The Economist: Los idiotas útiles de Vladimir Putin

The Economist: Los idiotas útiles de Vladimir Putin

The Economist (Klawe Rzeczy/Getty images)

 

 

 





 

A principios de mayo, el embajador ruso en Alemania celebró una fiesta en honor de la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial. Entre los invitados a la embajada, un coloso de la época de Stalin que ocupa más territorio alemán que el cercano edificio del Parlamento, se encontraban numerosos dignatarios, así lo reseñó THE ECONOMIST.

El último jefe de la Alemania del Este comunista, Egon Krenz, que ahora tiene 86 años, se mezcló bajo las lámparas de araña con Gerhard Schröder, canciller de la Alemania unida de 1998 a 2005 (y, más recientemente, lobista de empresas energéticas rusas). Tino Chrupalla, colíder de Alternativa para Alemania (AFD), un partido de extrema derecha, lucía una corbata con los colores de la Federación Rusa.

La prensa alemana se burló un poco del acto, pero apenas se hizo eco de él. Dieciséis meses después de la guerra de Rusia contra Ucrania, la opinión pública en Alemania, como en toda Europa, considera abrumadoramente a Rusia como un agresor al que hay que rechazar, y a Ucrania como un defensor que merece ayuda.

Los defensores de la influencia rusa están ahora disminuidos. Schröder, por ejemplo, presidió el consejo de administración de los gasoductos Nord Stream, ahora cerrados, que abastecían a Alemania de gas ruso.

El verano pasado, Rusia cerró las tuberías, que unos misteriosos saboteadores volaron. El ex canciller ha sido expulsado de clubes, desinvitado de los actos de su Partido Socialdemócrata (aunque sigue siendo miembro del partido) y despojado de las instalaciones de oficina proporcionadas por el gobierno. En cuanto a Chrupalla, la complicidad del líder del partido con Rusia no sólo molestó a los tabloides alemanes. Mensajes filtrados revelan la consternación entre los diputados de su propio partido.

Sin embargo, aunque el esfuerzo de Rusia por proyectar su poder de persuasión en Europa no ha tenido éxito, tampoco ha fracasado del todo. Una subcultura de lo que los alemanes denominan Putinversteher -simpatizantes que “entienden” al líder ruso Vladimir Putin- prospera al margen de la corriente dominante.

En toda Europa, sus murmullos forman un leitmotiv en el estruendo de las quejas sobre problemas aparentemente inconexos, como la inflación, el desmoronamiento de los servicios públicos, las regulaciones excesivas y el miedo a la inmigración.

Los quejosos acaban de empezar a cuestionar la magnitud de la generosidad de sus gobiernos con Ucrania, que en febrero de este año ascendía a más de 60.000 millones de euros (65.000 millones de dólares) en ayuda económica y militar de Bruselas y los distintos miembros de la UE (y 70.000 millones de euros si se añade Gran Bretaña, una suma aproximadamente igual a la contribución de Estados Unidos). Si la lucha ucraniana se prolonga demasiado o sale mal, hay muchos esperando entre bastidores para asumir el juego de las culpas.

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