Isadora Duncan fue una precursora de la danza moderna y una mujer atribulada por circunstancias nefastas, pero ella era sobre todo la libertad. Tuvo dinero, lo despilfarró. Tuvo casi toda la fama que se podía tener en su ambiente, también la dejó escapar sin lamentos. Tuvo decenas de parejas y fue dos veces madre soltera, en una época en que ambas situaciones disparaban murmullos.
Por: Clarín
Ya en su otoño, galanteando con un futuro piloto de lo que sería la Fórmula 1, se subió a un auto deportivo pero un coqueto pañuelo de seda se atascó en una rueda y la tela la estranguló. Después de todo, ese fue su final, tan trágico como insólito.
El destino funesto la catapultó como leyenda. Le dedicaron biografías, retratos literarios y películas. Todas ellas la muestran como una estrella de la danza que vivió a los saltos entre Estados Unidos, Europa y hasta la Unión Soviética. Un poco por necesidad, otro poco por personalidad. A esos destinos más o menos estables se sumaban las giras en las que era pródiga en gastos, pasiones y escándalos.
Duncan era también una seductora ardiente. Después de intercambiar miradas, comentarios y papeles con direcciones, aquella noche de septiembre de 1927 finalmente logró su cita con Benoît Falchetto en Niza, a orillas del Mar Mediterráneo.
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