Apelaba el dictador, como de costumbre, a la defensa de la patria de los enemigos foráneos y a estrechar los esfuerzos para salvaguardar la soberanía nacional, en lo que sería la “fase superior de la construcción del socialismo”. Los asistentes hambreados y sepultados en la miseria estaban allí, no para escuchar los irrisorios aumentos de los salarios y pensiones a partir de enero, de ese venidero año, sino para mostrar su indignación y reprobar en público al tirano, quien moriría fusilado 4 días más tarde junto a su esposa.
El 1 de mayo de 2023 en el palacio de Miraflores, Nicolás Maduro se presenta ante una audiencia que había caminado las calles de Caracas previamente, gritando consignas a favor del gobierno y en espera de los anuncios en materia de ajustes salariales. Tras meses de protestas a nivel nacional por condiciones laborales dignas, un aumento salarial debería ser una medida lógica para mejorar en algo el bajo poder adquisitivo de los ciudadanos.
Lo impensable: no solo no hubo aumento, sino redujo a la mitad un subsidio de 40$ a 20$ (que horas después subiría a 30$). Y en un nanosegundo, la propia militancia lo abucheó y lo insultó. Había interrogado a la multitud si estaban de acuerdo con la medida y un ¡No! estrepitoso se hizo viral. El mandatario no ocultó su nerviosismo y caricaturescamente se espantaba del evidente rechazo, tal como le sucedió a Ceaussecu ese jueves profético de 1989.
Las señales de los cambios políticos hablan como imágenes de lo inevitable. Quienes presenciamos a través de las redes lo ocurrido, no nos queda duda del quiebre político del régimen. Hoy está carente de liderazgo y divorciado de sus bases. Maduro recuerda a Ceaussecu, como todo demagogo y tirano embriagado de poder, al no comprender los síntomas de un desplome inequívoco, inexorable.