Corría el año 2013 cuando la periodista norteamericana, reconocida con dos premios Emmy por sus trabajos, Benita Alexander (47), conoció a su nuevo entrevistado: el encantador cirujano Paolo Macchiarini (56). La NBC, compañía donde trabajaba, le había encargado un documental sobre el médico. Era la nueva estrella mundial de la cirugía por haber realizado los primeros trasplantes de tráquea y por haber desarrollado ese mismo órgano de manera sintética. Había abierto la puerta a los reemplazos de órganos sin precisar donantes. Todo un avance. El documental ya tenía nombre: se llamaría Un voto de confianza. Benita lo contactó y terminaron por poner un punto de encuentro en los Estados Unidos: un restaurante de la coqueta ciudad de Boston.
Por infobae.com
Benita comenzó su trabajo. El super cirujano era la única persona en el mundo que realizaba esas revolucionarias intervenciones con tráqueas de plástico bañadas con células madre del propio paciente para evitar el rechazo. Se podía suponer que sería serio y aburrido. Fue todo lo contrario: resultó un hombre agradable, educado y empático.
Ese mismo día en que se conocieron Paolo Macchiarini había desplegado su enorme cola de pavo real y había comenzado el cortejo. No le costó demasiado seducir a Benita. Pintón, inteligente, carismático, un hombre que andaba en moto despeinado como un joven de veinte, que dominaba seis idiomas y era aplaudido por el mundo, era claramente irresistible. “Apenas lo vi hubo una chispa… Mi estómago saltó. Había todo tipo de fuegos artificiales!”, reconoció ella.
Benita, en esa época de su vida, era vulnerable. Estaba pasando por un pésimo momento porque su ex marido y padre de su hija estaba muriendo de cáncer. Paolo olfateó la inseguridad y la sorprendió con su calidez. Le aconsejó sobre cómo hablar con su hija de la enfermedad del padre. Le contó a la periodista que él estaba separado sin papeles, que tenía dos hijos y que su vida estaba enteramente dedicada a la investigación y la medicina.
Un mes después de empezar a trabajar en el documental, Benita ya estaba perdidamente enamorada de su entrevistado. Había quedado adherida en esa almibarada red tejida por Paolo.
Amor y farsa
Fue entonces que las cosas pasaron a otra etapa. Terminaron saliendo. Paolo vivía en Europa, pero a pesar de eso logró convertirse en el novio perfecto. Benita no contó nada en su trabajo, no quería problemas, pero se lo presentó a amigos y a familiares. Ese tipo importante era de los más simpático y amigable. Cocinaba para todos, se reía y era cariñoso con Benita. Sedujo a todos.
Apenas murió su ex, Benita tuvo un problema de salud. Le encontraron un fibroma en el útero y debieron operarla. Se asustó mucho por su hija. Paolo se hizo tiempo en su agenda para acompañarla. Y para distraerla, mientras continuaban grabando el documental, inventó un romántico viaje a Venecia. Hoteles cinco estrellas, champagne y paseos en góndola… Nunca la habían mimado así. “Era una vida desconocida para mí”, admitió Benita.
En Rusia siguieron con las grabaciones y un día Benita sintió un dolor horrible en la zona de su reciente cicatriz. No podía enderezarse. Él le pidió que lo dejara ver la herida. Luego le preguntó si confiaba en él. Ella le dijo que sí. Paolo tomó unas tijeras de viaje y abrió la incisión. Le dolió mucho y vió que salía un líquido espeso y con un olor horrible. La infección drenó, se sintió mejor y apenas volvió a Nueva York fue a ver a su médico. Él le dijo que Paolo la había salvado de la peligrosa infección. Era su salvador.
Benita se pellizcaba. Su trabajo con el documental se había terminado convirtiendo en una historia de amor increíble. Literalmente increíble. Ya veremos.
A los cuatro meses de noviazgo Paolo conoció a la hija de Benita. Fueron a comer a un carísimo restaurante de Nueva York. Paolo la conquistó, ella quedó encantada con el novio de mamá. Mientras la relación progresaba, Paolo siguió operando a pacientes por el mundo. Iba y venía. El documental seguía su curso.
Casados por el Papa y llegada en carroza
Ocho meses después, en el año 2014, la pareja dio un paso más y se comprometió formalmente. Paolo le regaló un anillo valuado en cien mil dólares. Hubo más viajes: Bahamas, México, Grecia. En la isla griega de Santorini la sorprendió reservando la suite para los que iban de luna de miel. La esperó en el cuarto con la luz apagada y un camino de rosas que iba de la puerta hasta la cama. Benita vivía inmersa en un cuento de hadas.
En junio de ese mismo año se emitió el documental que había hecho sobre él. Duraba dos horas. Unos meses después Paolo le pidió casamiento: le dijo que quería casarse en Italia y que él se ocuparía de todos los preparativos porque pretendía sorprenderla. Viajaron para conocer a su madre y visitaron los lugares posibles para el festejo. Lo único que le preocupaba a Benita es que saliera a tiempo el divorcio de Paolo. Una noche, durante una comida en un crucero, él le anunció que ya era libre y podían casarse. Pusieron fecha: el matrimonio se celebraría al año siguiente, el 11 de julio de 2015.
“Él quería una gran boda católica, pero éramos divorciados y yo no era católica”, contó Benita en el documental de Investigation Discovery titulado Perfecto Mentiroso, emitido en 2019. Pero Paolo tenía para todo una solución mágica. Le contó a su novia que tenía un “gran amigo” en el Vaticano: el Papa Francisco, de quién era médico personal. Gracias a eso fue que él consiguió una dispensa papal para que se casaran. Se lo comunicó a Benita y le anunció algo más: Francisco les había ofrecido celebrar el matrimonio en su residencia de verano, el palacio apostólico de Castel Gandolfo. Y le dijo que ellos, los novios, iban a llegar en una carroza con caballos.
Benita era periodista, pero no dudó de lo que le decía su gran amor. El cirujano de renombre podía ser amigo de cualquiera y tener esos privilegios. Todos sabemos que no hay más ciego que el que no quiere ver.
Los planes grandilocuentes no terminaron ahí. Paolo se codeaba con gente de mucho poder. Le dijo a su novia que el tenor Andrea Bocelli había aceptado cantar en la ceremonia. Una maravilla. Por si eso no alcanzara para adornar la historia, en la lista de invitados habría personalidades demasiado importantes. Entre ellos estarían los matrimonios de Obama y Clinton, Vladimir Putin, Nicolas Sarkozy y Elton John. Eso implicaría muchísima seguridad. Benita no objetó nada, solo opinó que Putin era un invitado que podía hacer que Obama o Clinton no asistieran. Luego eligieron las invitaciones y ella las mandó a confeccionar. Eran de cuero y costaron 10 mil dólares. Pagó Benita.
Lo que a la mayoría le hubiera parecido un disparate, a la periodista le pareció la materialización del sueño de Cenicienta.
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