“Estaba quebrado y hacía tres semanas que dormía en la terminal de ómnibus. Leí un aviso que pagaban US$100 el día por estar en esta película. ¡Por US$100 al día era capaz de hacer cualquier cosa! Así que en vez de hacer algo desesperado o cometer un delito, trabajé dos días ahí y logré salir de la estación”. La película era para adultos: contaba la vida sexual de una chica y su novio que, buscando romper con la rutina, organizaban una orgía en su departamento. El título, traducido como La fiesta en lo de Kitty y el semental, cambiaría poco tiempo después para aprovechar la fama de su entonces debutante protagonista.
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Era 1970 y faltaban sólo seis años para que Sylvester Stallone se hiciera mundialmente conocido como “el semental italiano”, el nuevo título de aquella cinta porno no sería otro que el nombre de ring del personaje que lo catapultó a la cima de Hollywood: Robert “Rocky” Balboa. Cuando filmó la primera entrega de la saga del boxeador, Sly acababa de cumplir 30 años. Había nacido en el barrio Hell’s Kitchen de Manhattan el 6 de julio de 1946 como el hijo mayor del peluquero italiano Francesco Stallone y la bailarina, astróloga –llegó a tener su propio canal de atención al cliente y fue precursora de la rumpología, una técnica con la que leía el futuro en… ¡los pliegues de las nalgas!– y luchadora femenina Jackie Stallone.
El suyo fue un parto complicado y los médicos tuvieron que usar fórceps. En la maniobra, resintieron accidentalmente un nervio de la cara del pequeño Sylvester –su madre quería que se llamara Tyrone, por Tyrone Power, pero el padre cambió de idea en el registro civil–. La secuela fue una parálisis irreversible del lado izquierdo de la mandíbula, incluyendo una parte del labio, la lengua y la quijada. Tuvo que sobreponerse al bullying durante toda la primaria, pero en cuanto pisó los estudios, la misma marca por la que había padecido se convirtió en su sello actoral: el gesto siempre pendenciero y la dicción arrastrada, como entredientes, algo por lo que llegaron a llamarlo “el heredero de Brando”.
Igual que para su némesis en los 80, Arnold Schwarzenegger, las burlas de sus compañeros fueron la razón por la que se volcó al entrenamiento intenso y al fisicoculturismo. Su infancia también fue difícil puertas adentro: cuando sus padres se divorciaron pasó un tiempo en hogares de acogida hasta que volvió al cuidado del padre, en la peluquería. Finalmente volvió a reunirse con la madre en Philadelphia, donde había puesto un gimnasio que fue su refugio.
A los 18 años viajó a Ginebra, donde estudió en el Colegio Americano de Suiza y, al regresar, se anotó en la escuela de Drama de la Universidad de Miami. No duró mucho, pronto se fue a Nueva York: quería que su carrera comenzara cuanto antes y no podía perder tiempo en la facultad. Audicionó sin suerte en todos los castings que pudo durante años, mientras se la pasaba leyendo y escribiendo en sus ratos libres; se hizo fanático de Edgar Allan Poe. Compartía un departamento con su novia Sasha Czack, también aspirante a actriz que mantenía la casa con su trabajo de moza. En el 72 se probó para El Padrino y ni siquiera fue elegido como extra. Sí logró salir en dos tomas de What’s up, doc?, con Barbra Streissand.
Estaba a punto de renunciar definitivamente a sus ambiciones en el mundo del espectáculo, cuando le ofrecieron uno de los roles principales en No place to hide (1973), una película indie que años más tarde fue editada dos veces: la primera, para darle más protagonismo a su personaje tras el éxito de Rocky (1976) y de Rambo (1982); la segunda, ya en los 90, como comedia y con el sugestivo título de A man called… Rainbo.
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