En 1920 la nación se declara libre de analfabetismo. Su ciudad capital compite con las grandes urbes europeas, inaugura el servicio de metro en 1913. La famélica Europa de las dos guerras encuentra el alimento en sus cultivos. Argentina compite exitosamente con los otros dos nuevos proveedores mundiales de alimentos, Canadá y Australia. En el campo científico, sus investigadores se engalanan con premios Nobel.
En 1943, un líder, emponzoñado por un fascismo mal digerido emprende una revolución demagógica, asistencialista, teñida de febril nacionalismo. Comienza una nueva historia para la nación. Es el Peronismo, ideología que será sempiterna, de amplio espectro, donde retoñarán desde montoneros comunistoides hasta líderes ultra liberales y todas las modalidades de populismo.
En el último tercio del SXX, el descalabro social y político sirve de excusa a sanguinarias dictaduras militares. En 1983, despunta una primavera democrática. Amaneciendo este SXXI, asciende al poder la expresión más decadente del Peronismo, el kirchnerismo. Obscenamente corrupto, de populismo insustentable y embates contra la producción privada, perpetúa devaluación, deuda impagable, inflación, deterioro progresivo del valor del salario y empobrecimiento masivo de la clase media.
Hoy, tras tantos años de zozobra de la que fuese la nación más próspera del continente, la desesperanza ciudadana incita a confiar hasta en un pretendido redentor extravagante e inefable. Así de grave es la frustración que reina en el hermoso territorio austral de la República Argentina, cuya memoria extravió su historia de grandeza que comenzó en 1880.