La ceremonia de coronación de Carlos III, que se celebrará el próximo sábado, llega en medio de una crisis del coste de la vida de la que el Reino Unido no termina de salir. A pesar del intento del nuevo monarca de reducir la grandiosidad y ostentación que conlleva un rito milenario en la monarquía británica, son muchos los ciudadanos que sienten desapego hacia una liturgia esencialmente religiosa que no termina de encajar en el siglo XXI.
Por: El País
Hace 70 años, cuando Isabel II fue coronada, las autoridades británicas acababan de levantar el racionamiento del té. Todavía pasarían unos meses hasta que hicieran lo mismo con la carne. “No he sido capaz de entender todo este alboroto. Confío en que sea la última coronación de este tipo que presenciemos, porque no representa en absoluto a la gente corriente. Aunque me temo que la mía sea una opinión minoritaria, incluso entre la clase trabajadora”, escribía la diputada laborista Barbara Castle, que una década más tarde formaría parte del Gobierno de Harold Wilson.
Aquella ceremonia, que se prolongó durante tres horas, contó con más de 8.000 invitados en la abadía de Westminster y fue vista por 32,2 millones de telespectadores cuando la población del Reino Unido era de 50 millones. Fue “la última gran exhibición imperial… un magnífico tributo funerario a un orden mundial que ya estaba acabando”, según el historiador Ben Pimlott.
La coronación de Carlos III, el próximo sábado, será paradójicamente un evento que suscitará interés y curiosidad mundial pero que, en su propio país, ya no tendrá el mismo impacto emocional. A un 64% de los británicos, según la última encuesta de YouGov, el desfile real y la ceremonia religiosa le importa muy poco o nada. El nuevo monarca ha dado instrucciones para que su ceremonia sea más breve, más cercana a la calle y más modesta en pompa y presupuesto.
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