Hace 80 años fue el Gran Consejo Fascista quien impulsó el golpe. Con la certeza de la guerra perdida, Italia buscaba un armisticio con los aliados. Il Duce creyó que el rey era su amigo, pero éste lo encarceló. La frase premonitoria de su esposa, la conversación con su amante, el rescate de los nazis y su fusilamiento, en 1945, a manos de los partisanos.
Por infobae.com
Sin pena y sin gloria. Así, con un trámite en apariencia simple, una firma, un plumazo, hace ochenta años cayó el fascismo en Italia; su ideólogo y líder, Benito Mussolini, un tipo que proclamaba su sueño cesarista de convertir de nuevo a Roma en un imperio, fue desalojado del poder después de veinte años de dictadura, represión, terror y silencio. Para el fantasioso Mussolini, lo peor todavía estaba por llegar.
De un plumazo Italia pareció comprender, no sin cierta hipocresía, que había apostado a perdedor; que la alianza con Adolf Hitler y con su Tercer Reich que iba a durar mil años y que planeaba dominar a Europa, hacía agua, se diluía con la sangre de miles de italianos en las trincheras del frente ruso y en las calles y campos de la propia Italia, bajo el yugo nazi. La guerra, que había visto a “Il Duce” cabalgar victorioso en un caballo brioso y saltarín, se había dado vuelta y se inclinaba hacia el bando aliado.
En julio de 1943, las fuerzas de Mussolini habían sido vencidas en el norte de África y eran miradas con desprecio por el jefe nazi de aquellas tropas, el mariscal Erwin Rommel; en enero, el Octavo Ejército italiano también había sido aniquilado casi en la sangrienta campaña de Rusia, junto con las fuerzas nazis; quince días antes de la caída de Mussolini, entre el 9 y el 10 de julio y en la llamada Operación Husky, una numerosa fuerza anfibia de los aliados había invadido Sicilia, que se rindió casi sin resistencia, y se había lanzado a la dura tarea de empujar a los nazis fuera de Italia: faltaba todavía un año para el desembarco aliado en Normandía. Varias ciudades italianas habían sido bombardeadas, algo impensado en los años victoriosos de Mussolini, faltaban los más elementales artículos de primera necesidad y las materias primas más básicas; empezaba a atacar el hambre a una población desmoralizada, harta y temerosa que exigía el fin de la guerra y que se denunciara la alianza con Alemania.
No fue ninguna fuerza extranjera, no fue la oposición italiana, no fue la Alemania de Hitler la que puso fin, en los papeles, al fascismo y sentenció a Mussolini. Fueron los propios fascistas los que acabaron con todo, impulsados por el curso de la guerra y por la derrota inminente.
En los siguientes veintiún meses, Mussolini terminó primero arrestado y luego preso. En septiembre, fue liberado por los alemanes de su prisión de pacotilla en el Monte Gran Sasso; Hitler lo hizo primer ministro de una república italiana, también de pacotilla, en la que Mussolini fungió como títere del Führer. Y cuando la derrota ya era total, en abril de 1945, Mussolini intentó huir, como huían los alemanes, hacia Suiza. Fue capturado por partisanos junto a su amante, Clara Petacci, fusilado junto a ella y a otros dirigentes fascistas, arrojados sus cuerpos a la Piazzale del Loreto, en Milán, y colgados, todos, por los pies, como reses, de unos ganchos de carnicería enclavados en las vigas de una estación de servicio en construcción.
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