Ocurrió el largamente esperado debate entre los candidatos a las elecciones primarias de la Plataforma Unitaria. En oportunidades pasadas habíamos dicho que ese escenario podría separar la paja del trigo y, ciertamente, así fue. No todo está dicho, faltan unos 100 días para las primarias y la decisión de cómo votar no se toma en un único debate televisado, pero si algo se pudo apreciar en el intercambio de ideas es que existe una brecha muy grande entre generar emociones, “likes” y “RTs” y tener ideas concretas para transformar al país.
Doy como ganadores a Prosperi y Superlano, ambos demostraron ser capaces de dirigir mensajes a múltiples audiencias, trasmitir tranquilidad, respeto por las ideas contrarias, sentido de Estado, vocación de servicio y, quizá la idea más sensata aunque no la más equitativamente distribuida, que la transición hacia la democracia desde un descarado autoritarismo no tiene que ver con definiciones, abstracciones académicas, gritos o insultos, mejor sonrisa, iluminación o la vestimenta más estrafalaria, tiene que ver con la capacidad de tender puentes de entendimiento que hagan posible imaginar instituciones públicas al servicio de todos y no al servicio de algunos.
Una peregrina argumentación que luego, por la fuerza de los hechos, terminó siendo una idea declarada huérfana aunque todos sepamos el nombre del autor, fue la inconsecuencia de decir que no debería ocurrir el debate porque tal cosa “generaba división”, hubo hasta el intento de desconvocarlo o de suspenderlo. Ese error fue tan grande que aún hoy los sesudos asesores están tratando de corregir el entuerto comunicacional. Listo, no digo más, la prudencia obliga y no estamos para meter dedos en la llaga. Solo culminamos el punto indicando lo obvio: en democracia se debate, se intercambian ideas, se polemiza y nadie tiene corona para pedir que sus ideas, o sus acciones, sean intocables, nunca es tarde para enterarse de eso.
Hablemos de lo bueno, Superlano demostró capacidades retóricas excepcionales, gran manejo de los tiempos, concentración en su objetivo, sentido de la responsabilidad (aún proviniendo del partido más perseguido, el que más presos y exiliados acumula). Es una lástima su inhabilitación. Todo un gusto competir contra él, nos impulsa a mejorar, a ampliar esfuerzos y a afinar la puntería.
Con respecto a Carlos Prosperi puedo decir que transmitió seguridad, tranquilidad y, por sobretodo, un lenguaje claro y comprensible para cualquiera. Aunque otros no lo comprendan, esto no es un concurso de credenciales académicos, ni tampoco de belleza, es sobre qué futuro presidente merecemos. Prosperi no intentó constrastar con sus competidores en las primarias, lo hizo contra Maduro, el que hoy despacha en Miraflores, habló de las emociones del ciudadano de a pie, de la tristeza colectiva y la nostalgia nacional por una democracia con energía que pueda luchar por las prioridades de los jóvenes, por la calidad del empleo, por las oportunidades para el desarrollo. No insistió en luchas entre ideologías. De hecho, si algo dijo sin decir, es que prefiere sacrificar ideas propias en favor de la gente que sacrificar a la gente por la imposición de sus propias ideas.
Prosperi rescató, con sus palabras, con su gestualidad y con sus argumentos, que un Presidente de la República, con todas sus letras, debe dotar de dignidad el cargo, que ese no debe ser el espacio institucional para lanzar epítetos ni insultos a otros actores, que el respeto por la división y autonomía de los poderes públicos es esencial para la democracia y eso implica, lógicamente, saber ejercer las competencias y atribuciones del ejecutivo y respetar las funciones del legislativo, del judicial, del ciudadano y del electoral. Su oferta de reinstitucionalización es incontestable: “en un lapso no mayor de tres años, hacer elecciones generales, libres y justas, para todos los cargos, incluyendo la presidencia de la república” a efectos de restituir el reconocimiento internacional perdido por el Estado venezolano en los últimos 23 años.
El debate efectuado nos dejó con ganas de más. De que la práctica del intercambio respetuoso de ideas sea, en vez de una excepcionalidad, la regla general. Quizá los perdedores del debate, mucho más los que pierden por forfait, no estén muy dispuestos a exponerse nuevamente a estos escenarios tan reveladores, en todo caso, la moraleja es que no existe democracia sin ideas contrastantes, sin posturas disímiles, sin conflicto de argumentos, que al consenso se llega por meditación y confrontación de los pensamientos y no por el silencio cómodo. Ahora bien, no solo basta con que los candidatos hablen, también debe hablar el ciudadano, decir lo que piensa, exponer sus puntos de vista y defenderlos, eso es ciudadanía.
Julio Castellanos / [email protected] / @rockypolitica