“Los que nunca cambian de opinión, nunca cambian nada”. Winston Churchill
Entre los denominados cinco grandes rasgos de la personalidad figura la responsabilidad (Costa y McCrae, 1999) y se define así: “Esta dimensión hace referencia a la capacidad para controlar aspectos como los impulsos, tener autodisciplina y gran capacidad de organización. También se incluye dentro de la misma toda conducta relacionada con alcanzar una meta, además de pensar a corto y largo plazo, seguir las reglas o establecer prioridades” (Nahum Montagud Rubio; 20 diciembre, 2019).
Se trata de establecer un perfil psicológico que algunos otros llaman consciencia. El vocablo responsabilidad supone otras acepciones, siendo en política y en el campo del derecho cada día más usado e incluso relacionado con el poder y su ejercicio especialmente.
Paralelamente y, en medio del surgimiento de la sociedad del riesgo, la responsabilidad se ha convertido en una consecuente institución que acompaña el devenir económico y social que por sus derivaciones impone obligaciones para aquellos que son actores generadores de daños, por así llamarlos.
La locución responsabilidad política apunta más a la apreciación, valoración y juicio que se hace del desempeño de los dignatarios públicos y, transita entre la censura y la imposición de sanciones de distinta entidad y naturaleza, aunque, pudiéramos decir, se advierten consecuencias e imputaciones, políticas propiamente con su declaratoria, pero, además, administrativas, civiles y penales.
Empero, estoy pensando en otro tipo de responsabilidad y es la que es propia al liderazgo. Cabría preguntarnos no obstante y de manera sencilla qué entenderemos por liderazgo, antes de acometer la tarea que pensamos para estas cavilaciones.
El liderazgo como ejercicio se refiere al ascendiente de que dispone un miembro de una comunidad que genera confianza en los otros, simpatía, empatía y hasta fascinación. Es una influencia, una atracción, una suerte de autoridad que produce aquiescencia y seguimiento.
El líder se constituye en un rector de su entorno. Lo interpreta y se hace guía y pensamiento de su ambiente social y político. Un líder ordena y es obedecido. Es un faro de luz en la percepción de sus gregarios, partidarios, solidarios.
Se produce una natural mutación que lo lleva a ser mentor, conductor, jefe, mientras que correlativamente aparece hacia él, una compulsión a obedecerle inclusive. Un líder manda e irradia, por lo general, una emoción específica y connatural a su condición.
Siendo así, el líder o quien intenta devenirlo, suele legitimarse promoviendo esa comunión de espíritus que lo asumen como parte de sí en cada cual y, además, es ungido de la cualidad de convincente y persuasivo. Su palabra es el referente, el parámetro a perseguir.
Simultáneamente, el dirigente recibe en el paquete una carga. Él debería rendir cuenta de sus orientaciones, decisiones y resultados. En ocasiones mantiene su calidad por períodos extensos o en otras situaciones, pierde su aura, su encanto, su gracia y regresa al común simplemente.
Weber elucidó el asunto al referirse a la predominancia en el seno del grupo social de aquel dotado de carisma; un don, un enigma que lo hace distinto, atrayente o con la autoridad que resulta de la tradición o aquel otro que, constituye la encarnación de la institucionalidad o la legalidad.
Hay una sintonía, no siempre visible ni explicable, ora de clarísima razón para descollar y ascender al plano jefatural o acaso, una sincronía de percepción y pensamiento compartido y de súbito descubierto, como un hallazgo.
Hay quienes cultivan entre espinas y dificultades mayores la rosa del liderazgo. Les cuesta mucho, pasan su vida dedicados a regarla y no por ello logran ese pasaje que lo alza a la cima, que lo iza como una bandera y también acontece que no lo logran o parecen haber perdido la oportunidad.
Cuando deposito mi mirada en la Venezuela de hoy, siento que una densa niebla de incredulidad, fatiga, amargura, vacío espiritual, desinterés y resentimiento, impide la concreción de un liderazgo al cual, y enfatizo, debemos apostarle todo lo que aún tenemos en todos los sentidos.
No pienso por lo pronto en una persona, sin embargo. Sostengo que, si bien la imagen debe tener rostro y discurso para comunicarse, lo trascendental es comprender que el momento, más que reclamar con quién, exige para qué.
El líder de este instante de nuestra inmarcesible tragedia es el cambio que nos retorne a la dignidad como personas humanas y de la que hemos sido despojados impunemente. Hay que engendrar y alumbrar ese giro, ese golpe de timón, ese manotazo al libro de nuestra peor historia; esa que exilo a nuestros hijos, hermanos, amigos y nos convirtió en unos zombis sin coraje para existir.
Es vital que los que se disputan la presidencia lo entiendan y militen en la idea. Superar este desastre es lo que le deben al país. No son simplemente sus aspiraciones que pueden ser justas sino, cómo pueden contribuir racional, inteligentemente a la noble y patriótica faena de apartar del poder a quienes solo han depredado la patria y, quienes mórbidos pretenden seguirlo haciendo.
Esa debe ser la estrategia y no otra. Veamos quién puede y quiénes no. Esa es el alguarismo de bóveda y ojalá podamos entenderlo antes de mirarse en el espejo y mirarse como el predestinado. La secuencia de los estertores de la tiranía hay que aprovecharla y no desoírla.
Si Maduro sigue, Venezuela se muere y no se trata entonces de que se les elija sino de actuar de consuno para alcanzar el objetivo de la liberación de Venezuela, de la redención de su pueblo, poseído de los demonios, exorcizándolo con libertad, democracia y genuino patriotismo.
Confieso que he creído que, la escogencia ciudadana debía apuntar hacia el candidato que mejores condiciones exhibía, pero pienso que obtener sobre el pasado que se quiere perennizar, la victoria, calibrando las contingencias y circunstancias para fraguar el cambio, me ha convencido del camino a tomar.
Que cada aspirante sopese lo que está en juego. Weber de nuevo y la ética es por responsabilidad ahora y no por convicción. Cierro con el León inglés: “El precio de la grandeza es la responsabilidad” (Winston Churchill).
@nchittylaroche