No. Maduro no está de salida hoy. Pero vuelve a estar en el camino que lo conduce allí.
El poder de Nicolás Maduro
La pretensión de inhabilitar a María Corina es uno de sus peores errores, porque fue inspirado en la convicción de que goza del poder que alguna vez tuvo, pero ya no tiene.
El poder político es algo muy complejo; no es sólo el oficio de la mandarria para partir mandíbulas y espinazos. Requiere de un cierto apoyo popular real que no sea producto de la amenaza o del soborno; igualmente demanda alguna legitimidad internacional, lo que en términos prácticos es que a los líderes mundiales no les provoque vergüenza retratarse con Maduro; también entraña orgullo de los militares que se someten a las cabezas civiles representativas de ese poder; de la misma manera supone reconocimiento por parte de los partidos políticos opositores que podrían pensar con fundamento que tienen opciones de una sucesión electoral sin traumatismos.
Nada de lo anterior ocurre con Maduro. Su apoyo popular es más bajo que nunca y el aún posee es a desgano y a destajo; cada vez más los jefes de estado tratan a Maduro como el apestado al que nadie quiere tener al lado; los militares de la cúpula, por su lado, han visto el descabezamiento de uno de los clanes de la corporación criminal y saben que el pulgar del zar puede determinarles riquezas, pero también persecuciones, cárcel o muerte; mientras que el grueso de la oficialidad murmura su descontento. Finalmente, no hay opositores serios que crean en que Maduro puede ser atajado por reglas de juego escritas en las leyes.
El resultado es que el poder político de Maduro cada vez más pierde el terciopelo raído que recubría sus medidas, para ser puro martillo. Esto ya lo han sabido muchos; reprimir se le hace más necesario con cada minuto que pasa en el marco de una devastación económica y social sólo disimulada por la esperpéntica proclama de algunos, ya evaporada, según la cual “Venezuela se arregló”. Debe advertirse, sin embargo, que reprimir también se le hace más costoso.
El descontento tiene rostro: María Corina
Esta situación no es nueva y ha estado allí por un tiempo de larga agonía republicana. El país se ha esperanzado varias veces con una salida, y las arrancadas de tigre han terminado en melancólicas paradas de burro. Se conocen. Sin embargo, ahora ha ocurrido un fenómeno nuevo. El descontento acumulado ha encontrado un rostro en María Corina Machado; esa insatisfacción tiene años en el esfuerzo de encontrar quien lo personifique y lo ha hecho a través de dirigentes que por tener cargos institucionales (candidatos o, en el caso de Guaidó, el interinato) se pensaba que podían hacerlo, con los lamentables resultados conocidos.
Lo de ahora es diferente: no es un dirigente que resulta de un acuerdo entre los jefes que están por detrás y que, por tal razón, ostenta una posición institucional, sino que es la convergencia de varios factores: la presencia de un personaje valeroso que ha mostrado capacidad para atravesar el desierto y desafiar el poder; es una figura que posee planteamientos claros y distintos, y además que se desenvuelve en el marco de una crisis avasallante en la cual la gente busca una referencia auténtica para comandar la lucha.
El emblema en el que se ha convertido MC va más allá de los jefes de los partidos y movimientos políticos, ha calado hondo, hasta un punto en que las bases de éstos se han movido intuitivamente a apoyarla. El caso del chavismo desencantado es muy elocuente porque muestra el atrevimiento de quienes abandonan una querencia, decepcionados, y vuelven a ilusionarse, esta vez con una salida confiable.
La elección primaria del candidato presidencial por parte de las fuerzas democráticas podría haber sido un proceso burocrático de medición de fuerzas. La incorporación de María Corina cambió esa dinámica. Algunos pretendieron desdibujar su decisión mediante la afirmación de que quien había confiado en “la invasión” ahora, tranquilita, quería “la vía electoral”; la “radical” tornada en mansa “oveja”. Lo cierto es que ambas descripciones son distorsionadas e incorrectas, sólo esgrimidas con el propósito de la descalificación. María Corina siempre propuso, antes y ahora, la necesidad de una fuerza que obligara al régimen “a negociar su salida y no su quedada”, como suele afirmar. Es decir, no se trata de negociar para la cohabitación sino para el cambio y eso sólo se logra con representatividad y fuerza; cuando hubo representatividad, se desmanteló la fuerza existente; y cuando la fuerza estaba en la calle, la representatividad se diluyó. De allí que ella propusiera en noviembre del año pasado unas primarias para elegir una dirección opositora legítima, que ya no podía ser el presidente interino -defenestrado por sus socios inmediatos- ni por una agrupación parcial de partidos, todos peleados entre sí y también dentro de sus respectivos corrales. Esa propuesta no fue aceptada por los partidos que monopolizaban la dirección opositora derivada de la Asamblea Nacional de 2015 y prefirieron una primaria para elegir un candidato presidencial de unas inciertas elecciones en 2024.
