Desde un rincón de este lúgubre país en el que aún habito, suelto mi palabra al viento para confirmar mi vocación democrática -cultivada desde que recibí en segundo año mis primeras clases de moral y cívica-, mi esperanza en sus sólidas reservas morales -que siempre son más de las que creemos-, y mi profunda e inextinguible fe en esta bella nación mestiza, la que solo deseo abandonar el día que esté dormido para siempre.
Se nos conoce en el mundo por saltadoras, grandes ligas y salteadores
Pienso que cualquier ciudadano del mundo podrá explicarse fácilmente en qué estado sobrevive hoy la la mayor parte de la población venezolana, con la simple lectura de uno de los informes presentados por algunos de los organismos internacionales; leyendo cifras sobre la industria petrolera; informes financieros sobre el estado de la economía, y los efectos devastadores sobre la calidad de vida de la mayoría; los niveles de corrupción alarmantes, jamás vistos en América Latina, y la diáspora de un tercio de su población, en la cual se incluye la parte más calificada.
En mi sentir, lamentablemente, donde antes fuimos famosos y llenos de reconocimiento mundial por nuestra buena literatura y la innovación de ilustres pintores, de ello solo ha quedado a muy duras penas, la gloria en solitario de una esbelta joven de color, de saltos tan distinguidos como una liebre, una pléyade de beisbolistas –deporte, en el que siempre hemos sido competitivos–, y sí, muchos salteadores de renombre que pasan a ser juzgados por los tribunales en los Estados Unidos.
Insistir en señalamientos inútiles sobre dónde están los responsables de este monumental desastre y sus cómplices, a estas alturas produce mucho fastidio en todos aquellos, nosotros ciudadanos, interesados en cambiarle el rumbo al país.
El problema es mucho más grave de lo que se percibe desde lejos como simples observadores, y es el resquebrajamiento moral individual y colectivo de una parte significativa del país. De cómo la desazón, el cansancio y la pérdida de valores generalizada, inoculada a fuerza de chantaje, dinero y favores por los supuestos ganadores de todas las batallas que se han escenificado entre gobierno y oposición, ha ido dando cada día más ventajas a quienes tercamente por todas las vías y sin escrúpulos se aferran al poder.
El desconcierto que provoca el comportamiento de la mayoría de la clase política más representativa de la oposición, habla de un amaneramiento de tal naturaleza que ha traído de nuevo a la realidad la imagen de las mujeres-hombres y los hombres-mujeres.
El escenario político se ha vuelto un inesperado teatro de vodevil donde se han invertido los términos, y los rasgos eminentemente masculinos, de honorabilidad, coraje, dignidad y valor moral en la tradición política nacional, hoy los representa la mujer con muchos más sobrados méritos y atributos de estadista que los hombres de condición.
Un trabajo sistemático, sin escrúpulos, por parte de quienes controlan el poder y la falta de una dirección política acertada y su aislamiento del resto de la población desde el año 2015, en las que unidos ganaron las elecciones legislativas, ha ido minando las reservas morales que pensábamos sobrevivían en el llamado Grupo de los Cuatro.
La entereza moral, condición indispensable para ser poder
Hay una condición que resulta fundamental en una clase política que quiera acceder al poder, y ese atributo es la entereza moral, que debe hacer juego con el padecimiento que vive la población.
Un buen líder comparte la tragedia con su pueblo. No pretende, comiendo bien en lujosos restaurantes la mayoría de los días de la semana y vistiendo ropa suntuosa de firma, aproximarse a quien desde su casa clama desesperadamente por sus carencias, padece una enfermedad terminal que los servicios de salud desmantelados no pueden atender o muere de soledad y mengua como muchos de los ancianos afiliados al también saqueado Instituto Venezolano de los Seguros Sociales.
Gandhi era el primero que recibía el porrazo de los policías en su lucha por la independencia de la India. Luther King presidía las manifestaciones de la gente de color en la cruzada por sus derechos. Mandela pasó 27 años en los presidios más seguros de Sudáfrica, de los cuales vivió varios de ellos picando piedras, manteniendo una muy alta condición moral que lo hizo grande frente a las mayorías sometidas al Apartheid.
No se puede negociar la libertad para salir de prisión y después aspirar, sin ninguna autoridad moral, a erigirse como una alternativa al desgobierno. No se pueden entregar posiciones por un pasaporte puesto en las manos, para sacar a un familiar de emergencia fuera del país. No se puede ser líder de la oposición si tus familiares cercanos celebran acuerdos con el gobierno para ganar algún contrato.
Quienes vivimos en este infierno desde 1998, sabemos cuál ha sido la rutina después de la muerte del comandante presidente, que ya había creado las condiciones para la catástrofe que se desató después de las elecciones del 2013, y que prácticamente llevaría al país a la peor de las pesadillas vividas como república.
