El himno francés se convirtió en símbolo de rebeldía y revolución en distintos puntos del planeta. Pero otro tema, compuesto en 1871, se sigue entonando con un sentido similar. Con una diferencia fundamental.
Por infobae.com
Resulta conmovedor que los grandes acontecimientos y movimientos de la Historia tengan, como sello de identidad, su propio signo musical. Si se quiere, sucede como en las vidas de cada uno de nosotros cuando sentimos que los hechos importantes, ciertas épocas, tienen su canciones que, al oírlas, nos hacen recordar. La Historia y las personas poseen, entonces, en el mecanismo que las constituye, su propia banda de sonido, como los films. Así pasa, por ejemplo, con el 1° de Mayo.
Pero hablemos antes de La Marsellesa, el himno de Francia. Fue escrito en 1792, tres años después de que los revolucionarios tomaran el poder el 14 de julio de 1789 y depusieran la monarquía absolutista de Luis XVI, quien sería ejecutado después en la guillotina.
En 1792 los regímenes europeos temían la expansión del ejemplo de la República que se había instaurado en Francia y los ejércitos de Prusia y Austria amenazaban al país galo mientras las milicias preparaban la defensa de su revolución. Al músico y militar Claude Joseph Rouget de Lisle se le encargó, un día después de que las naciones hostiles declararan la guerra, que compusiera un himno que alentara y diera bríos a los soldados que se iban a enfrentar a los invasores.
Rouget de Lisle ideó unos versos y unos sones esa misma noche del 25 de abril de 1792 y así nació el inmortal himno que comienza así: “Allons enfants de la patrie…”, pero mejor transcribamos la letra en español de aquellas primeras estrofas poderosas:
Marchemos, hijos de la Patria,
¡ha llegado el día de gloria!
Contra nosotros, de la tiranía,
El sangriento estandarte se alza. (bis)
¿Oís en los campos el bramido
de aquellos feroces soldados?
¡Vienen hasta vuestros mismos brazos
a degollar a vuestros hijos y esposas!
¡A las armas, ciudadanos!
¡Formad vuestros batallones!
¡Marchemos, marchemos!
¡Que la sangre de los impuros riegue nuestros campos!
Y sigue. Y fue el himno francés, y dejó de serlo, y también La Marsellesa fue prohibida en los tiempos de retroceso de la República, y luego otra vez tomada como propia por el pueblo rebelado y aceptada finalmente como himno oficial de la nación.
Es bueno recordar que durante la ocupación nazi, el gobierno títere de Vichy volvió a prohibir el himno, que se convirtió en canción de combate y resistencia. ¿No vieron Casablanca, la película de Michael Curtiz con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman? Todo el mundo debe ver esa película. Todo el mundo tiene el derecho a emocionarse con el momento en el que -en la neutral Marruecos- los soldados alemanes y los expatriados de toda Europa por los nazis compiten cantando en una escena maravillosa en la que La Marsellesa se impone a los seguidores de Hitler en medio del Rick’s Cafe. Son dos minutos que pertenecen a lo mejor de la cinematografía mundial.
El historiador Eric Hobsbawm en su libro Los ecos de La Marsellesa (Booket) recuerda la influencia que tenía un siglo después el himno francés entre los socialistas europeos: “La Marsellesa (en diversas adaptaciones) era el himno de los socialdemócratas alemanes, y los socialdemócratas austríacos de 1890 seguían poniéndose el gorro frigio (característico de la Revolución) y la consigna ‘Igualdad, Libertad, Fraternidad’ en sus distintivos el 1° de Mayo. No es sorprendente. Al fin y al cabo, la ideología y el lenguaje de la revolución social llegaron a Europa central desde Francia, gracias a los oficiales (trabajadores cualificados) radicales alemanes que viajaban por todo el continente, a los turistas, a los alemanes que emigraron por motivos políticos al París de antes de 1848, y gracias también a las publicaciones a menudo extremadamente bien informadas e influyentes que algunos de ellos se llevaron”.
El texto del historiador inglés muestra en su libro cómo hasta finalizado el siglo XX las categorías de análisis de la Revolución Francesa seguían marcando acontecimientos como la caída de la Unión Soviética.
Antes de ese hecho que derrumbó al “socialismo realmente existente”, La Marsellesa se traducía también en composiciones musicales que celebraban la derrota de los franceses, como en la Obertura 1812, compuesta por Piotr Tchaikovsky en 1880, que usa la música para señalar el heroico avance de las tropas de Napoleón sobre Rusia y hasta la toma de Moscú, pero sobre todo su derrota al llegar a esas estepas el invierno, que se convierte en arma invencible.