El proceso de decisión hacia las primarias
María Corina anunció su intención de participar, en el entendido de que debían cumplirse ciertas condiciones irrenunciables y que, lo fundamental, era la elección de un líder que condujera el proceso de recuperación democrática del país. Después de mucho tira-y-encoge, el CNE salió de la jugada, se resolvió que la diáspora podía votar, no habría captahuellas, y MC -que ya venía recorriendo el país- decide su participación en la primaria.
Paralelamente se da un proceso sumamente importante. MC emprende una nueva peregrinación por todo el país y se da una articulación progresiva, que ahora ha alcanzado niveles sin precedentes, entre ella y los ciudadanos de a pie. La campaña en su contra, por “sifrina”, se derrumbó estrepitosamente ante una conexión con la gente que los analistas y encuestadores no previeron o simplemente negaban como posibilidad.
El descontento adquirió un rostro y el rostro se convirtió en líder popular indiscutido que crece con el apoyo que recibe y crece con los ataques y descalificaciones de sus desprestigiados detractores. Por sobre los ataques a su proveniencia de clase, a ser mujer y a ser “radical”, se perfiló un inesperado líder popular que estableció una profunda conexión emocional cuando MC se convirtió en la abanderada de la unificación del país; no en la promotora de la unidad de los dirigentes -papel gastado y desacreditado-, sino en la inspiradora de la unificación de la familia, de los amigos, de los de adentro y los de afuera, de los de mi barrio y los del barrio vecino. Por si fuera poco, elevó a la categoría de planteamiento la necesidad del trabajo, del trabajo decente, del trabajo que permita dinero para vivir bien, del trabajo como lo opuesto a la dádiva, así como la defensa de la riqueza bien habida como derecho y obligación. Eso sí, sin concesiones al malandreo y la matraca; con orden en las calles y con seguridad jurídica para ciudadanos y empresas, en un territorio donde de punta a punta se ejerza la soberanía nacional sin cohabitación con los virreyes cubanos, rusos, guerrilleros de las FARC o del ELN, Hezbolá o los carteles del narco.
La inhabilitación inútil
En el marco de la emergencia de un potente liderazgo, Maduro apela a su tinglado y títeres con la conocida inhabilitación. En 2015 era inconstitucional; en todo caso, era por un año vencida entonces en 2016, hace ¡siete años! Y ahora el gordo de la Contraloría envía un oficio al otro operador de la trama para anunciar que está inhabilitada por 15 años, sin derecho a la defensa, con acusaciones absurdas como la de haber ocasionado la ruina de la República, precisamente causada por el régimen que pretende inhabilitarla.
Esta inhabilitación no sólo es una aberración jurídica, sino que también es completamente inútil. Es inoperante porque es un asunto que no interfiere con la celebración de la primaria: no hay inhabilitación que valga en este evento, ni la de MC, así como tampoco la de Henrique Capriles o Freddy Superlano. La mayoría de la Comisión de Primaria y el país democrático han decidido pasarle de largo a esa maquinación.
Esta medida de Maduro en contra de la candidatura que en términos prácticos ya es la vencedora, ha permitido otro fenómeno importante: los ojos de los demócratas del mundo vuelven de nuevo su mirada hacia Venezuela, están alertas frente a las luces rojas en el tablero. La reacción internacional ha sido rápida, generalizada y contundente en apoyo a MC, lo cual no sólo ayuda a enfrentar una medida represiva y arbitraria, sino que también daña la cuidadosa operación de refrescamiento y torpe legitimización que el régimen de Maduro intenta.
Las primarias han pasado de ser una competencia entre opositores para ser una batalla entre las fuerzas democráticas, representadas por María Corina, y el régimen en el poder.
La maniobra dentro de la oposición contra MC
Hay varias cúpulas de la dirigencia opositora que está asociada a la maniobra del régimen para intentar detener a María Corina. El sofisma que se aprestan a defender es que como Maduro la inhabilitó hay que escoger a otro y piensan establecer una “línea de sucesión” imperial, como la de los causahabientes que esperan ansiosamente la herencia del pariente cuyo fallecimiento desean. Ignoran que el movimiento que se ha levantado y ella encabeza no es un negocio que se puede transar con los que están en la cola. Si ella gana, es la candidata; si otro ganase, ése sería el candidato. Al triunfador le tocará capitanear una poderosa fuerza con el poder de imponer unas elecciones presidenciales decentes. ¿Eso es seguro? No; no lo es. ¿Es posible con la fuerza de hoy? No; no es. ¿Puede ser posible con la fuerza de un candidato que emerja de las primarias? Sí; es la mejor y mayor oportunidad de obtenerlas.