Una oposición condicionada por las derrotas
Es tanta la penetración, los condicionamientos y la sinergia que se ha producido entre el gobierno y la mayoría del G4, que en una conversación con cualquiera de sus más connotados representantes, rápidamente Ud. puede comprobar que manejan los mismos reclamos de los voceros del régimen para poder acordar una paz duradera. Se trata de una capitulación sin confesión, solo por inercia:
a) Hay que evitar fortalecer los impedimentos de las Fuerzas Armadas a un candidato de la oposición que no sea acordado con el régimen. b) El candidato debe ser potable, es decir que esté dispuesto a perdonar todo el caótico legado del gobierno y abierto a convivir en sana paz con sus enemigos olvidando el pasado. Potable equivale a fácil de derrotar por la tiranía. c) La mayor parte del G4 ya coincide también con el gobierno en que las sanciones aplicadas hasta ahora son inútiles y que hay que desmontarlas.
Sus argumentos contra la reserva moral son su radicalismo casi fóbico contra la corrupción, su integridad ética, y lo peligroso de sus deseos de hacer justicia.
La mayoría de los argumentos que han manejado los investigadores sobre la transición indican –cuando se trae a colación el caso chileno– que es necesario mirarse en ese espejo y tomarlo en cuenta en relación con procedimientos para poder hacer posible la nuestra.
Todos los especialistas en análisis político juegan al efecto repetición. Señores, de esas experiencias hay que aprender, pero los desenlaces todos son bien distintos; ninguna realidad se parece a otra, en todas surgen imponderables que hacen sui generis cada una.
Mas allá de los crímenes de lesa humanidad
Solo los que quedamos en este país sabemos ilustrar la dimensión de nuestra tragedia, que puede no estar en la escala de crímenes tan espantosos y grotescos como el genocidio de los judíos en Alemania o la matanza de los indios en América por los conquistadores, pero que puede llegar a ser, si se sabe explicar la degradación material, humana e intelectual más cruel ejecutada a cuentagotas a una comunidad de más 30 millones de seres humanos, que gradualmente va siendo liquidada emocionalmente y devuelta a formas de vida primitivas ya superadas.
Hay una diferencia fundamental entre la sociedad venezolana, la cubana y la nicaragüense. Nosotros, venezolanos, disfrutamos como sociedad las mieles de la verdadera democracia y de la riqueza petrolera. De verdad, tuvimos acceso a una educación de calidad, con todas las garantías de alimentación y cuidados de la salud, suficientes para que individualmente pudiéramos superarnos sin que nadie exigiera a nuestros padres como condición, un carnet de partido o alguna otra solicitud que provocara discriminación de cualquier naturaleza.
Había prosperidad y todos podían ir escalando socialmente sin que hubiese ningún impedimento, político, social o cultural. Existían fuentes de trabajo y garantías a los trabajadores protegidos por la ley. La vida transcurría, como toda sociedad democrática, regida por el estado de derecho, el respeto a la propiedad, la responsabilidad individual y la ley. ¿Existían fallas institucionales? Sí, y muchas. Pero en libertad y apegados a la ley, todas superables.
Los cubanos y los nicaragüenses no conocieron una democracia de calidad. Los primeros saltaron de una dictablanda como la de Fulgencio Batista a un totalitarismo, donde el pensar distinto tenía como pena en sus inicios la muerte frente a un pelotón de fusilamiento. Los cubanos realmente nunca han conocido la libertad. Los nicaragüenses, después de décadas de dictadura, tuvieron una frágil y temporal democracia, para caer definitivamente en una nueva, tan o más inhumana y espantosa que la de los Somoza.
Lo que ha perdido la sociedad venezolana
¿Cuáles son las atrocidades cometidas contra la sociedad venezolana, más allá de los crímenes de lesa humanidad pendientes con la Corte Penal Internacional? Puedo explicar cuatro que son tan o más destructivas, con una secuela más profunda y tan o más tormentosa por prolongados daños a la psiquis y a la vida espiritual que las persecuciones, la discriminación política y la tortura:
La destrucción de la familia como núcleo fundamental de la sociedad; la perversión y desvalorización del concepto de propiedad privada; la pérdida de la condición ciudadana, y finalmente, la aniquilación del principio de desarrollo humano, de crecimiento por mérito y el estímulo de la competencia, primer acicate para crecer y tener posibilidad de ser.
La familia, sufrió un duro golpe a su unidad y a su integridad cuando un tercio de la población fue conminada a emigrar por la falta de empleo, pésimo funcionamiento de los servicios públicos, y una intolerable calidad de vida. Venezuela pasó a ser una sociedad cerrada, la antítesis de lo que había sido por cuarenta largos años.
No fue un tercio de la población de un segmento social, fue una parte demasiado significativa de los habitantes de esta nación, aproximadamente 7 millones, entre los cuales estaba lo más calificado, lo más granado, de los profesionales expertos en petróleo, en medicina, en investigación, en docencia, en computación y en electrónica, que tuvieron que partir en éxodo porque la situación de miseria a la que estamos sometidos resulta simplemente insostenible.
