Cuando la nación Indonesia obtuvo su independencia en 1945 no tenía antecedentes de autogobierno democrático. La experiencia de gobierno había sido la de un estado policial bajo el dominio holandés y japonés. De manera similar, cuando Cuba recupere su soberanía del régimen comunista que ha gobernado durante las últimas seis décadas, apenas habrá recuerdos de las exigencias y responsabilidades de un autogobierno democrático.
Al igual que los indonesios, los cubanos no tendrán experiencia en como gobernar democráticamente.
En su último libro, Upheaval, Turning Points for Nations in Crisis Jared Diamond señala que: “Es fundamental para cualquier democracia funcional (…) que se reconozca el derecho a oponerse a las políticas gubernamentales, la tolerancia a diferentes puntos de vista, la aceptación a ser superado en las votaciones y la protección del gobierno para quienes no poseen poder político”. Esos requerimientos necesarios en un autogobierno efectivo son ajenos a los cubanos de hoy.
En Indonesia, el presidente Sukarno y su sucesor, el presidente Suharto, consideraban que la gente era indisciplinada, ignorante, susceptible a ideas peligrosas y que no estaba preparada para la democracia. En su autobiografía, Suharto escribió: “En la democracia indonesia no hay cabida para una oposición al estilo occidental… La democracia debe incluir disciplina y responsabilidad; sin ambas significa solo confusión”.
De hecho, la democracia indonesia experimentó repetidos y confusos cambios de ministros en sus primeros días. En 1955 las elecciones se estancaron cuando los cuatro partidos principales obtuvieron similares porcentajes de votos. Los indonesios fueron incapaces de negociar y el país cayó en el estancamiento político. En 1957, el presidente Sukarno puso fin al estancamiento proclamando ley marcial e instituyendo un régimen al que llamó “democracia guiada”.
La democracia guiada, aunque formalmente democrática, funciona como una autocracia. Las elecciones legitiman esa “democracia guiada”, pero tales elecciones no cambian las políticas de estado. Esas elecciones pueden ser técnicamente libres, pero estructuradas de manera que las personas puedan ejercer sus derechos sin poder cambiar las políticas públicas.
El concepto de democracia guiada fue descrito por el periodista y filósofo político Walter Lippmann, quien trató de conciliar las tensiones entre libertad y democracia. Lippmann ha sido calificado como el periodista más influyente del siglo XX. En su libro Public Opinion, de 1922, Lippmann analiza las limitaciones cognitivas que enfrentamos para comprender nuestros entornos sociopolíticos y culturales y cómo esas limitaciones influyen en nuestro comportamiento.
La democracia guiada de Sukarno fue un intento de lograr estabilidad política en Indonesia. Introdujo, como concepto de gobierno, una mezcla de nacionalismo, religión y comunismo. La idea era apaciguar a las tres fuerzas principales en la política indonesia: el ejército, los grupos islámicos y los comunistas. En 1957, con el apoyo de las fuerzas armadas, Sukarno puso fin al sistema electoral de estilo occidental e instituyó su democracia guiada con un gabinete que representaba a los principales partidos políticos.
De manera similar, una futura Cuba probablemente tendrá que combinar el nacionalismo, el comunismo y la democracia en un gobierno funcional. Tomando prestada la metáfora de Jared Diamond, sería la coexistencia de un “mosaico” de ideas políticas dispares porque, “no es posible ni deseable que los individuos o las naciones cambien y descarten por completo sus identidades anteriores”.
Dentro de un país, distintas generaciones tienen a menudo puntos de vista políticos drásticamente diferentes, como resultado de diferentes experiencias históricas. Este es el caso de tres generaciones de cubanos en la isla, y también de generaciones paralelas que han vivido fuera de Cuba. Todos han tenido diferentes experiencias históricas que deben coexistir.
También existe una relación entre los puntos de vista individuales y las características de una nación y las decisiones nacionales surgen a partir de puntos de vistas individuales. Por lo tanto, un nuevo estado cubano tendrá que ser un mosaico de lo viejo y lo nuevo para evitar que la nación se desmorone si los ciudadanos no se sienten unidos por creencias nacionales unificadoras.
En Cuba, el despotismo no será necesariamente imposibilitado, ni las buenas intenciones darán lugar indefectiblemente a una democracia liberal. Esa desafortunada realidad pudiera producir una democracia autocráticamente guiada al estilo Sukarno.