Dado que ya no se puede detener la victoria de MC, la maniobra actual consiste en desinflar el significado de la primaria, complementada con la danza de la inhabilitación que acepta el colaboracionismo, al estilo “lástima, ella es muy buena, pero si somos ´realistas´ nos conviene otro”.
Derrotar las condiciones fraudulentas del CNE, variadas como son, ahora incluye una raya más para ese tigre: la inhabilitación. Así como hay que depurar el Registro Electoral, inscribir a millones de jóvenes, garantizar un Plan República institucional, impedir que las bandas paramilitares aterroricen a los votantes, la rehabilitación de los partidos confiscados, la observación internacional confiable, ahora hay que añadir las inhabilitaciones.
Las contradicciones de la Corporación Maduro, S.A.
El régimen se mueve en la tensión entre reprimir cada vez más, por una parte, y buscar oxígeno político y financiero en el mundo, lo cual pasaría por aliviar sanciones y tensiones, por la otra. Más oxígeno implica menos capacidad represiva; más represión, agota el oxígeno.
Como suele ocurrir en estructuras autocráticas, al no haber posibilidades de liberar compresiones internas, se producen fracturas que le reducen a Maduro su capacidad de maniobra. Es posible -apuntado nada más que como hipótesis- que alguna fracción interna haya impuesto este camino represivo para atacar a la oposición y, tal vez, para chispotearle la jugada de refrescamiento internacional a otros. Lo cierto es que ha dañado gravemente a la ya deteriorada y nunca recompuesta imagen del poder que impera en Venezuela. Los accionistas de la Corporación riñen entre sí y la ausencia de Tarek El Aissami, por la prestidigitación reciente, así lo testimonia; no es una pelea contra los corruptos sino una batalla por el poder.
Lo que no cabe duda es que la fracción afín a la mandarria, la semejante a Ortega y Murillo de Nicaragua, dañó el castillito de arena que Maduro ha venido construyendo. La reacción interna y externa podría hacerlos retroceder, a menos que hayan decidido despeñarse hacia Nicaragua de lo cual no están muy lejos.
La tentación de otro parapeto judicial que acabe con la primaria no está descartada, pero -como en el caso de la inhabilitación de MC- no impediría la “primaria popular” que está en marcha. Si el aparato judicial no es suficiente, por allí andan los gendarmes del terror para resolver. Las barreras son altas, ¿lo intentarán?
¿Qué pasará en 2024?
Sobre lo que depara el futuro inmediato la respuesta más seria y corta es que nadie sabe. Las tentaciones que el régimen tiene para convertir la elección presidencial en una mascarada están reducidas, aunque no impedidas. Puede intentar el adelanto de las elecciones o convocar unas elecciones generales que agudicen pugnas interpartidistas e intrapartidistas. Sin embargo, el propio régimen está asediado por esas pugnas y, aunque las pueda manejar también con el fuete, no dejarían de perforar y averiar más sus soportes.
Las tendencias actuales empujan hacia un poderoso movimiento ciudadano que no ha hecho sino crecer. No es un movimiento político sólo favorable a un candidato, sino mucho más que eso: es una fuerza ciudadana que avanza a paso seguro, sin caer en provocaciones, sin desmoralizarse, hacia la primaria y se apresta, desde allí, a hacer realidad la victoria electoral frente a Maduro. No hay inocencia en esta visión; claro que Maduro y su gente opondrán todo tipo de obstáculos, pero en algún momento de este proceso -tal parece que ya ha ocurrido- se hará evidente que cualquier medición transparente significaría la derrota del candidato oficialista. Las encuestas lo dicen; pero, sobre todo, lo dice el ánimo del venezolano dentro y fuera del país. Ante esta realidad que se yergue como una evidencia pública, nacional e internacional, al régimen le quedan varios caminos: comenzar una dinámica para impedir o distorsionar el resultado electoral (lo de la inhabilitación es una pieza de este cuento); otro recurso es el de paralizar las elecciones; o dedicarse a otear el camino para una negociación que acepte la voluntad de la ciudadanía, evite violencias y le abra una vereda para su salida ordenada del poder.
No parece ser que puedan concitar apoyo popular, apoyo militar y apoyo internacional, para un arrebatón; lo pueden intentar, pero será más costoso para todos. De manera que lo más sensato sería prepararse para lo que viene. Y lo que viene -si se contienen a los locos que andan de su cuenta- es la proclamación de María Corina como candidata presidencial de las fuerzas democráticas y la presidente de la República en 2024, si las fuerzas del mal se avienen a lo inevitable. De lo contrario, si MC triunfa y el régimen desconoce ese acontecimiento, la vorágine tendrá la palabra.