Y una noche de verano, cálida y estrellada, algo cayó del cielo cerca de Roswell, una ciudad tranquila y callada, en el corazón de la cuenca lechera del estado de Nuevo México, Estados Unidos.
Alberto Amato // INFOBAE
Suele suceder que lo que cae del cielo es bueno; material o inmaterial, lluvias o bendiciones, nada que venga de lo celestial puede traer malas intenciones. Hasta tormentas, tornados, rayos y diluvios tienen, pese a su mala uva, un sesgo purificador y hasta divino.
Lo que cayó del cielo en Roswell, cambió la vida de la ciudad para siempre. E inauguró, pero muchos años después, un debate sobre los OVNIS, la probable y nunca identificada vida extraterrestre, la inteligencia de otros mundos y la visita, sigilosa, sutil y hasta marrullera de habitantes de otras galaxias que, siempre más inteligentes que nosotros, pasan por aquí de vez en vez a ver cómo es que todavía funcionamos, pese a Vladimir Putin y sus muchachos.
El cachivache que cayó del cielo en la tierra Roswell, hace setenta y seis años, el 2 de julio de 1947, casi no llamó la atención. Si alguien lo vio, pensó en una estrella fugaz, en un deseo incumplido, en el azar. Recién tres días después, el dueño de las tierras donde cayó el objeto se acercó a la oficina del sheriff del condado de Chaves, a denunciar el incidente.
A partir de ese instante, y con el tiempo, estalló una batalla entre la razón y la fe, lo fundamentado y la especulación, lo sensato y el disparate, que puso a Roswell en el centro de otra batalla que desmintió informes y evidencias, instaló la duda y la desconfianza, y de alguna manera tejió para siempre la urdimbre intrigante de las falsas noticias. Lo malo de las falsas noticias es que siempre hay mucha gente que quiere creerlas.
El ranchero que fue a denunciar la caída del cachivache poco menos que en el patio de su casa, era Mac Brazel, que también habló con los periodistas del diario local, “Roswell Daily Record”. Alguien metió la cola, difícil hablar del diablo en las cosas que caen del cielo, porque el 8 de julio el “Roswell Daily Record” apareció con un titular que revelaba un hecho sensacional: “Las Fuerzas Aéreas capturan un plato volador en un rancho de la región de Roswell”.
Lo de la “captura” no era tal, el objeto había caído del cielo en el rancho de Brazel. Lo del plato volador era el notición. Así que quien se hizo cargo de todo fue el comandante Jesse Marcel, de la oficina de Inteligencia del Grupo de Bombarderos 509; recogió los restos y voló con todo hasta Fort Worth, Texas. Le mostró el regalito llegado de las alturas al general de brigada Roger Ramey, que identificó los desechos como los de un globo meteorológico. Por más que caigan del cielo, plato volador y globo meteorológico no son lo mismo. Pero, si hubo alguna sospecha de que lo que decía Ramey no era verdad, acabó con ella Charles B. Moore, profesor emérito de la New York University, que había desarrollado los globos meteorológicos usados por Estados Unidos. Moore confirmó el origen del hallazgo.
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