockefeller Center, en el que estaba también el estudio de radio más importante. Por eso, muchos artistas y ejecutivos acudían al terminar la jornada a tomar algo. Allí el presidente de la emisora conoció a Bergen y a Charlie McCarthy. Contrató el número para la radio.
Bergen aceptó de inmediato porque era la posibilidad de ser conocido masivamente. La radio en ese momento era el medio de mayor alcance. Las dificultades eran evidentes. Como lograr que el público apreciara su capacidad técnica, toda la profundidad del número, cuando sólo podían escuchar la interacción entre el ventrílocuo y el muñeco. La gracia en ese arte suele ser que no se note cuando el ventrílocuo hace hablar a su criatura, el asombro, la tensión por descubrirlo en un traspié. Sin esa faceta visual Bergen tenía pocas posibilidades de triunfo.
Bergen fortaleció la rutina y sacrificó algo sagrado para los ventrílocuos: se notaba el movimiento de su boca porque Charlie debía hablar correctamente, con claridad, para que los oyentes entendieran a la perfección cada una de sus réplicas.
El programa, contra todo pronóstico y casi contra explicación, lideró la audiencia. Se convirtió en un boom. Para muchos de los oyentes, Charlie tenía vida propia. Era incorrecto, decía lo que los demás no se animaban, la velocidad de sus réplicas era sorprendente. Un nene que pensaba como un grande. Funcionaba como la voz colectiva incorrecta de Estados Unidos.
Charlie era más famoso y querido que Edgar. Como si se pudieran disociar. El público no aceptaba la presencia de Bergen sin la compañía de Charlie. El escritor Andrés Barba escribió sobre Charlie McCarthy: “Menos que un hombre y a la vez más que un hombre, el muñeco Charlie McCarthy podía hablar fingiendo que compartía las pasiones humanas y a la vez burlándose de ellas y considerándolas ridículas porque estaba en un lugar al margen de lo humano y a la vez todavía humano: el imperio ideal de los profetas, los payasos, los idiotas, los locos y los santos”.
Charlie salvó también de la catástrofe a Estados Unidos. En la radio rival, a la misma hora que su programa, estaba Orson Welles con su programa. Bergen y Charlie arrasaban en el rating. Hasta que el 30 de octubre de 1938 Welles provocó una ola de pánico masiva con la emisión sobre la Guerra de los Mundos. Muchos dicen que el efecto del programa de Welles no fue tan extendido debido a que a esa hora la mayoría de la audiencia escuchaba a Charlie McCarthy.
Otros dicen que Bergen y su muñeco tuvieron la culpa de la gran repercusión de la emisión de Welles porque, como en todas las audiciones, después del primer bloque de 12 minutos hubo un intermedio musical; en ese momento muchos oyentes aprovecharon para cambiar el dial. Fue entonces que escucharon de la invasión extraterrestre y lo tomaron al pie de la letra. Se habían perdido el disclaimer previo sobre que lo narrado era absolutamente ficcional.
Tuvieron, Edgar y Charlie, su programa por más de una década. Recién a principios de la década del cincuenta perdieron la primacía del rating contra un concurso de preguntas y respuestas. Bergen se tomó un descanso y en los años siguientes regresó con otras propuestas junto a su muñeco. Pero la radio había perdido preeminencia: había irrumpido la televisión. En la TV Bergen y Charlie eran invitados permanentes a los programas de mayor audiencia. Su carrera con presentaciones televisivas, teatrales, en Las Vegas y participaciones en el cine se extendió hasta la muerte de Bergen en 1978. Su última intervención fue en la película de los Muppets.
Una de las aristas más particulares de esta historia se presenta en este momento, tras la muerte del ventrílocuo más exitoso de la historia. Cuando su hija Candice Bergen abrió el testamento se llevó un disgusto (y, tal vez, no una sorpresa porque para ella era algo previsible). Edgar Bergen legó sus ahorros, más de 10.000 dólares de la época, a Charlie McCarthy su muñeco y compañero de toda la vida: “Tomé esta decisión por razones sentimentales, inevitables para mí por mi vínculo tan cercano con Charlie McCarthy quien fue mi constante compañía, quien tomó forma de persona real y de quien nunca estuve separado ni un solo día de mi vida”, dejó Edgar establecido en su testamento.
Candice, en A Fine Romance, su libro de memorias, escribió: “Toda mi vida perseguí la aprobación de mi padre y el testamento fue la prueba más evidente de que nunca la conseguiría”.
Muchas de las fotos de la infancia de Candice son escalofriantes. Siempre Charlie aparece en el plano. En una de ellas, el muñeco, algo tenebroso como todos esos muñecos de madera cuando se los aleja de las rodillas del ventrílocuo, se asoma por el borde del moisés que protege a Candice de pocas semanas de vida. En otra están vestidos iguales, con el mismo pijama enterizo, en la escalera de la casa familiar.
Durante los primeros años de su vida, Candice estaba convencida de que Charlie era una persona real. En esos desayunos que compartía con su padre y el muñeco, el que le ordenaba que tomara la chocolatada o que se terminara la tostada era Charlie. Su padre nunca le hablaba directamente, sino a través de su creación. En esas charlas de a tres, Charlie hacía lo mismo que en el escenario, disparaba su mordacidad y su acidez sobre la nena. “Yo pensaba que el que me odiaba era Charlie y que mi padre me defendía”, escribió Candice en sus memorias.
Alguna vez la chica se quejó de que Charly tuviera más ropa que ella. En el colegio, en las reuniones sociales o cuando acompañaba a su padre, a Candice la presentaban como “La Hermanita de Charlie”.
Otro de los grandes impactos de su camino a la adultez fue cuando inspeccionando la habitación de su hermano de madera encontró otros cinco muñecos iguales a Charlie. Algunos estaban colgados, otros doblados sobre sí mismos. Esa visión la perturbó durante años.
Candice Bergen en la actualidad tiene 76 años y una larga y reconocida carrera en la que ganó 5 Emmy a la mejor actriz de comedia por Murphy Brown (llegó a ser la mejor paga de la televisión norteamericana) y obtuvo una nominación a los Oscar. Definió a su padre como: “Una especie de esquizofrénico, un hombre de bajo perfil, introvertido y casi pusilánime a no ser que estuviese rodeado de amigos o que tuviera una de sus manos dentro de Charlie. Cuando pasaba eso se volvía audaz, extrovertido, capaz de las palabras más inapropiadas, del chiste más arriesgado”. También habla con cariño de él aunque recuerda su frialdad en el trato: “Una distancia típicamente escandinava”, dijo. Y afirma que se siente muy orgullosa de ser la hija del ventrílocuo más importante de la historia del espectáculo norteamericano.
Sobre Charlie McCarthy dice que la de ellos dos fue la relación entre hermanos más loca y retorcida de la historia, tanto que desbordaría al mejor de los terapeutas: “A veces me felicito a mí misma, me reconozco todo el mérito que tiene el haberme convertido en alguien medianamente funcional después de haber tenido esa infancia”.