Pasado el mediodía del martes 4 de abril, un mensaje en el teléfono de Dayana cambió su vida. Un vecino le preguntaba si había logrado comunicarse con su hija, pues le advertía que la habían visto salir desde su vivienda, ubicada en la población de Ureña, con una maleta con destino desconocido.
Luz Dary Depablos // Corresponsalía lapatilla.com
Para ese momento, su única hija de 15 años ya había sido captada por una red criminal de trata de personas que opera en la frontera entre Venezuela y Colombia.
– ¿Perdón?, respondió Dayana, mientras del otro lado del teléfono su vecino insistía.
– Sí, es que su mamá me pidió que le enviara un mensaje, porque la niña salió con una maleta.
“Salí corriendo del trabajo y me fui a buscarla. Mi mamá no tiene teléfono, por eso no tenía cómo comunicarse conmigo. Me fui, la busqué por todos lados, no di con ella, la busqué donde las amigas, la busqué en muchas partes”, contó la madre de la joven.
María (nombre ficticio de la adolescente para cuidar su identidad), quien por fortuna y por vivir en el municipio fronterizo Pedro María Ureña del estado Táchira, tenía línea colombiana en su teléfono móvil, respondió a las súplicas de su progenitora casi el anochecer. Dayana la había llamado y escrito durante toda la tarde, preguntando dónde se encontraba.
-Mamá, quédese tranquila, yo estoy bien, no haga nada, respondió con un mensaje la adolescente.
-¿Cómo me hace esto? ¿Qué pasó? Ni siquiera tenemos un problema ¿Por qué me hace esto? ¿Se enamoró y se fue?
Las dudas invadían la cabeza de Dayana sin encontrar ninguna respuesta, pero jamás pensó que algo más grave estaba ocurriendo.
A partir de ese momento siguieron comunicándose vía mensajes de WhatsApp. María le manifestó que supuestamente le habían ofrecido un trabajo en un restaurante en la ciudad de Cúcuta, pero no quiso dar más detalles.
La adolescente de cabellera larga y con rostro angelical, anhelaba cosas que veía en las redes y que con lo que gana su mamá no podría obtenerlas.
“Mami, yo quiero un teléfono y otras cosas, y yo veo que a usted le toca muy duro y yo no quiero ser una carga para usted y me gustaría ayudarla. Tengo sueños y me gustaría ayudarla también”, aspiraciones de cualquier adolescente que sin la capacidad de discernir son presa fácil para los grupos criminales.
Esa fue una de las noches más largas que ha vivido Dayana. Su instinto de madre le decía que algo no estaba bien. “Toda la noche le escribí, incluso, me envió una foto en la que estaba llorando. Dios mío, ¿Será que está bien, tiene frío, comió?”, la angustia no terminaba.
Al siguiente día, la madre siguió preguntando:
– ¿Dónde estás? Yo te busco donde sea.
– Con una señora, respondió María, sin entender que esa mujer que la acompañaba era parte de la red criminal de trata de personas, que la llevaba a una vivienda donde la oferta laboral finalmente era “un trabajo para WebCam”, en una vivienda ubicada en Ibagué del departamento del Tolima, Colombia, a más de 700 kilómetros de la ciudad de Cúcuta, es decir, a unas 14 horas por carretera.
– Mami le voy a decir la verdad, eso es una plataforma.
-¿Qué? Eso es prostitución infantil.
– ¿Mamá, usted cree?
-Usted no sabe la gente mala que hay detrás de todo esto, ayúdeme y déjese ayudar. Usted es una niña de bien.
– Bueno, mamá, ayúdeme, yo me quiero devolver.
Con esta confesión, Dayana corrió a buscar ayuda. Su hija estaba en peligro.
A pesar de la inocencia de María y en medio de su confusión, permitió que su progenitora la ayudara. Dayana cruzó la frontera, fue directo a la Dirección Antisecuestro y Antiextorsión de la Policía Nacional de Colombia (Gaula), en Cúcuta, donde puso la denuncia.
“Allá dijeron que no les correspondía, porque debía hacer la denuncia ante el Instituto de Bienestar Familiar”, por lo que acudió ante la Fiscalía correspondiente.
En el Gaula los funcionarios fueron quienes recomendaron a la adolescente, (quien hasta ese momento aún tenía el teléfono en sus manos) que cuando estaba viajando en el autobús, enviara una foto del ticket o pasaje.
-No, mamá, el ticket lo lleva la señora y ella lo lleva en el bolso.
También le pidieron que se le acercara al conductor del autobús para que parara la unidad en un punto estratégico, pero por temor, María no lo hizo, y como iba por carretera, se perdía la señal.
Luego de varias horas, Dayana recibe otro mensaje:
-Mamá, ya llegamos a la casa.
En ese momento, Dayana ya estaba en la Fiscalía, por lo que los funcionarios de la policía de Cúcuta pidieron a la joven que activara el GPS del móvil.
Le sugirieron que buscara una ventana o una puerta para escapar, pero María al ver que una persona pasó por frente de la vivienda, sintió temor y no salió. Minutos más tarde, gracias a la activación del GPS, funcionarios de la policía colombiana ubicaron la dirección de la residencia. Así lograron entrar y rescatar, a tres adolescentes.
Ni un minuto más, ni un minuto menos, la valentía de Dayana le permitió salvar a su hija de caer en un mundo oscuro. Su acción también ayudó a rescatar otras niñas.
La historia de Dayana y su hija ha sido una excepción, pues no todos los padres tienen la dicha de recuperar a sus hijas o hijos cuando son captados por estos grupos criminales una vez cruzan la frontera. “Dios ha sido bueno con nosotras”, reafirmó entre lágrimas esta valerosa madre.
Pero su calvario aún no termina, pues una vez culminado el operativo en el que fueron rescatadas las tres adolescentes, todas quedaron a disposición del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) con sede en Ibagué, donde su hija ha permanecido en resguardo del Estado colombiano por más de dos meses y solo puede comunicarse con ella a través de una llamada supervisada una solo vez a la semana.