La Marsellesa suena para mostrar los momentos de avance del ejército francés. La obra termina reclamando en la partitura y la ejecución cañones y campanas y presenciarla en vivo (si tienen oportunidad de presenciarla en vivo, no la desperdicien). La Obertura 1812 había sido encargada por el zar Alejandro, padre de Nicolás, quien lo sucedería en el gobierno absolutista ruso.
Hasta en Rusia
Como se ve, hasta en Rusia el himno francés cobraba vida cada cierta cantidad de años, en los que se invocaba sus sones para uno u otro fin. En febrero de 1917, la nación rusa asistió a acontecimientos revolucionarios cuyo epicentro estaba ubicado en la cosmopolita ciudad de San Petersburgo, lugar de residencia de los zares, y más precisamente en sus barrios obreros.
Las manifestaciones que organizaron las trabajadoras el 8 de marzo en el Día de la Mujer, según lo votado por el Congreso Internacional de Mujeres Socialistas de 1910 por moción de la alemana Clara Zetkin, imponían el paro en las fábricas (repletas de mujeres debido a que los hombres eran mandados al frente de guerra) y se dirigían hacia otras factorías tanto de hombres o mujeres para que se sumaran a la huelga.
Así comenzaron gigantescas protestas que el zar Nicolás II mandaba reprimir. La tensión social no era para menos: la escasez y el hambre arreciaban al tiempo que la participación rusa en la Primera Guerra Mundial entregaba a la muerte a miles de jóvenes campesinos y operarios. La guarnición militar de San Petersburgo (Petrogrado) se negó a reprimir y, por el contrario, se sumaba a los manifestantes. El zar no tuvo otra opción que la de dimitir y acabar así con siglos de monarquía en Rusia. En las calles, entre otras canciones, se entonaba La Marsellesa para festejar.
La internacional
Es que, a pesar de que el Congreso de la Segunda Internacional de 1889 había establecido a La Internacional como himno de los trabajadores y al 1° de Mayo como su día de lucha a nivel mundial, todavía no había penetrado en los rusos la música y letra de la canción.
Su letra había sido compuesta en 1871 por Eugene Pottier, de oficio dibujante industrial, quien había sido elegido a la alcaidía del segundo distrito de París, durante los 72 días que duró el gobierno de La Comuna, el primer gobierno obrero de la historia, que sería reprimido a sangre y fuego en mayo de ese año. Pottier pudo escapar de las masacres conjuntas que realizaron los ejércitos prusianos y de los regimientos de Versailles que costaron la vida de decenas de miles de hombres y mujeres y se exilió a los Estados Unidos. En junio escribió el poema cuyo estribillo dice en una de sus versiones en español:
“Agrupémonos todos
En la lucha final,
Y se alcen los pueblos
Por la Internacional.”
En el original, en francés:
“C’est la lutte finale
Groupons-nous, et demain,
L’Internationale,
Sera le genre humain.”
Un año después del fallecimiento de Pottier, en 1888, el operario tallador de madera Pierre Degeyter y coordinador del coro “La lira de los trabajadores” le puso la enfática música que convirtió a los versos de Pottier en himno de la clase obrera, como resolvió el Congreso de la Segunda Internacional en 1889. También se resolvió que se realizaran actos en todos los países del mundo posibles en reclamo de los derechos de las clases laboriosas y en homenaje a los mártires de Chicago, obreros ahorcados por la justicia estadounidense por participar activamente de las protestas por la jornada laboral de 8 horas.
Argentina fue un país adelantado en la materia. Como indica el historiador Lucas Poy en Los orígenes de la clase obrera argentina 1889 y 1890 fueron años calientes para la situación política nacional. La crisis económica no era controlada por el presidente Juárez Celman, cuyas medidas hundían más y más al país en la miseria (Juárez Celman sería derrocado en la Revolución del Parque, alzamiento liderado por los futuros dirigentes del Partido Radical).
Grandes sectores de la inmigración que habían llegado a la Argentina tenían experiencia sindical y pronto se agruparon en sindicatos y realizaron manifestaciones que hicieron temblar a Buenos Aires. Frente a las notorias asambleas de trabajadores provenientes de distintas naciones, el diario La Prensa publicaba un editorial que decía: “Ningún argentino es socialista porque no hay en la República causas para el socialismo. Si no están contentos en este país que no es su patria; si no les agrada la organización política que nos hemos dado; si les choca nuestra complexión civil, váyanse a sus respectivos países”.