En ese triste peregrinaje muchos han dejado parte de su dignidad, sometidos al escarnio público, a la violación permanente de sus derechos elementales, expuestos a los peligros de la criminalidad, a la prostitución y al tráfico humano. ¿Quién resarce su alma de tanta pena y de tantos sinsabores?
La familia venezolana quedó desmembrada para siempre y no precisamente porque en la nueva era buscaba otros horizontes, sino porque sintió amenazada su larga y labrada condición ciudadana, su estabilidad emocional y espiritual y su básico, elemental, feliz y celebrado sentido de pertenencia al nido que le vio nacer.
Por otro lado, en el caso de la propiedad, cuando se cambia la valoración de la propiedad, se modifica el sentido de la vida. Si trabajas desde que tienes uso de razón para tener una casa propia, un carro, disfrutar unas vacaciones con tus ahorros y gastarlos en lo que te plazca, y progresivamente van cambiando todos los parámetros que te sirven de referentes para tomar decisiones sobre tu futuro y tener una vida digna, necesariamente tienes que sentirte descompensado emocionalmente, amargado, doblegado, frustrado, arrecho.
Es más lamentable si esa situación se hace persistente y te ves obligado a marchar y a rematar todo aquello que te costó una vida de sacrificios conseguir. El que se queda verá toda su propiedad depreciada, pero subsistirá con ella hasta que la hiperinflación lo vea obligado a subastarla como bagatela, al igual que los carros, los cuales, ante la ausencia de repuestos y la falta de gasolina será preferible ceder muy baratos, para evitar padecimientos en colas que atormentan y terminan desquiciando.
Más triste y vergonzoso resulta el destino al que han sido sometidos jubilados y pensionados, que han visto evaporarse derechos y beneficios ganados a lo largo de su existencia con el sudor de su frente, reducidos a una limosna para que mueran lentamente de inanición.
En cuanto a ciudadanía, a los venezolanos nos fueron arrancando sistemáticamente todos los derechos que acreditan la condición ciudadana. Nuestros derechos son simplemente nominales, de papel, carecen de aplicación real, pues quedan sujetos al insultante juicio del gendarme.
Desde el derecho a la vida, el más sagrado, flagrantemente violado, pasando por el reclamo de un ejercicio limpio y transparente del sufragio, el respeto a la libre expresión, siempre condicionada y el derecho a la propiedad administrado por mercenarios ideológicos impostores de la ley.
Qué decir de la pérdida de incentivos para crecer humana y profesionalmente, en una sociedad donde desapareció el mérito y la competencia tragados por el hambre devoradora del servilismo mediocre y el cretinismo oscurantista, obediente y ciego, que no reconoce cultura y civilización, solo barbarie y concupiscencia.
La emergencia de la reserva moral
Nunca he dejado de tener fe y vocación para el combate. En ocasiones, desearía prestar también mi praxis en el ejercicio directo por las buenas causas, como lo hice desde la sociedad civil en mi juventud de rebelde y vanguardista dirigente estudiantil.
Debo confesar que escribo estas líneas motivado por la esperanza que me despierta la aparición de un mensaje que lleva en sí el espíritu más vibrante y reconfortante para mi alma en este momento tan crucial de la historia de Venezuela.
Sé que este es apenas un comienzo, en una lucha que más temprano que tarde terminará reivindicando el espíritu democrático del 23 de enero. No sé hasta dónde se le permita llegar con la fuerza, la pasión inusitada y la rebelión que despierta; de lo que sí estoy convencido y he podido comprobar, es que aviva la fe, remueve los escombros de la parálisis y la inercia, y convoca, pide ayuda, conjuga, encadena y eso tiene mucho mérito.
No solo eso, sino que le devuelve a la gente un poco de la sonrisa marchitada, un mínimo de la convicción al que nada tiene y ha sufrido mucho, de que se puede volver a creer. Esa reserva moral revive la emoción, rescata de la duda, ilumina el horizonte. No importa que los enemigos le coloquen cualquiera de los epítetos despectivos que se les ocurra a ellos y a sus aliados para descalificarla, ese desprecio también lo padeció Jesús. Esa reserva moral crecerá sin límites, como la imaginación de un poeta enamorado, y se hará luz.
La reserva moral no nos cura de dolores, pero cómo acaricia las heridas a un pueblo con el sándalo de su sonrisa en el vía crucis de su sufrimiento. Cómo alimenta el alma, cual vino de consagración, cómo redime tristezas, cómo alienta la vocación de servicio, cómo revive los ánimos y el júbilo gozoso de palpitantes corazones que vuelven a latir precipitadamente con la sola fragancia de su vitalidad y esperanza, pronunciada, tierna y categórica.
La profundidad y la fuerza de un carácter la definen sus reservas morales. Al final, una buena conciencia vale más que mil espadas. William Shakespeare.