El 1° de mayo de 1890 la respuesta en la Argentina a la resolución de la Segunda Internacional fue la realización de actos obreros en Buenos Aires, Bahía Blanca, Rosario y Chivilcoy. En Buenos Aires, el acto se realizó en el Prado Español, situado en la actuales avenida Quintana y Junín, en la Recoleta, se dieron cita tres mil obreros que realizaron inflamados discursos en sus lenguas de origen. Eran socialistas y anarquistas. Para finalizar el acto se cantó por primera vez en un acto en el país La internacional, también entonada en diversas lenguas aunque seguramente una minoría conocería de la canción.
Como decíamos, algo así pasó en Rusia en 1917, cuando la Revolución de Febrero avanzó y en octubre la consigna de “Todo el poder a los soviets” depuso al gobierno del menchevique Aleksandr Kerenski, que gobernaba en coalición con los partidos del régimen. Este alzamiento dio paso al gobierno de los bolcheviques y socialistas revolucionarios.
Meses antes, señala el historiador italiano Enzo Traverso en su libro Revolución, al llegar Lenin del exilio en un tren blindado, una orquesta lo recibió tocando primero La Marsellesa y luego La Internacional. La Marsellesa que cantaban las milicias de obreros y los manifestantes en octubre de 1917 y durante el periodo iniciado en febrero de ese año, era la versión de Piotr Lavrov, que había participado de la Comuna de París y sobrevivido, quien había reemplazado la palabra “patrie” (patria) de la letra por “pueblo trabajador” y “pueblo hambriento”, para despojarla de sus tintes nacionalistas.
En Interpretar la Revolución Rusa: El lenguaje y los símbolos de 1917, los historiadores Orlando Figes y Boris Kolonitski cuentan cómo le caía mal a Lenin La Marsellesa, pese a que orquestas la tocaban en su honor cada vez que visitaba una ciudad. En la intimidad, como en una reunión festiva con sus camaradas, al proponer alguno de los presentes cantar La Marsellesa, Lenin se opuso y pidió que se cantara La Internacional.
Las canciones eran símbolos políticos y el himno francés representaba la perspectiva de la revolución burguesa, tal como había sucedido en el país galo, mientras que La Internacional planteaba el gobierno de “los parias”. Lo mismo sucedería durante las primeras décadas del siglo XX en Francia, donde cantar La Marsellesa era rendir pleitesía al régimen, mientras que La Internacional era el himno de los rebeldes. El escritor Ilya Ehrenburg contaba de una reunión para celebrar un aniversario de la revolución rusa en París que terminó a las piñas entre los partidarios de cantar uno u otro himno.
Una vez realizada la Revolución de Octubre, se generalizó la difusión de La Internacional y los bolcheviques tomaron esa tarea con tal ahínco que no cantarla era señal de desacuerdo con ese partido. Según Figes y Kolonitski, cuando el poder soviético decidió sofocar en 1921 el levantamiento de los marineros de Kronstadt, represión a cargo de Trotski, una señal de los disconformes era su negativa a cantar el himno socialista.
Durante la guerra civil, hubo una versión de la Internacional de los Bandidos de Ucrania; una canción antibolchevique de los campesinos rebeldes de Antonov. En el periodo de ascenso de la revolución, La Internacional fue adoptada como himno por la nación de los soviets. Durante el gobierno de Iosif Stalin, se estableció un himno nacional de la Unión Soviética. En la antigua URSS (y luego en el bloque oriental europeo bajo su dominio político) La Internacional se incorporaba a los diktat de la burocracia stalinista, que fosilizaban los símbolos que habían sido signo de movilización liberadora en todo el mundo.
Como señala Enzo Traverso, es interesante consignar que de cualquier modo en Occidente y en el Tercer Mundo La Internacional se seguía cantando como himno de combate en épocas de alza de las luchas, como en las décadas del sesenta o setenta. Esa perdurabilidad puede comprobarse en las imágenes y sonidos que llegan estos días desde Francia, cuando los manifestantes contra la reforma previsional del gobierno de Emmanuel Macron cantan en sus combativas movilizaciones el himno de los trabajadores.
Los Primeros de Mayo esto se puede apreciar vivamente. Si existiera un detector de La Internacional alrededor del mundo se podría comprobar que aún se canta en el Día de los Trabajadores en lugares tan distantes como la Argentina, Nepal, Sudáfrica, Dinamarca, Japón, España, Estados Unidos, China, Grecia, Turquía, Venezuela, Bolivia, el Kurdistán y así, porque en todo el mundo continúan existiendo organizaciones políticas que reivindican la perspectiva de que la clase trabajadora gobierne.
Sin dudas se trata de uno de esos hechos conmovedores de la Historia: que unos versos escritos en 1871 sigan teniendo un valor político hoy y que sean entonados por sus simpatizantes. Un himno internacional de la clase obrera. Se trata de un fenómeno con una vigencia particular que implica una añoranza, pero también una nostalgia del futuro.